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El país|Domingo, 5 de mayo de 2002
OPINION
UN NUEVO GABINETE QUE DEJA MAS ENCERRADO Y DEBIL A DUHALDE

Más condenados al error que al éxito

Perfil del nuevo hombre fuerte del Gobierno. Un versátil del poder.
Las lecciones de la jura de ministros. Las ausencias que pesan. Duhalde explica lo inexplicable. ¿Y el plan social? Lavagna, un porotito. Todos trabajan para las elecciones anticipadas que nadie anhela.

Por Mario Wainfeld
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Suele reprocharse a algunos personajes participar de algunas negociaciones posados a ambos lados del mostrador. Si hubiera que inventar un mostrador apto para que Luis Barrionuevo acodara sus variadas formas de acceder al poder, habría que maquinar un mueble con forma de poliedro, de muchas caras: el hombre es dirigente sindical pero también líder de un club de fútbol del Gran Buenos Aires, senador por Catamarca y por añadidura tiene importantes anclas como empresario en el rubro salud. Esto es, un tipo que tiene en su agenda tanto a legisladores como a barras bravas, a prestadores del PAMI como a dueños de importantes hoteles. Alguien que puede recurrir, sin intermediación, alguna a hombres ricos, a laburantes, a lúmpenes, por simplificar un poquito.
Entrar al poder por varias puertas es una capacidad peculiar de Barrionuevo, que lo diferencia de otros operadores, como podrían ser Carlos Corach o Alberto Flamarique. Hombres hábiles, astutos, con centenares de recursos no todos sanctos, pero menos versátiles en sus actividades. Titulares de un poder “más político”. Quien más se parece a Barrionuevo es su contracara, a menudo su aliado, radical Enrique Nosiglia. Con algunas diferencias de estilo –Coti ama las bambalinas tanto como Barrionuevo los reflectores– que acaso remiten a sus diferencias de clase de origen, ambos se parecen en eso de tener relaciones con cien formas de poder.
Provocador, bocón, portador eximio del ingenio reo, de ese cinismo socarrón que pulula en las tribunas de fútbol, Barrionuevo acumula mucha más mala fama que buena. Eduardo Duhalde lo puso en el centro de la escena, le otorgó un poder real y simbólico llamativo. Algunas razones esgrimió el Presidente, pero lo cierto es que cometió un error, que seguramente pagará muy caro, justo cuando en su cuenta de capital simbólico casi no queda un centavo.
La escena del crimen
“En los actos escolares –escribió alguna vez el director teatral Alberto Ure– se aprende más historia que en las clases, y por eso precisamente se hacen.” Las juras de funcionarios también trascienden largamente su finalidad burocrática y tienen un profundo contenido pedagógico: ponen en acto ganadores y perdedores, códigos, microclimas culturales. Podría hacerse una más que pasable reseña de los últimos años recordando la jura del gobierno de la Alianza, la del cambio de gabinete que determinó la salida de Chacho Alvarez, la de Ricardo López Murphy, la de Domingo Cavallo con De la Rúa, la de Adolfo Rodríguez Saá. Un repertorio que desde el viernes se engalana con la que tuvo como figura principal a Graciela Camaño y como actores de reparto a Alfredo Atanasof y Jorge Matzkin.
Barrionuevo era cabalmente el dueño de casa y el centro de las atenciones. Su esposa, a la sazón flamante ministra de Trabajo, casi hace estallar el aplausómetro. En estos fastos las presencias cuentan tanto como las ausencias. Las presencias aludían a ciertos sectores sindicales y capitostes de algunos distritos bonaerenses. Muchos con aires de haberse evadido de “Grandes valores del tango”. Con las ausencias se podría llenar un libro: no hubo ni un gobernador peronista ni un dirigente de primer nivel de la CGT oficial que se suponía debía batir palmas en la fiesta: Rodolfo Daer y Carlos West Ocampo hurtaron el cuerpo a la tenida. “Bajamos de querer ser un gobierno del sector productivo a ser un gobierno de una fracción sindical, y ni siquiera ellos vienen”, se apesadumbraba una de las primeras espadas de Duhalde. Algunos interpretaban que Duhalde buscó el abrazo del oso de la CGT, pero el oso no puso el cuerpito.
Pocos, aun entre los más cercanos al Presidente, se explican cómo éste derivó, de haber querido federalizar y aumentar el peso específico del gabinete, a nombrar a quienes nombró. Cierto es que los gobernadores juegan con él un juego semihistérico que incluye firmar los 14 puntos y luego dejar a la libre iniciativa de sus parlamentarios la suerte de las leyescomprometidas en tan augusto acuerdo. Y que la retahíla de ofertas rechazadas induce casi a la piedad por Duhalde. Rubén Marín, José Manuel de la Sota, Juan Schiaretti, José Luis Gioja, Ramón Puerta, rehusaron convites y la lista quizás esté incompleta. Pero, así y todo, terminar constituyendo a Barrionuevo en eminencia gris del Gobierno se emparenta bastante con tender a la autodestrucción.
