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El país|Lunes, 25 de abril de 2005
ERNESTO LACLAU, FILOSOFO Y POLITOLOGO

“La izquierda ya no está aislada”

Recién llegado de Inglaterra, donde vive desde hace 30 años, analiza los cambios producidos en la realidad de los movimientos populares en la Argentina y América latina durante los últimos años.

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“El kirchnerismo hoy cuenta con posibilidades que el peronismo histórico nunca gozó. El sistema institucional actual es probablemente más sólido que en cualquier otro momento de la historia argentina de los últimos 40 o 50 años.” Con cauteloso optimismo, el filósofo argentino Ernesto Laclau se aleja de aquella visión con la que dos años atrás advertía una distancia irreconciliable entre la sociedad y el sistema político. Recién llegado de Inglaterra, donde vive desde hace 30 años, el autor de Hegemonía y estrategia socialista –importante referente del pensamiento posmarxista— incluso llega a reconocer por momentos en las corrientes de izquierda un intento por articular un proyecto común capaz de ser postulado como alternativa frente a la hegemonía del discurso de mercado.
–Tras la crisis de 2001 usted advertía una disgregación tan radical de las demandas sociales que se tornaba casi imposible el surgimiento de un proyecto político capaz de articularlas. ¿Cuál es el escenario actual?
–En aquel momento corrimos un gran peligro. Se estaba dando una expansión horizontal de las demandas en donde la protesta se dirigía a muchos sectores nuevos. Pero no había ningún intento de articularlas verticalmente al nivel del sistema político. Hoy la situación es distinta. Existe un intento para que la protesta social sea recibida a nivel de las instituciones del Estado, de modo que éstas pasen a ser más sensibles respecto de este tipo de movilización. Si bien el proceso es muy complejo y la situación evidentemente dista mucho de ser rosa, lo cierto es que hay mucha más respuesta a las demandas democráticas de los movimientos sociales que las que hubo en los regímenes políticos anteriores.
–Algunos sectores califican esta integración de las demandas al espacio institucional como un intento de cooptación de la protesta social.
–Hay que hacer algunas aclaraciones. Por un lado, si se plantea la incorporación de ciertos sectores al sistema existente sin que las demandas democráticas avancen en ninguna dirección, asistimos evidentemente a una mala forma de cooptación. También puede generarse una radicalización de las demandas en el vacío. Es decir, se llega a un tipo de guerra de posición en donde los reclamos, por ser tan radicalizados, no pueden tener ningún tipo de satisfacción. Yo creo que entre estos dos peligros pasa la verdadera política, que tiene que modificar la forma del Estado a través de la incorporación y satisfacción real de las demandas democráticas. Los piqueteros han sido un movimiento muy positivo en la política argentina en el sentido de que han radicalizado demandas que antes no se vehiculizaban hacia el sistema político. Evidentemente hay un cierto piqueterismo duro que hace juego a los sectores más reaccionarios porque plantea una política de enfrentamiento cuando se trata de consolidarla institucionalmente.
–En La razón populista, su último libro, usted plantea que una de las condiciones para la consolidación de los movimientos populares es la incapacidad por parte del sistema institucional de absorber un conjunto de demandas sociales. ¿Qué sucede cuando desde las mismas instituciones se busca asumir la representación del movimiento, como es el caso de los gobiernos populares?
–En todo proceso de representación siempre va a existir un doble movimiento. Por un lado, el de los representados hacia los representantes. Y, por el otro, el del representante al representado. En este proceso la identidad del último es complementada y reconstruida a través de la representación. Tomemos el caso extremo de masas marginales en donde no está claro un interés de sector. Allí la función del representante político es dotar de un lenguaje y una capacidad de movilización a esos sectores. No es cierto que la función del representante en una democracia tenga que ser pasiva. El movimiento de Chávez en Venezuela es profundamente democrático. Allí el discurso del poder es el mismo discurso que comienza a movilizar a esas masas. No sólo actúa movilizándolas. Ese discurso también ayuda a su formulación y deliberación. De otra manera tendríamos la situación anterior: masas completamente vacías y un poder que se reproduce sin ninguna solución de continuidad.
–Ahora bien, la representación no sólo se sostiene en la identificación con el líder.
–Tomando algunos conceptos del psicoanálisis, podemos afirmar que el lazo social es un lazo de amor por el líder. Pero al mismo tiempo ese líder tiene que representar algo que compartan todos los otros miembros de la comunidad. Ningún movimiento sólido puede sostenerse sólo en el amor por el líder.
–Esta cuestión usted la plantea como una de las causas del fracaso del peronismo en 1973.
