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El país|Domingo, 17 de abril de 2005
LOS HIJOS DE DESAPARECIDOS, DE LA ADOLESCENCIA A LA ADULTEZ

Diez años de H.I.J.O.S.

En abril de 1995 la sociedad argentina estaba conmocionada por las declaraciones de Scilingo, Balza reconocía la participación institucional del Ejército en torturas y desapariciones y Carlos Menem se preparaba para su reelección. Mientras tanto, los hijos de desaparecidos empezaban a organizarse.

Por Victoria Ginzberg
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Con el escrache, H.I.J.O.S. revolucionó la protesta contra la impunidad: “Más que importar que del otro lado estuviera el milico, importaba que de este lado estábamos nosotros”.
Muchos sobrepasaron la edad que tenían sus padres cuando fueron secuestrados, formaron sus propias familias, tuvieron hijos y redefinieron varias veces su vínculo con sus “viejos” y con su ausencia. En ese camino revolucionaron la protesta contra la impunidad a través de los escraches. “Nacimos como una continuidad de la lucha de las Madres, las Abuelas, los Familiares y los Ex Detenidos, pero en estos diez años hemos hecho, humildemente, nuestro aporte. Somos partícipes de la historia argentina. Además del escrache como herramienta, nosotros sumamos la reivindicación de la lucha de los desaparecidos. Esto lo dicen las Madres, que a partir de nosotros, ellos están siempre presentes, como personas y como militantes”, asegura Carlos Pisoni, 27 años, estudiante de Ciencias de la Comunicación e integrante de H.I.J.O.S. (Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio).
En abril de 1995 la sociedad argentina todavía estaba conmocionada por las declaraciones del ex marino Adolfo Scilingo, conocidas un mes antes, y el entonces jefe del Ejército, Martín Balza, reconocía por primera vez la participación institucional del Ejército en torturas, asesinatos, secuestros y desapariciones. En abril de 1995, Víctor Choque, un obrero de la construcción de 30 años, pasaba a la historia como el primer muerto durante protestas sociales desde la vuelta de la democracia, y Carlos Menem se preparaba para su reelección. Mientras tanto, los hijos de desaparecidos empezaban a organizarse. Aquellos adolescentes que se abrieron paso en la marcha de los veinte años del golpe mostrándose como un colectivo cuyo simple caminar debajo de una bandera hacía llorar a más de un cuarentón –que veía en ellos a los hijos de sus compañeros, pero a la vez se veía a sí mismo con sus compañeros– hoy son adultos y llevan diez años agrupados.
Quienes iban a convertirse en “fundadores” de H.I.J.O.S. se conocieron en La Plata, en dos homenajes a los desaparecidos de las facultades de Arquitectura y Humanidades que se hicieron entre fines del ’94 y principios del ’95. La condición universitaria de esa ciudad hizo que allí se encontraran chicos que vivían en distintos puntos del país. Se citaron a mediados de abril, para Semana Santa, en un campamento en Córdoba. Allí surgió el nombre: H.I.J.O.S. (Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio) y la idea de seguir juntos.
En la ciudad de Buenos Aires, los Hijos hicieron su reunión fundacional en la sede de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas. Escribieron una carta pública que salió el 30 de abril en Página/12, junto con un reportaje.
“Hemos crecido. Hoy estamos juntos no sólo para preguntar sino también para hablar y exigir. Esta sociedad es hija del silencio y del terror, se pretende tender un manto de olvido sobre la historia de nuestro país. Nosotros no somos partícipes de este muro de silencio: queremos derrumbarlo. Necesitamos saber la verdad de nuestra historia para poder reconstruir nuestra identidad. Pero no es una necesidad solamente nuestra. El país debe asumir su propia historia”, decía el mensaje con el que se dieron a conocer. Los llamaron del programa de Chiche Gelblung y allí fueron. Toda una experiencia que trataron de no repetir, pero que sirvió para convocar a sus pares.
“Un día prendí la tele y me encontré con la novedad. Los vi hablando desde un lugar muy primitivo, el mensaje era: ‘Somos hijos que no tenemos padres, nos juntamos, vengan’. Anoté el teléfono y fui”, cuenta Paula Maroni, 28 años, socióloga. Respondió de inmediato, casi como un reflejo, porque no le cabía ninguna duda de que tenía que estar ahí: “Hasta los 18 años me sentía un bicho raro, tenía una historia particular que no podía compartir con nadie, no era tan fácil que te entendieran. Hasta esemomento yo sentía que los 30 mil desaparecidos habían tenido una sola hija, que era yo. Me sentía sola”.
Para Agustín Cetrángolo la decisión de sumarse a H.I.J.O.S. no fue tan inmediata. Se acercó a la organización en julio de 2003, poco antes de la anulación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. “Siempre supe mi historia y conocía la agrupación, pero nunca se me ocurrió militar en algo. Diciembre de 2001 marcó un poco un cambio y después, cuando se murió mi abuelo, me quedé sin identificación masculina, me enrosqué y empujado un poco por mi hermana vine a H.I.J.O.S.”.
Martín Chamorro tiene 31 años y es un flamante desocupado. Llegó a H.I.J.O.S. por una antigua novia. Sus padres no están desaparecidos, aunque sí fueron militantes en los ’70. Es uno de los miembros de H.I.J.O.S. que da cuenta del hecho de que la agrupación es de “población abierta”, es decir que alberga a jóvenes que comparten sus concepciones políticas pero que no necesariamente perdieron a sus padres. Definirse de esta forma les llevó un mes de discusiones en asambleas. “Pero no hacerlo hubiese sido contradictorio con el discurso de que la dictadura nos afectó a todos”, señala Paula. “Todos somos hijos de la misma historia”, agrega Martín.

