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El país|Lunes, 13 de diciembre de 2004
OPINION

Todo bien, pero no mientan

Por Eduardo Aliverti

Uno se restriega los ojos cuando lee a Hugo Moyano decir que la CGT ve “con preocupación” la escalada de reclamos salariales por parte de los trabajadores formalizados. Pero después se pregunta por qué debería restregarse, si sólo es cuestión de registrar a la burocracia sindical, eternamente atada a sus relaciones carnales con el peronismo de turno. Y enseguida se dice que no, que está bien, que no debe perderse nunca la capacidad de indignarse.
El otrora “combativo” Moyano hace gala ahora de un presunto carácter de dirigente “responsable”, incapaz de alterar la paz social que se requiere en un momento como éste, dice. Se trata de evitar los desbordes, dice, y logra el aplauso generoso de la prensa hegemónica. Qué bien, Huguito, qué bien. Has logrado momentáneamente el acceso al reino de los cielos de toda esa derecha a la que le viene fantástico que los gordos de la CGT operen como dique de contención de las luchas populares, mientras profundiza la hipocresía de identificar al Gobierno como un antro de zurdos con nostalgias setentistas. Esa derecha es mucho más viva que vos, Huguito, y a la primera de cambio no dudará en incluirte como corresponsable de la hibridez de un gobierno que no habrá sabido ser chicha ni limonada. Advertirás entonces, Huguito, que el patrón no le paga a los conversos con buena moneda. Mirá, si no, la rata exiliada en Chile. Hizo todo lo que tenía que hacer y ahora ni siquiera puede volver al país.
Moyano ve con preocupación la sucesión de reclamos salariales y no le preocupa la difusión simultánea de que, aunque la economía crezca, sigue disminuyendo la porción del ingreso nacional recibida por los asalariados. Moyano reclama responsabilidad a los empresarios para que aumenten la masa salarial. Logra con eso ser un ariete del Gobierno para que éste quede en una posición de neutralidad respecto de lo que ganan los trabajadores registrados. Sólo de ésos porque, ya que estamos, los desocupados, los subocupados, los informales y los laburantes en negro, no cuentan para la preocupación.
El Ministerio de Trabajo no aprobaría el acuerdo al que llegaron las cámaras empresariales y la Unión Obrera Metalúrica, porque el aumento que acordaron es “no remunerativo” y por lo tanto, queda exento del pago de cargas sociales. Sería fantástico, salvo por el pequeño detalle de que el Gobierno es el primer abanderado de los aumentos no remunerativos, como acaba de ratificarse; y que la UOM, que los firma, es una de las columnas vertebrales de la CGT. A ver: el Gobierno desmiente desde sus hechos aquello que impulsa y la CGT llama a la responsabilidad de los trabajadores y avala aumentos en negro. ¿Cómo creerles?
No se desconoce ni minimiza la extrema complejidad del mundo de las relaciones laborales y salariales de esta Argentina que viene de –y todavía está en– la peor catástrofe económica y social de su historia contemporánea. No hay, en la intención del firmante, ni un ápice de circunscribir a una simple vocación y decisión políticas del Gobierno la salida a una pavorosa desigualdad social. Ni siquiera hay el ánimo de cuestionar esos pocos pesos de aumento provisorio con que el Gobierno resolvió, de un solo disparo, encarar frente a los trabajadores registrados las Fiestas de Fin de Año. Y por último, claro, tampoco se pierde de vista que la sociedad no protagoniza ni vive un proceso revolucionario, precisamente sino –y gracias– un escenario de reconstrucción de negocios para las diversas tribus de la clase dominante. Nada de no registrar todo eso. Pero, como corresponde insistir: no metan los goles con la mano.
No hablen, ni el Gobierno ni Moyanito ni las patronales, de que se está tratando de repartir mejor la torta estructural. Lo que se juega es cómo controlar más eficientemente los pálidos indicios de ebullición sectorial, las apetencias de poder personales, la pelea contra la competencia en unadinámica de capitalismo prebendario. Hay eso, por lo menos, pero no digan que es nada menos que eso.
El impresionante informe de Unicef, sobre el estado de la niñez argentina, debería generar algún pudor de Gobierno y dirigencia varia a la hora de disfrazarse con el ajuar de preocupados por los humildes o, mejor, por los humillados. Más del 60 por ciento de los niños de este país vive bajo la línea de pobreza, y tres de cada diez son indigentes.

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