Las razones presidenciales –que Duhalde intentó hacer oír con magro suceso aun entre sus más fieles– son muy precarias. El Gobierno padecía el acoso de Barrionuevo en el Senado y la falta de verticalidad del Congreso y supuso que con Camaño y Matzkin cubriría ese bache. Un cálculo desmañado e ingenuo. Barrionuevo –que en esto se asemeja a tantos actores políticos y sociales de hoy, desde lobbies empresarios hasta caceroleros– puede trabar muchas cosas, vetar otras, poner vallas pero no garantizar alguna fuerza para construir. Suponer que el líder gastronómico junta varias cabezas en el Senado es pasmosa ingenuidad. Tanto como creer que el Toto Matzkin podrá con las huestes de diputados que, en su mayoría, lo quieren mal.
“Matzkin no es Marín”, diagnosticaba, meneando la cabeza, otro duhaldista de la primera hora. No quería limitarse a expresar una versión obvia del principio de identidad (B es igual a B y no es igual a C) sino a mencionar relaciones políticas. Marín acompañó la designación de Matzkin pero quedó claro que no fue él quien lo propuso y quien va a responder por sus actos u omisiones. Ningún gobernador de provincia está comprometido en este gabinete, el faltazo del viernes subraya esa corroboración. Sin ser despiadado podría asegurarse que el bonaerense Felipe Solá está incluido en la frase anterior.
Matzkin “no es” Marín. Duhalde “no es” el PJ. Los legisladores “no son” sus gobernadores. Y así estamos, en permanente declive al error.
Los riesgos ostensibles
“Si usted fuera técnico de un equipo de fútbol en el que casi todos sus integrantes estén jugando mal y tuviera un ‘ocho’ que está jugando bien. ¿Qué haría? ¿Lo confirmaría y cambiaría a otros del equipo? ¿O lo mandaría a jugar de ‘dos’ o de ‘nueve’, puestos que no conoce?” La pregunta prefigura la respuesta y se formula en un importante despacho de la Rosada. El “ocho” que venía jugando bien –a los ojos del creador de esa metáfora futbolera– era Atanasof. Su enroque resulta especialmente asombroso si se toma en cuenta que se hizo en las puertas mismas de la puesta en marcha del salario ciudadano que, se supone, es la niña de los ojos de Duhalde.
“Duhalde llama a cada rato, pregunta cómo anda la inscripción, qué problemas hay, está especialmente interesado”, cuenta un alto funcionario del área social bonaerense y no cabe sino creerle. También es real que varios intendentes del conurbano, casi todos justicialistas, ya hicieron sonar teléfonos de la Rosada anticipando sus prevenciones sobre cómo manejará Camaño ese plan.
La importancia que atribuye Duhalde al proyecto hace asombroso que haya dispuesto un cambio de conducción en Trabajo, que tiene a su cargo su ejecución. El miércoles 15 deben empezar a pagarse los subsidios ciudadanos. En este tramo deberán cobrarlos 800.000 personas, más de la mitad pertenecen a la provincia de Duhalde. En Florencio Varela solamente hay más de 25.000 inscriptos. En junio, el padrón se incrementará.
Amén de las atendibles discusiones acerca de la magnitud del subsidio o de su implementación, el Plan tiene flancos muy débiles. No está aún claro de dónde saldrán los recursos para atender un padrón que es inmenso y seguirá creciendo. “Los sistemas informáticos tienen dificultades para cruzar datos de más de 500.000 beneficiarios”, se alarma un funcionario del área. Hay fraude hormiga, a veces ni siquiera deliberado de beneficiarios de otros subsidios, de patrones que “blanquean” relaciones laborales preexistentes. Hay caudillos locales que inscriben a cualquiera para quedarbien. Todas estas dificultades pueden ser potenciadas por una gestión inexperta y poco creíble desde el vamos. Los riesgos de la reacción ciudadana ante una eventual defraudación por parte del Gobierno son imprevisibles pero siempre altos. Hace nueve en días en Formosa estalló la bronca en una situación similar. Una muestra pequeña en escala pero ilustrativa.
Vocación suicida
Rodríguez Saá pagó con usura haber puesto a Carlos Grosso en algún lugar visible de su gobierno. El sanluiseño lo atribuyó a la urgencia, a la inexperiencia. Podría endilgársele falta de sensibilidad mínima para atisbar los humores de los ciudadanos. ¿Cómo es posible que Duhalde, con la experiencia de su predecesor fresquita, se invente con Barrionuevo, su propio Grosso, una figura que más allá de lo que haga o deje de hacer está juzgada de antemano por la sociedad?
