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El país|Lunes, 6 de mayo de 2002
EL ANALISIS DE DOS IMPORTANTES EXPERTOS NORTEAMERICANOS

¿Qué piensa este señor sobre la Argentina?

El director del Wilson Center, Joseph Tulchin, y Arturo Valenzuela, que trabajó en la Casa Blanca con Bill Clinton, hablan del corralito, la ayuda social, las prioridades de política argentina y la actitud norteamericana frente a la crisis, que no contemplará un desembolso masivo de fondos.

Por Martín Granovsky
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Desde Washington

Muy cerca de la Casa Blanca y de la explanada desde donde una estatua de Alexander Hamilton cuida el Departamento del Tesoro, Joseph Tulchin, director del programa latinoamericano del influyente Woodrow Wilson Center, sugiere a Página/12 imaginar así una decisión sobre América latina en el Departamento de Estado.
–Supongamos que usted y yo somos funcionarios norteamericanos que quieren ayudar a la Argentina –dice–. O que quieren profundizar el odio hacia la región, no importa. La cosa es que quieren elevar el nivel de los temas latinoamericanos en el Departamento de Estado. Un día usted y yo escribimos un buen memo, detallado, preciso, lleno de datos y orientaciones, y lo elevamos al secretario Colin Powell. Por supuesto, él tarda en prestarle la suficiente atención hasta que otro buen día lee el párrafo donde dice: “Darles a la Argentina y Uruguay un desembolso de 100 mil millones de dólares para que ambos países no quepan en sí de felicidad”. Y no le cae mal, pero se hace preguntas: “Si propongo dar dinero, ¿cómo afectará eso mi imagen en Medio Oriente? ¿Ariel Sharon me tomará en serio o no? ¿Qué me dirá el colega Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa que quiere liquidarme? ¿Me presentará como un blando que, entonces, es capaz de ser blando también en otras cosas? Y en el Congreso, donde habrá elecciones este mismo año, ¿querrán votar un paquete importante de dinero para el exterior y ser cuestionados por los contribuyentes?”.
Para Tulchin, el problema de la Argentina es que quiere diseñar unos Estados Unidos a su gusto y confía demasiado en lo que él define como “el quid pro quo”. Si estuviera en el Tortoni, que conoce bien, lo llamaría “toma y daca”.
–Pero la verdad –dice– es que la Argentina no es la estrella del mundo, y tampoco la estrella de los Estados Unidos. Eso, aunque los argentinos siempre piensen que son excepcionalmente buenos o excepcionalmente malos. Conozco bien el síndrome psico-social de la Argentina. Cuando el gobierno de Carlos Menem decidió hacer de los Estados Unidos el aliado principal, siempre pensaba en el negocio. “Enviamos tropas al Golfo. ¿Y qué nos han dado? Nada”, me dijo una vez un importante funcionario argentino. Y yo le dije: “El mundo funciona así”.
Sentado en un pub de Washington, con un sandwich delante, el ex encargado de América latina en el decisivo Consejo Nacional de Seguridad bajo Bill Clinton, Arturo Valenzuela, tiene que levantar la voz para explicarse. Atrás un grupo de chicos ve al Manchester por televisión. Hay gritos en el bar en penumbras. Gritos de gol que hacen sonreír a este chileno que a los 16 años, en 1960, llegó solo a los Estados Unidos a trabajar, pasó por la función pública y revista ahora como director del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Georgetown. Hay clima de fiesta en Georgetown. Terminan las clases. En los jardines que rodean las construcciones de ladrillo rojo, cerca de la interminable escalera donde se filmó El exorcista, se superponen las colas para hamburguesas o helados, las chicas en top, una banda que desafina y dos muchachos saltando como niños en una cama elástica. Ninguno de ellos parece preocupado por los veloces preparativos del presidente George W. Bush para invadir Irak, en una guerra larga y masiva que puede insumir 200 mil soldados y luego vaya a saber cuántos ataúdes envueltos en barras y estrellas.