Padres e hijos:

La relación de cada Hijo con su padre y su madre es personal, pero los diez años de militancia le permitió al conjunto elaborar y analizar varias veces el compromiso de quienes eran jóvenes en los ’70, tenían hijos o no y se jugaban la vida.
Paula explica que la primera etapa fue “de una idealización inmensa”. “Teníamos una relato familiar básico: ‘Tu viejo era bueno y lo mataron los malos. Era tan bueno y tan especial que lo mataron’. Luego lo fuimos complejizando, analizando políticamente”.
–¿Cómo ven la militancia de los ’70 hoy?
–Como el hombre y sus circunstancias –señala Emiliano Quinteros y el resto asiente–. Podemos tener una visión crítica pero también ver de dónde venían: de un contexto con el partido militar alternando en el poder y con gobiernos democráticos débiles y deslegitimados. No se puede analizar la historia sacando un pedazo.
–También pasa que militando entendés qué es la militancia. Yo me imaginaba a mi viejo militando como algo súper serio. Y te das cuenta que tiene que ver con la alegría. Ahí entendés a tus viejos, entendés que tiene que ver con estar vivo, con sentirte parte de algo –completa Paula. El recorrido realizado por HIJOS les permitió no bajarse de la reivindicación del camino elegido por sus padres en el contexto histórico de los años ’70, pero a la vez elaborar sus propias práctica: se definen como “horizontales” y toman decisiones por consenso, lo que a veces puede dilatar una definición pero que implica una postura clara en la forma de construir política.
La irrupción en el mundo de los hijos de H.I.J.O.S. fue otra variable que obligó a redefinir los vínculos. “La película te cambia, a nivel personal y a nivel político –dice Paula, madre de Mateo, de ocho meses–. Antes yo pensaba ‘qué suerte que me quedó mi mamá’. Recién criando a mi hijo, que tiene un padre muy presente, me doy cuenta la importancia de tener un padre. El otro día, en una reunión con la gente del centro clandestino El Atlético, empecé a mirar a los varones y me puse a pensar que cualquiera podía ser mi viejo y fue la primera vez en mucho tiempo que sentí la necesidad de tener un papá y que me abrazara, de sentirme contenida en brazos de un hombre grandote. Antes lo sentía, pero ahora lo dimensiono. Yo tenía once meses cuando se llevaron a mi papá y cuando lo secuestraron yo estaba presente. Siempre pensé que a los once meses eras un bebé muy chiquito, que no entendías nada, pero viendo a mi hijo me doy cuenta que tuve que entender más de esa situación de lo que siempre creí. Pude dimensionar que lo que me pasó a mí también fue muy fuerte, al presenciar esa escena. Veo a mi hijo muy grande y, a la vez, a mi viejo –que tenía 21 años, y yo lo veía como muy grande– muy chiquito.”
Emiliano es el padre de Mateo y su nacimiento también le revolucionó la cabeza: “La familia de mi viejo, que está desaparecido, tiene una historia de militancia. Mi abuelo era de la resistencia peronista y mi viejo vio cómo se lo llevaban y cómo le daban biava en una huelga ferroviaria al grito de ‘negro de mierda, tenés que ir a laburar’. Uno se da cuenta de que siempre le engrosaron la tropa a todas las peleas que hubo en la historia del país. Con Mateo sé que la última gota de sangre que se derramó es la de mi viejo. Eso no significa abandonar la pelea o esconder la cabeza en tu casa, pero mi familia fue tropa siempre y yo no quiero que mi hijo sea tropa de nadie, ni yo tampoco. A partir del nacimiento de mi hijo valoré más la vida. Quiero que mi hijo sea como quiera ser, pero si puedo intervenir en algo, que sea para que no se derrame ni una gota más de sangre sobre esta tierra. Se terminó”.

