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El país|Lunes, 13 de mayo de 2002
OPINION

Figurita repetida

Por Eduardo Aliverti

Toda esa energía física y conceptual volcada en el debate de las leyes de Quiebras y de Subversión Económica... Los acuerdos secretos, las sospechas de otra “banelquización”, las razones de privilegio, las amenazas de pugilato, los periodistas trenzándose en discusiones interminables sobre el gesto de Alicia Castro... Todo absolutamente inútil. Tampoco esto va a alcanzar para que el gobierno norteamericano, el FMI y los organismos secuaces brinden la ayuda dineraria que la gestión de Duhalde y Alfonsín tiene como único proyecto de corto, mediano y largo plazo. Creer –si en realidad lo creen– que a Washington le importa otra cosa que no sea el caos y la fragmentación territorial argentinos, dejando así el camino libre para la imposición de sus negocios con actores múltiples, es entender nada acerca del neo-papel hegemónico de los Estados Unidos. O expresado de otra manera: la dirigencia política tradicional de los argentinos podrá ser naturalmente corrupta, pero antes que eso es esencialmente ineficiente. En ese sentido, las calorías gastadas en todo el proceso de discusión y aprietes de estas leyes fueron el calco de lo insumido cuando Cavallo planteó al Congreso el invento del “déficit cero”, como último recurso, ante los acreedores, para salvarse del incendio total. Ya nadie lo recuerda: aquella ley se sancionó con diputados y senadores advirtiendo que lo hacían por contribución patriótica, pero apretándose la nariz; con las emisoras de radio y televisión transmitiendo en directo; con operadores gubernamentales despachando aviones al exterior para retornar a los legisladores que darían el quórum necesario; con De la Rúa insomne, tal vez por primera vez en su vida, siguiendo las alternativas de la votación desde Olivos. El resultado fue el cero que a los pocos meses acabaría con el gobierno de la Alianza y con la paciencia de los argentinos. Esta vez no será diferente y lo que importa no es que la Nueva Alianza entre peronistas y radicales termine de la misma forma sino que la paciencia popular, de nuevo estallada, no sea capaz de transformarse en organización y liderazgo. Es curioso. En el exterior se mira con asombro y expectativa la tragedia argentina y sus opciones de desenlace; hasta dónde esta situación inédita podría parir que el país se convierta en un faro de primer orden para las luchas populares; qué se cocina en un caldo de cultivo que jamás se vivió. Y tanto argentino mediocre e infeliz sigue suponiendo que sólo puede animarse a aquello que se le imponga desde el exterior.
O que se le pague.

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