–Durante el exilio, Perón logró consolidar su centralidad sobre la base de representar cosas muy diversas para los distintos sectores de su movimiento. Ese lugar central no se basaba en una unidad estructural. No había una convergencia de todos aquellos sectores antagónicos unidos bajo la bandera del peronismo. Todos mantenían su propia interpretación del discurso de ese líder. Cuando Perón llega al poder, ese papel universal que había adoptado no lo podía sostener porque era el presidente de la República y tenía que tomar decisiones. Es en ese momento donde todas las contradicciones internas del movimiento estallan y precipitan el fracaso. En conclusión, todo movimiento político requiere de la expansión de una cadena de demandas pero tiene que construirse sobre cierta coherencia entre esos distintos reclamos porque si no lo que puede ocurrir es que entre las demandas concretas no haya relación alguna.
–¿Es eso lo que ocurrió con el proyecto de transversalidad de Kirchner?
–Cuando el proyecto fue anunciado me despertó cierta simpatía, pero también tuve mis dudas. La razón es que en el país las fuerzas políticas fuera del peronismo son tan débiles que una transversalidad real no podía ser demasiado efectiva. Finalmente se ha vuelto a aquella vieja situación en donde el debate entre distintos sectores del justicialismo decidirá el futuro del país.
–¿Se puede hablar de un intento de parte del kirchnerismo por recuperar el discurso del peronismo histórico?
–Hay un intento de construir un discurso político alrededor de ciertos significantes centrales que vienen del ’45, como “Patria” y “Pueblo”. Pero el país ha cambiado mucho desde entonces. Yo creo que la situación de Kirchner como líder político es mejor que la que tuvo Perón durante toda su carrera por el hecho de que Kirchner está moviéndose dentro de un sistema institucional mucho más estable que el que conoció el peronismo histórico. En 1945 la sociedad había sido desintegrada por 15 años de dominación oligárquica. No había una práctica política democrática en ningún sentido. Lo que se dio es un intento popular de reconstruir un sistema alternativo, que siempre se vio frenado por una oposición a la cual simplemente no se podía disolver. Cuando nuevamente logra llegar al poder en 1973, el movimiento está tan fragmentado y dividido entre grupos rivales que era muy difícil establecer un sistema institucional relativamente sólido. El kirchnerismo hoy cuenta con posibilidades de las que el peronismo histórico nunca gozó. El sistema institucional actual está probablemente más sólido que en cualquier otro momento de la historia argentina de los últimos 40 o 50 años.
–Por otro lado, se asiste a un desplazamiento del discurso hegemónico de los ’90.
–Estamos ante un gobierno en el cual la acción del Estado es asumida como actor fundamental del proceso económico. Las fuerzas del mercado ya no son aceptadas como en los ‘90. Durante los primeros años del gobierno de Alfonsín el discurso de la democracia era el discurso dominante. Se había creado como horizonte desde el cual se veían todos los problemas. En los años de Menem, por el contrario, lo que se juzgaba como prioridad era la estabilidad económica. Hoy estamos dejando atrás ese imaginario. Hay una percepción de que los cambios económicos deben lograrse sobre la base de una unidad sostenida por la mayor parte de la población. Es decir, hay un intento de equilibrar las demandas sociales y el proceso económico.
–Este cambio se refleja en un nivel más global, con el ascenso de partidos de izquierda en varios países de la región.
–La izquierda está reconociendo que su misión dentro de un escenario clasista tradicional es un callejón sin salida. Si usted observa el movimiento de izquierda más importante en los últimos años, el Movimiento Antiglobalización, se puede notar un discurso completamente nuevo. En los foros de Porto Alegre se ve todo tipo de grupos en torno de problemas locales muy específicos. Pero al mismo tiempo hay un intento por crear un lenguaje común que los cruce. Creo que es lo más importante que se ha producido en la izquierda a partir de la crisis del marxismo. Por otro lado, cierto equilibrio político en varios países de América latina está favoreciendo el ascenso de sectores de izquierda al poder. De modo que evidentemente ya no estamos en la situación de aislamiento en la que la izquierda se encontraba hace veinte años. Esto me parece sumamente importante ya que no hay futuro progresista sin avanzar al mundo multipolar. Un mundo con una hegemonía americana que no es desafiada por nadie no genera las condiciones necesarias para el progreso político. Yo creo que la posibilidad real de un equilibrio mundial que favorezca las causas del progreso depende de que la Unión Europea se consolide como bloque diferenciado frente a Estados Unidos. En este mapa, el ascenso de China como potencia mundial también es una realidad con la que se va a tener que contar cada vez más. En la medida que todo esto se vaya dando es obvio que el Mercosur como alternativa tenga más posibilidades. El peligro está en que todos estos cambios sean planteados en términos económicos. Por ejemplo, los últimos países que se han incorporado a la Unión Europea lo han hecho por razones estrictamente económicas. La idea de crear una identidad europea alternativa se da solamente en algunos de ellos.
–En este contexto, ¿se podría augurar el fin de aquella apatía política que usted criticó durante los últimos veinte años?
–No me atrevería a tanto. La posibilidad de avanzar en este escenario multipolar se podrá concretar a medida que todos estos proyectos no sólo avancen bajo una perspectiva meramente económica sino también sean entendidos como la construcción de una identidad política y cultural. Sí podemos afirmar que estamos en un período políticamente mucho más positivo y creativo que en la década del ’90.

Reportaje: Carolina Keve.

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