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El país|Domingo, 26 de diciembre de 2004
IMAGENES DEL CIERRE DE UN AÑO DONDE PASO CASI TODO

Postales navideñas

Así como las fotos sirven para dar sentido a las sagas familiares, las imágenes de los días de Navidad pueden sugerir un mapa. Qué desafía al Gobierno, cómo le ha ido, qué le falta, hacia dónde va. Brindis con mojito, protagonistas que no brindan, Blumberg más calmado, Moyano embravecido. Postales navideñas para variados gustos.

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Opinion
Por Mario Wainfeld

El canje de la deuda privada parece estar encaminado, aunque sigue siendo aconsejable que el Gobierno toque madera. El oficialismo manejó el tema, un hito en la historia del mundo, a su manera. Esto es, con firmeza, con histrionismo gestual, con decisiones firmes en los momentos centrales y también con (quizá inevitables) niveles de improvisación. El traspié con el Banco de Nueva York reveló que una tarea compleja puede desbaratarse, siquiera temporalmente, por la debilidad de cualquier eslabón de la cadena, incluidos los insignificantes.
La dilación del trámite obró efectos pedagógicos sobre los escaldados funcionarios que ahora callan su optimismo y esperan que hablen los mercados. Más allá del impacto sobre el canje mismo, queda claro que la suspensión escaló los recelos entre la Casa Rosada y Economía. Nada ha cicatrizado bien, menos que nada la muy tirante relación entre Roberto Lavagna y el jefe de Gabinete, Alberto Fernández.
De cualquier modo, el Gobierno en su conjunto ha advertido que es pésimo manejo dividir el frente interno en una instancia culminante y, por ahora, las querellas intestinas sólo ocupan lugar en charlas de quincho mientras esperan su momento en el freezer. Pero ni las fiestas navideñas han conseguido disipar las malas ondas que atraviesan, imperceptibles sólo para la foto, la calle Hipólito Yrigoyen en la cuadra que separa a la Casa de Gobierno del Palacio de Hacienda.

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Sin cañitas en la Corte. Ricardo Lorenzetti asumió en una ceremonia fría y carente de sangre, que así es como elige mostrarse la cumbre del poder judicial ante el vulgo. El Gobierno viene cerrando una de sus iniciativas más valiosas, pero no vaya a creer que tira cañitas voladoras. Es que el Tribunal, cuyo cambio de calidad está fuera de discusión, todavía tiene pendiente asumir del todo el rol de un poder del Estado independiente, respetado y además capaz de orientar con sus decisiones a otros magistrados. Hasta ahora viene funcionando como un mosaico de individualidades, alguna brillante, alguna asaz creativa, varias prestigiosas, pero no como un tribunal que trasunte espíritu de cuerpo.
Carmen Argibay pasó por la jura, saludó cariñosamente a Lorenzetti y se sumará al Tribunal en febrero, después de la sagrada feria de verano. Será entonces hora de ir tratando los distintos casos en que se discute la constitucionalidad de la pesificación. En un país atravesado por intereses contradictorios, ninguna sentencia conformará a todos, y los damnificados (es costumbre nacional) no denunciarán “apenas” error o injusticia sino que hablarán de inmoralidad y promoverán juicios políticos. Un contexto tan crispado torna necesario que el Tribunal vaya teniendo un funcionamiento más orgánico, que procure con más ahínco consenso en las decisiones.
Es peliagudo intentarlo cuando ni siquiera se sabe cuántos supremos hay en funciones.

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¿La última postal? Antonio Boggiano asistió al juramento, con cara de pocos amigos, vale decir con una cara que es espejo de su alma o cuanto menos de sus circunstancias. El último de los automáticos, dicen quienes lo conocen, creía hasta hace poco que el Gobierno detendría el juicio político en su contra. La votación masiva de los diputados desmoronó sus esperanzas. Con el resultado puesto, en el Gobierno cunde una conclusión: es imposible frenar el proceso. Sobreviven las críticas contra Ricardo Falú, el diputado que siguió adelante con los trámites pero en la Rosada y Economía se relajan, aunque no gocen. Esperan que Boggiano renuncie ahorrándose el escarnio y el desgaste del juicio oral en el Senado.
El oficialismo sabe tener un operador ante los cortesanos, para catalizar las dimisiones deseadas o inevitables: es el jefe de bloque de senadores del PJ, Miguel Pichetto. Nadie puede probar que Pichetto esté discurriendo con Boggiano acerca de la pertinencia de su renuncia, ninguna foto postal dará cuenta de sus tertulias... pero nadie bien informado duda de que eso esté ocurriendo.

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Blumberg, tranqui. Juan Carlos Blumberg también estuvo en el cuarto piso de Tribunales cuando juró Lorenzetti y fue invitado a un brindis más reservado que transcurrió en la Asociación de Magistrados, un rato después. No fue el centro de la escena, sino un circunstante más. El clima mediático en su torno sugirió que no es éste su más convocante cuarto de hora.
La potencia política de Blumberg viene siendo directamente proporcional a la conmoción pública derivada de la existencia de secuestros extorsivos. Cuando éstos cesan o pierden repercusión, no se mella la imagen de Blumberg pero sí mengua el impacto de su prédica.
Además, queda claro que el Gobierno ha conseguido aminorar su iracundia, inducirlo a posturas matizadas y hasta amigables como la que mostró en la Corte.
A principios de año se especulaba acerca de si la protesta de los desocupados pondría en jaque al Gobierno. La calle, herencia de las jornadas de diciembre de 2001, le marcaba la cancha al Palacio. Súbitamente, un emergente individual de otra clase social, también domiciliado en el conurbano bonaerense, cambió el mapa, también haciendo pie en la calle. Blumberg fue interpretado como el paladín de un movimiento de clase media y clase alta que haría zozobrar al gobierno de Néstor Kirchner. Frente a ambos retos el Gobierno reaccionó con una vastedad de recursos y de gestos de sofisticación inusual para el estilo K. Es un dato para promediar el año que, frente a rivales potentes (Blumberg, los piqueteros, el PJ), el oficialismo acudió a la cooptación, al diálogo, a algunas formas no frontales de enfrentamiento, en fin, a un abanico de movidas que no conjugan con el tono binario de sus discursos.