Sencillamente es posible porque la asimetría entre las capacidades de los dirigentes argentinos (no sólo los políticos, pero también ellos) y la crisis es descomunal. Todos, cumpliendo sabios apotegmas de Murphy, llegan al cargo que no están en condiciones de desempeñar, con un detalle: producto de la inestabilidad institucional nacida en diciembre de 2001, llegan más rápido que antes.
La gente del común no gusta creer que sea la falta de maña, de piné de los dirigentes, la matriz de la mayor parte de lo que ocurre. Las teorías conspirativas, que imaginan que la banca siempre gana (aunque el espectador no conozca en detalle cómo) son más aceptadas, quizá porque son más confortantes, sugieren que un par de cambios de cúpula podrían obrar milagros.
Sin embargo, si se mira con cuidado lo que ocurre en Palacio, podría fabularse –remedando alguna vieja novela latinoamericana– que hay un solo presidente que de vez en cuando retoca su máscara pero que se inclina a los mismos tics y errores: el autismo, el encierro en entornos cada vez más mínimos, la apelación a figuras impresentables. Encerrados, paranoicos, pensando solo en sobrevivir, cavan prolijamente sus propias tumbas.
Un poco de política
Rodolfo Lavagna demostró en sus primeros días como ministro tener algo más de muñeca política que su precursor Jorge Remes Lenicov. Les hizo un guiño a los gobernadores y ganó aire: “Es el primero que nos hace una caricia en la espalda”, reconoció Carlos Reutemann, que será lacónico pero resultó mimoso, como casi todos los seres humanos. Luego Lavagna exploró una verdad esencial: toda negociación implica pedidos de máxima y una con el Fondo Monetario Internacional, aun en condiciones de extrema debilidad, cumple ese regla. Entre las dos leyes emblemáticas reclamadas por el FMI una, la de quiebras, es la más densa: alude a la reconstitución del poder empresario en la Argentina. Es la llave para que muchas empresas, incluidas las privatizadas de servicios, cambien de manos, en muchos casos por precios viles.
La de subversión económica procura indemnidad para banqueros y funcionarios, un fin accesible también por otros medios, menos ostensibles. Lavagna decidió explorar si es negociable, con lo cual desbloqueó –por un ratito, como es todo acá y ahora– la desconfianza parlamentaria y tal vez una de las dos joyas de la corona pueda fulgurar la semana que viene.
Por lo demás, en la economía real nada cambió si se puede llamar así a que todo se sigue agravando en el mismo sentido: dólar, precios, salarios, desocupación.
Teoría del caos
El pensamiento occidental, marcado por el cartesianismo, propende a(¿hacer?) creer en los equilibrios sociales, en que el orden y el progreso están dados. Esa visión, simplista y confortante como eran en otros tiempos los cuentos para niños, fue bien descripta por Isaiah Berlin “(existe) la convicción de que los fragmentos constituidos por nuestras creencias y hábitos son todos piezas de un rompecabezas que (dado que hay una garantía a priori) puede en principio ser resuelto de modo que es solo por falta de habilidad, por estupidez o por mala fe que no hayamos podido, hasta la fecha, hallado la solución por la cual todos los intereses serán armonizados. Esta tendencia fundamental del pensamiento de Occidente ha sido severamente sacudida” (“La marca de Maquiavelo” en Contra la corriente, varios autores, Fondo de Cultura Económica).
Duhalde pontifica que la Argentina está condenada al éxito, agravando así la devaluación de su palabra. Es más preciso concluir que la corporación política argentina está condenada al error. El Gobierno volvió a perder puntos, a encerrarse en el ghetto bonaerense. Puso en crisis al proyecto más mimado del Presidente. Y aumentó las posibilidades de que existan elecciones anticipadas. Casi nadie de primer nivel en la política quiere adelantar ese escenario pero varios cooperan para posibilitarlo.
Todos siguen obrando cual si estuvieran animados por una tendencia autodestructiva, siendo que persistir es uno de sus mayores anhelos. Así funcionan las cosas, suponiendo que a eso se pueda llamar funcionar.
“Conocer lo peor no es siempre quedar libre de sus consecuencias -proponía Isaiah Berlin como corolario de su escéptica cita anterior–, de todos modos es preferible a la ignorancia.” Siempre queda como esperanza que los hombres aprendan de sus errores, aunque la experiencia cercana dice que esa pedagogía no suele tener muchos discípulos en Balcarce 50 y adyacencias.

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