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El país|Jueves, 23 de septiembre de 2004

“Todos los años le sigo festejando el cumpleaños”

Kirchner y la delegación argentina realizaron un homenaje en el consulado a las cuatro víctimas argentinas fallecidas el 11 de septiembre en las Torres Gemelas.

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Kirchner habla en el acto, en el consulado argentino, de recordación de los argentinos muertos el 11-S.
Por M. G.
Desde Nueva York

La señora habla como si todavía necesitara desahogarse. “Le sigo festejando todos sus cumpleaños, el 20 de mayo, le hago una torta y la comida que más le gustaba, milanesas de pollo.” Es la madre de Gabriela Waisman, que ya habría cumplido 36 si no hubiera estado el 11 de septiembre del 2001 en las Torres Gemelas. Gabriela es uno de los cuatro argentinos víctima del atentado que fueron homenajeados por el Presidente en el consulado argentino en Nueva York con una placa que quedará de manera permanente en la entrada de la misión.
“Yo trabajo de abuela, pero ella es abogada, y los hijos de ella también le cantan el feliz cumpleaños a Gabriela”, dice Marta, y señala a Andrea, abogada, que tiene un año menos que su hermana. La hijita de Andrea nació después del atentado. Le pusieron Gabriela y los chicos, dice Andrea, “hablan de la tía Gabi”.
Los Waisman llegaron hace 30 años a los Estados Unidos. Para ellos, “el 11 de septiembre es todos los días, porque uno se acuerda de las cosas cotidianas”. Obviamente, el 11 de septiembre es un día de dolor más profundo, “de un hueco acá en el pecho”, según dice Marta. “La gente, los amigos, nos llaman antes y después, pero no ese día para no causarnos una pena aun más grande.”
Los familiares de Gabriela participaron del acto junto con los de Pedro Grehanm, Mario Santoro y Sergio Villanueva.
El cónsul Héctor Timerman había invitado también al arzobispo de Nueva York, Edward Egan, de origen irlandés e italiano. Egan, un hombrón de más de 70 años bien plantado, dijo que era la primera vez que lo invitaban de un consulado extranjero. Agradeció al cónsul y a Kirchner, y también a la comunidad argentina. “Gracias por haber venido a compartir nuestro dolor”, dijo. Y se condolió por la muerte de los que llamó “argentinos neoyorquinos”. Timerman lo había presentado leyendo justamente un párrafo de la homilía que Egan pronunció el mismo 11 de septiembre del 2001. “Pedimos justicia”, dijo entonces. “Los que cometieron este crimen deben responder en los tribunales de la gente civilizada. No resignaremos nuestro reclamo de justicia descendiendo a sentimientos de odio y venganza.”
Egan es conocido en los Estados Unidos también porque después de difundidos los escándalos de abuso sexual por parte de sacerdotes de la Iglesia tomó el compromiso de remitir de inmediato a la Justicia cualquier denuncia que proviniera de un chico.
El Gobierno buscó corporizar en este acto la posición argentina de combate al terrorismo, uno de los puntos en los que hay coincidencias mayores entre la Casa Rosada y la Blanca.
“Nosotros sabemos lo que es el terror irracional, la violencia por la violencia misma”, dijo Kirchner al hablar en uno de los salones del consulado, atestado por la comunidad argentina e incluso por un señor vestido de gaucho que tenía un talero en la espalda y un miembro del servicio secreto creyó tocar un facón.
“Los cuatro eran buenos seres humanos, buenos argentinos.” Mirando a los familiares, Kirchner aseguró que era obvio que el dolor de ellos no era el mismo que el de los demás, pero que tuvieran en cuenta que “el dolor lo compartimos todos”. Y agregó un adverbio que suele usar cuando se emociona: “Fuertemente”.
El acto de ayer fue la primera convocatoria de Timerman a los argentinos residentes, luego de que asumiera como cónsul tras el relevo de Juan Carlos Vignaud, a quien la Cancillería sumarió. Vignaud, tal como lo publicó en su momento Página/12, había montado una empresa utilizando la infraestructura del consulado, por ejemplo el teléfono. “Esta vez las empanaditas van a sobrar en serio”, dijo uno de los empleados de la representación. Ante la sorpresa de quienes lo escuchaban, relató una historia en la que un cónsul hacía cocinar empanadas a sus empleadas, pagadas por el Estado argentino, para venderlas luego como parte de su actividad privada.
“Esa actitud en un diplomático es tremenda, pero no sólo por el hecho en sí mismo, sino porque hace que las energías estén puestas en otras cosas distintas al acercamiento a la comunidad argentina, incluyendo a los familiares de las víctimas del 11 de septiembre”, dijo.
Cuando se iba, el padre de Gabriela le dijo a Timerman que pasaría a mirar la placa cuando estuviera puesta en la entrada del consulado.
“Estoy hecha pelota, pero seguimos”, decía su esposa a otro familiar. “Si fuera por mí ya me hubiera muerto, pero están los nietos.”

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