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Alessandro brinda con mojito. Darío Alessandro fue designado embajador, una de las acciones con las que el Gobierno busca retomar la sensatez en el manejo de sus relaciones con Cuba.
El caso de la médica Hilda Molina es un desafío al esquematismo oficial. El fuerte de Kirchner finca en la determinación de los rumbos o en el momento de las decisiones. Designar aliados y adversarios, determinar prioridades, resolver en instantes cruciales son sus mejores especialidades. En política, como en el ajedrez, demorar una decisión suele ser tan letal como equivocarse al tomarla. Cuando hay que resolver, como en las películas de acción, si se oprime el botón rojo o el azul de la bomba de tiempo, al Presidente no le tiembla la mano. Pero la realidad suele ser más complicada que los esquemas binarios. Muchos temas de gobierno no se resuelven de cuajo, sino que demandan tratamiento prolongado. Se discurren, se trabajan, no se zanjan del todo nunca. La parábola del nudo gordiano encanta a los decisionistas pero no pinta la vastedad de lo que un gobernante debe hacer. La cirugía no agota el saber de los médicos.
Argentina optó por tener una relación amigable con el gobierno de Fidel Castro y procurar que la médica Molina viniera a nuestro país para reunirse con su familia. Tales objetivos, que este cronista juzga válidos, son muy difíciles de compatibilizar. Máxime porque Castro no prodiga ductilidad en sus relaciones internacionales ni se muestra proclive a flexibilizar sus criterios respecto de sus aliados. Ese punto puede resultar enojoso, pero está en el inventario. Tanto, como que los “gusanos” y la derecha argentina se implican en estas situaciones, presionan y hacen su juego.
La complejidad se revela en las ulterioridades del blooper del desembarco en la embajada en La Habana. El ex jefe de asesores Eduardo Valdés ha sido ungido como un “bronce” de la derecha argentina que lo emparenta, hasta en solemnes editoriales, con los luchadores contra Fidel. No es ése el perfil de Valdés ni ése fue seguramente su designio pero el episodio revela cuán riesgoso es involucrarse en partidas complejas.
El tablero es endiablado y no bastan las declaraciones fuertes ni las movidas mediáticas. Hacen falta (y quizá no se basten) sigilo, astucia, mucha paciencia.
El Gobierno prescindió de Valdés y del embajador Raúl Taleb. El sistema presidencialista se cimenta en la preservación de la figura del presidente, único integrante del Poder Ejecutivo según la Constitución. Es válido que se apele a la figura del “fusible”... pero a condición de advertir que la estrategia elegida por la dupla Rafael Bielsa-Valdés no fue tan distante al estilo poco sutil, algo atolondrado, distraído de la lógica de los países con que se negocia que caracterizó a la política exterior argentina en la actual gestión. Los roces con Chile por la crisis energética, por ejemplo, no se incubaron en Cancillería sino en otros despachos de gobierno, algunos más empinados.

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Santa resurrección, Batman. La jerarquía de la Iglesia Católica Apostólica Romana en Argentina aúna dos características impares. Es una de las más retrógradas de América latina y una de las que tiene mayor porosidad con el poder político local. Ese cuadro viene mutando hacia una mayor laicización e independencia. Es una tendencia mundial a la que nuestro país, como suele ocurrir, se sumó en forma tardía pero muy drástica. La jerarquía vive con recelo el cambio, que incluye avanzados debates sobre el aborto, la unión civil, la salud reproductiva, la educación sexual. Algunos de sus integrantes han resuelto pasar a la ofensiva, ganar la calle e interpelan a los obispos tibios o dubitativos. En ese contexto se inscriben los ataques de intolerancia contra artistas como León Ferrari. Tal como sucede en las riñas conyugales lo que se discute a gritos no es sino el correlato de una polémica mayor.
Los purpurados más reaccionarios pueden autocelebrarse en esta Navidad. Como protagonista político, la cúpula eclesiástica, conducida por sus sectores más cerriles, en estos días resucitó. Como al desgaire, el puñado de legisladores porteños que responde a Aníbal Ibarra impidió que se aprobara el proyecto de ley de educación sexual. Y Luis Juez se anticipó patéticamente a los hechos cediendo ante una presión integrista. La Cruzada avanza en dos grandes ciudades, gobernadas por transversales, pero el gobierno nacional haría bien en poner las barbas en remojo. No son Ibarra y Juez los únicos que están en entredicho, también el Presidente que recibe poco a las corporaciones, el ministro de Salud que impulsa normas de salud reproductiva y un debate democrático sobre el aborto, un gobierno nacional sumamente laico.

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La Corte se remoza pero no todo sale a pedir del Gobierno. Los lazos fraternales con Cuba no evitan tropiezos. Las corporaciones salen a la pista. Las calles albergan ora a los piqueteros, ora a los convocados por Blumberg, ora a los trabajadores que van por una tajada menos ominosa de la torta. Todo lo relacionado con la deuda externa tiene la marca de la incertidumbre. Nada es simple y es imposible tener todo bajo control. Así y todo, el Gobierno no puede quejarse de dónde lo encuentra su segunda Navidad. En el centro de todos los conflictos, en el centro de casi todas las postales.

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