Valenzuela está preocupado por la estrategia de Bush hacia América latina.
–¿O por la falta de ella?
–La política hacia la Argentina es un buen ejemplo. Y no hablo de ahora, cuando las opciones ya son dificilísimas y sin duda no habrá cantidades masivas de dinero.
–¿Qué hubieran hecho ustedes, qué hubiera hecho Clinton de diferente?
–El año pasado hubiéramos colaborado con la Argentina para que antes de la devaluación encontrase la forma de hacer un aterrizaje más blando. No sé si habría resultado, ¿no?, pero eso es hacer política: hacer las cosas que deben hacerse aunque haya imponderables y los resultados no estén garantizados. Y lo mismo en diplomacia. Es importante la ayuda de Chile y Brasil, pero esa ayuda sería distinta, se potenciaría, con el liderazgo de los Estados Unidos.
–Liderazgo que hoy no ejerce.
–Que hoy no ejerce –dice Valenzuela.
Como a Valenzuela, a Tulchin le preocupa la situación argentina. Ninguno de los dos quiere que un foco de inestabilidad en el Cono Sur se extienda. Valenzuela, igual, es tajante sobre la economía.
–Deben resolverse los problemas de fondo –dice con vocabulario similar al del Tesoro cuando éste habla de la crisis fiscal de las provincias argentinas.
Tulchin también, pero prefiere insistir en cómo se distribuye el dolor que vaticinan casi con gusto, con cierto sabor a sadismo, el secretario del Tesoro Paul O’Neill y el director gerente del Fondo Monetario Internacional Horst Koehler.
–Si el escenario es que el dolor se profundizará, hay que actuar de manera muy rápida y muy muy transparente.
–¿Por ejemplo?
–Que tengan prioridad para retirar sus fondos inmovilizados los depositantes más débiles, y no los grandes. Que cada funcionario que recibe un plan social se haga cargo públicamente de rendir cuentas, de presentar una lista de quién recibió el dinero y para qué. Yo sé que los expertos de Chicago recomendarán sobre todo la eficiencia. No estoy en contra de la eficiencia, pero me parece que sobre todo hay que ser justos. Y con el corralito también habría que establecer diferencias. Es muy irritante que pueda retirar sus fondos el que tiene un depósito de 500 mil dólares y no el jubilado que puso 10 mil. Hay que trabajar con los desocupados, con los jubilados, con los que tienen hambre. Dar comida.
–¿Cómo?
–Si el Estado tiene menor capacidad que antes, el tema de cómo distribuye los pocos recursos existentes pasa a ser cada vez más importante. Hay que pensar en dar autorizaciones a autoridades legales que no sean necesariamente el Estado central. El criterio es que el Estado haga cosas que sirvan para reconstruirlo a largo plazo.
–Pero en la Argentina ya no hay casi Estado.
–Es una opinión. Tal vez haya que imaginar nuevas jurisdicciones administrativas.
–Franklin Delano Roosevelt, en los ‘30, creó una estructura especial para las inundaciones del valle del río Tennessee. ¿Usted piensa en eso?
–La Argentina no es Estados Unidos, pero sí: más allá de su efecto económico ese tipo de iniciativas reconstruye la legitimidad política.
Tulchin recomienda a los latinoamericanos que tengan en cuenta una noticia. “El país que padece la mayor crisis económica, la Argentina, no importa en Washington tanto como se piensa. En términos económicos, viene mucho después de las diferencias por el acero entre Europa y Japón, o cómo reconstituir la economía japonesa.”
–La Argentina quiere ser un caso testigo, pero quizás a la Argentina no le convenga, ¿no es cierto?
–Coincido con usted –dice Tulchin–. Y además, si uno preguntara en el Departamento del Tesoro si la Argentina es un leading case, contestarían:”¿Un leading qué?”. Yo lamento, y disculpe que insista tanto en esto, que los argentinos tengan tal sentido de excepcionalidad que crean que son únicos hasta en la tragedia, pero así son los Estados Unidos reales, no los que uno quiere que sean.

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