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El país|Lunes, 22 de abril de 2002
ADELANTO DEL LIBRO DE TAMBURRINI, SOBREVIVIENTE DE MANSION SERE

El mal en los campos clandestinos

Futbolista y filósofo, se fugó de su prisión y vivió para contarlo. Después de dar testimonios judiciales y hablar en escuelas, puso su historia en un libro, “Pase libre”, que se presenta este fin de semana y contiene su búsqueda del mal.

Por Victoria Ginzberg
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Tamburrini y su obra, que tardó 23 años en gestarse en la forma que toma hoy, de relato.
“Es un libro donde se plantean dilemas morales, situaciones en las que no evitás que haya pérdida.”
Habla rápido. Por momentos parece que casi no respira y a veces, cuando pronuncia alguna palabra en inglés, se percibe el acento adquirido en el exilio sueco. Claudio Tamburrini es el arquero de la Primera División del Club Almagro que el 24 de marzo de 1978 se escapó, junto con otros tres prisioneros, del centro clandestino de detención Mansión Seré, o “Atila”. Es también el doctor en filosofía e investigador de la Universidad de Gotemburgo sobre la existencia de argumentos absolutos para la justificación del castigo a los violadores de derechos humanos. Y es el autor de Pase libre –el libro en el que relata su cautiverio y su fuga– que hoy adelanta Página/12.
“Es una historia que pujó por salir durante 23 años, pero que recién hace un par empezó a hacerse realidad”, dice Tamburrini. “En los años anteriores consideré que no le iba a hacer justicia. Me sentía en formación, no quería hacer un trabajo ideológico, sino presentar la dimensión humana de la historia y atrapar a un núcleo de lectores más amplio de los que siempre leemos este material.”
–La fuga ya fue contada en juicios y reportajes, ¿por qué un libro?
–Yo transmití historia en una instancia judicial en el ‘85. Pero ese relato es insatisfactorio, cumple una función técnica, que es aportar la mayor cantidad de datos en función de la condena a los violadores de los derechos humanos. ¿Por qué el libro ahora? Porque hay una generación de chicos y chicas jóvenes. Estoy dando charlas en escuelas secundarias de la zona oeste del Gran Buenos Aires. Las preguntas son excelentes pero al mismo tiempo se nota que no conocen la historia argentina reciente. Aspiro a que el libro sea discutido en escuelas secundarias. También están los conflictos, que no estaban dichos porque no tenía relevancia jurídica. Y este es un libro donde se plantean dilemas morales, que son situaciones en las que no podés evitar que haya una pérdida, un residuo moral.
Antes se ser secuestrado, Tamburrini repartía su vida entre el fútbol y la filosofía. En Estocolmo se doctoró en la segunda disciplina y desde allí se vinculó con la primera. El año pasado publicó el libro ¿La mano de Dios?, sobre la ética en el deporte. Actualmente participa de un proyecto de investigación sobre la justificación del juzgamiento de los violadores a los derechos humanos. “La pregunta es si hay argumentos absolutos, objetivos, para castigarlos a pesar de que en una sociedad haya un argumento relativo que dice que era correcto hacer lo que hicieron. El ejemplo es Sudáfrica, donde el apartheid era por lo menos legal. También se planteó en el juicio de Nuremberg. Lo que nosotros afirmamos es que hay argumentos morales objetivos, absolutos que están por encima de la relatividad jurídica concreta, por eso deben ser castigados aun cuando lo que hayan hecho fuera legal.”
–El libro pudo ser construido, entre otras cosas, como un testimonio político o una novela policial, ¿cómo ubicó el tono del relato?
–Salió solo. Empecé a escribir la historia con mucho esfuerzo, pero en un momento dado la historia tomó el control. Fue más tener las sensaciones y transmitirlas en la página que elucubrar intelectualmente. Empecé a sentir que juicios y reacciones que yo creía que siempre había tenido aparecían ahora cambiados. Escribiendo, sentí mucha más indignación ante algunas actitudes de compañeros de cuarto que por la conducta de los guardias. Eso me llevó a uno de los puntos centrales del libro, que es la cuestión del mal, que no está planteado expresamente pero que el lector atento podrá encontrar. El mal absoluto como teoría metafísica no existe. No hay malos por un lado y buenos por otro que jamás se mezclan. Hablo de los guardias; la patota, los torturadores son otra cosa, no tuve contacto con ellos más que en la tortura.
–¿Cuál fue su dilema moral?
–Uno era el tema de la solidaridad, del sufrimiento... cantar o no. Ellos te planteaban el tema en términos morales. Cuando te interrogaban sin la máquina y sin el submarino te decían “acá no hay abogados defensores, el único que te puede salvar sos vos. A nosotros no nos gusta torturar, tengo hijos de tu edad”. Era muy fuerte eso, estar con una venda y un tipo que te pasa la mano, te afloja, te hace dar ganas hasta de ayudarlo porque te trata bien. Ese es un conflicto moral, no lo podés decidir sin un residuo.
–Y era una elección falsa. Alguien podía cantar y no sobrevivir.
–Estaba también ese elemento. Yo empecé de entrada negando. Dos, tres sesiones de tortura y nada. Después de la charla blanda pensé: “Aun cuando quisiera cantar –que no quería– qué les digo, ¿que lo que me hicieron los tres días últimos no fue tanto porque tengo casas y no se las dije?”. Cantar ahí era enterrarme más. Se dio la situación de que el interés propio era conciliable con el interés altruista por preservar la vida de los demás que estaban afuera. Felizmente.

Pase libre se presenta el sábado 27 en la Casa de la Memoria y la Vida de Morón, y el domingo 28 en la Feria del Libro, donde hablarán los periodistas Miguel Bonasso y María Seoane.

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