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El país|Lunes, 27 de diciembre de 2004
OPINION

Algo para agarrarse

Por Eduardo Aliverti

Por primera vez en mucho tiempo, un fin de año encuentra a este país surcado no sólo por malas noticias.
Entendámonos: da mucho pudor decir una cosa así cuando, en realidad, no hay novedad relevante alguna respecto de las cifras escalofriantes de indigencia, desigualdad en el ingreso, trabajo infantil, desnutrición o cualquiera de los indicadores de calidad de vida y desarrollo humano que quieran tomarse. Mucho más cuando estamos hablando de la que supo ser la sociedad con mayor movilidad ascendente de América latina.
Pero también es cierto que quienes tenemos la probabilidad de una vida de las que se denominan “acomodadas” debemos, si es que hay cierta capacidad intelectual, sobrevolar los hechos a una altura capaz de macrocomprenderlos. No se trata de perder sensibilidad sino todo lo contrario, porque lo que no tiene sentido es compadecerse a secas y lo que sí lo tiene es ver si el rumbo general muestra avances o retrocesos acerca de aquello que sensibiliza. Y en ese aspecto, parece haber una división muy marcada, según quieran verse las cosas desde lo que al clausurarse este año deja la gestión gubernamental, o bien desde ciertos reflejos que algunos sectores sociales demuestran en buen estado.
En ese orden, y más allá de un discurso que reintrodujo la necesidad de políticas estatales activas para corregir los monstruosos desequilibrios dejados por el festín neoliberal, el Gobierno no ha dado ningún paso significativo hacia el cambio estructural del modelo. Bastaría con recordar que se sigue padeciendo uno de los sistemas tributarios más regresivos del mundo, sin que haya a la vista un solo indicio de modificación. Y que tampoco se percibe, siquiera, la intención de sustituir un paradigma productivo basado en la exportación de materias primas. El resto, y también al margen de que por fin hay aunque sea dos lados del mostrador en la negociación con los acreedores, se ha revelado como un conjunto de fuegos artificiales que alcanzó su cenit con la cortina de humo del cuento chino. Algunos o varios episodios de lo que se llama “institucional”, en cambio, por vía de la renovación de la Corte (con dudas en el caso de Lorenzetti) o de la política de derechos humanos en cuanto a la revisión del pasado dictatorial, dejaron un sabor agradable. Pero si lo que se pisa es el terreno de la economía, nadie puede negar seriamente que las palabras estuvieron muy por encima de los hechos.
En la puja por la distribución del ingreso, eso último es al revés cuando se toma nota de que en el “cierre de temporada” hizo su reaparición un segmento atendible de lo que allá lejos no se dudaba en sindicar como “clase obrera”. El año venía acostumbrado a las solitarias reivindicaciones del movimiento piquetero, y ¿de golpe? apareció la lucha de un conjunto de trabajadores formalizados golpeando con diferente intensidad, pero siempre revestida de dureza, contra varias de las corporaciones más connotadas del área de servicios. La prensa en general, tanto como el mundo intelectual y de los analistas políticos, pareció desayunarse de la noche a la mañana con ese resurgimiento de los conflictos sindicales. En una escala infinitamente más pequeña, la sorpresa fue análoga a la provocada por el levantamiento urbano de diciembre de 2001. Sin embargo, la comparación vale si es medida en términos de acontecimientos generados por el campo popular y que toman desprevenidos (o sin posibilidad de revertirlos) a los núcleos dirigenciales. Cuidado, de todas formas: Blumberg también fue una sorpresa, y de las más estentóreas del año.
Esa rentrée gremial tiene, encima, la particularidad de no haber sido operada por los burócratas sindicales de turno. Hasta dónde será así que el ex altisonante Hugo Moyano, en una de las perlas más patéticas del 2004, salió a pedir “responsabilidad” a los trabajadores. Y esta vez no es la historia del jerarca que hace gritar por izquierda y negocia por derecha, porque alcanza con observar la conformación mayoritariamente combativa y antiburocrática de quienes activan en esos conflictos para precisar que no son marionetas que el aparato cegetista puede regular así como así.
Está bien: sólo se habla de una, por el momento, reducida parte de una parte (los trabajadores sindicalizados). Sería tan irresponsable adjudicar a esa “movida” un carácter de movimiento generalizado que está lejos de tener, como dejar de atender su valor de símbolo efectivo. Lo primero le cabe a un sector de la izquierda que vive para confundir la realidad con sus deseos. Y lo segundo tiene doble vía: puede ser capaz de estimular conciencia y lucha en los postergados, y le avisa a la derecha que los tiempos no habrán cambiado del todo, pero que la historia sigue en movimiento.
Lo que se sostiene, en definitiva, es que al hacer el balance de este año hay algo de lo cual agarrarse para sobrevolar analíticamente los hechos y guardarse ciertas esperanzas. Que a su vez están insufladas por esas brisas más cálidas que aparecieron en América latina. Nadie dice que es mucho. Sólo se recuerda la obviedad de que para empezar, hay que empezar por algo.

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