Consenso social:

La idea del “escrache” estuvo presente desde el principio. Los Hijos tenían claro que no se bancaban que los asesinos de sus padres estuvieran en libertad y que el objetivo era conseguir justicia. En 1995 parecía una ilusión. “Desde siempre el escrache estuvo marcado por la idea de conseguir consenso social para lograr una condena legal. Al inicio hicimos algunas solicitadas en Página diciéndole a la gente que les mandara saludos, dándole las direcciones. La idea de ir a las casas de los represores estuvo presente desde el primer momento, pero nos llevó dos años poder hacerlo. No tanto por la logística, sino por estar en la casa del tipo. Había gente que decía que no podía pasar por la Avenida del Libertador, para la que toda la avenida estaba vedada (por la presencia de la ESMA) y que no se imaginaba poder estar frente a la casa de un represor, con el hombre adentro. Cuando lo hicimos nos dimos cuenta de que estaba buenísimo, era muy catártico”, narra Raquel Robles, integrante de H.I.J.O.S. desde el primerísimo día. “Más que importar que del otro lado estuviera el milico, importaba que de este lado estábamos nosotros. No hubo borrón y cuenta nueva. No era catarsis de llanto, era de alegría. No crean que nos mataron, estamos vivos, están las Madres, los Hijos, estamos todos”, señala Emiliano.
El primer escrache hecho y derecho fue al médico Jorge Magnacco, que en 1997 trabajaba en el Sanatorio Mitre. Los Hijos recorrieron durante un mes el trayecto que iba de la clínica al domicilio del obstetra, que había participado de varios partos clandestinos en la ESMA. Fue el primer logro concreto y palpable: al hombre lo sacaron del hospital. A Magnacco le siguieron Antonio del Cerro (Colores), Albano Harguindeguy, Fernando Enrique Peyón, Leopoldo Fortunato Galtieri, Santiago Omar Riveros y varias decenas más. La práctica empezó a ser utilizada por otros movimientos sociales.
Los represores comenzaron a inquietarse por esos chicos que les interrumpían la paz de los años de impunidad, que avisaban o recordaban a sus vecinos que el apacible señor mayor que iba todas las mañana a comprar el pan tenía las manos manchadas de sangre, de tanta, que el paso de los años no podía aplacar el reclamo de justicia. Las banderas, los carteles y la bulla que irrumpían en los barrios porteños no sólo hablaban de situaciones personales sino también de la institucionalidad. Ponían en evidencia que si estos hombres estaban en libertad y estos jóvenes estaban frente a sus casas era porque en Argentina no había justicia. El ruido comenzó a molestar no sólo a los militares. Así, llegaron las provocaciones y la represión. Algunos medios buscaron asociar a H.I.J.O.S. con la violencia. “Los organismos de derechos humanos dieron una lección respecto a la venganza e H.I.J.O.S. la potenció. Muchas veces nos encontramos en escraches sin policías. En etapas de investigación nos llegamos a cruzar con los milicos. En un escrache de fines de 2001 –revela Emiliano– viene un pibe a decirme que estaba Galtieri. Estaba lavando el auto a media cuadra. Tenía el torso desnudo, con toda la vulnerabilidad de un viejito. Uno sabía que lo puede, pero pensé que el escrache tenía que terminar en paz. Lo terminé metiendo en la casa, que era de un pariente y huyó como una rata. ¿Si lo pensé? Claro que lo pensé, pero si yo le pegaba, le pegaban todos y lo íbamos a reventar. Y privilegiamos otras cosas”.
Carlos señala que el escrache cambió. “Antes, pensábamos en si iba un canal de televisión, ahora nos importa más el trabajo territorial. Uno de los beneficios que tenemos es que podemos hacer que se articulen otras agrupaciones en un barrio. Lo que genera el escrache es preguntarse qué pasó y qué es lo que pasa hoy. Nos dimos cuenta que cuando más molestan, es cuando los hacemos a los cómplices o cuando nos metemos con el poder económico, como los que hicimos al cardenal Juan Carlos Aramburu o al ex ministro de Economía Roberto Alemann.”

Ser H.I.J.O.S. hoy:

Como en todo el país, el 19 y 20 de diciembre de 2001 dejó su marca en H.I.J.O.S. Ellos definen esta crisis como la primera pelea generacional en la que pusieron el cuerpo y como la demostración de que ellos mismos podían perder la vida o ser gravemente heridos por la policía. Algunos de sus integrantes sintieron que tenían necesidades que sobrepasaban lo que les podía dar un organismo de derechos humanos y marcharon para militar en diversos movimientos sociales o agrupaciones políticas. Los que se quedaron aseguran que después de esa experiencia comenzó un período de asentamiento y discusión de ideas. “La maduración pasa por trabajar la organicidad y las definiciones políticas. Paramos la pelota, ya no estallamos”, asegura Emiliano.
El kirchnerismo y su política de derechos humanos les impuso un desafío, como a todos las agrupaciones del sector. Carlos explica que dentro de la organización hay acuerdo en que este gobierno consiguió avances que tienen que ver con dos viejos reclamos de los organismos de derechos humanos: la entrega de la ESMA y la anulación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. “Pero –agrega– como organismo de derechos humanos seguimos exigiendo que no se sigan violando esos derechos. Particularmente creo que el hambre no se termina de un día para el otro, pero mientras haya hambre vamos a seguir denunciándolo, con este gobierno o con el que sea. Nuestro objetivo principal siempre fue que los responsables del asesinato de nuestros viejos vayan en cana, ahora vamos por muchas cosas más.”
Para los represores siempre fueron una amenaza. Tal vez los veían como Hamlets impulsados a la venganza por el espectro de sus padres, a los que ellos habían asesinados. “Puede que tenga que ver con el rol que tiene la figura del hijo en la religión, del hijo vengando al padre o tomando su bandera, pero los militares siempre nos demonizaron”, asegura Emiliano. Pero estos Hijos no buscaban más muerte, buscaban Justicia, y tenían en sus maestros a las Madres, las Abuelas, los Familiares, los sobrevivientes de los centros clandestinos. Tal vez su mayor logro haya sido poder organizarse. Como dice Martín, “el plan de los militares tuvo que ver con romper los lazos sociales y a pesar de eso los hijos se juntaron. Ellos lo pensaron para que esto no sucediera, pero sucedió igual”.

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