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El país|Lunes, 16 de mayo de 2005
GöTZ ALY, HISTORIADOR ALEMAN ESPECIALIZADO EN LA SEGUNDA GUERRA

“El Holocausto se aceleró por motivos económicos”

A sesenta años de la caída de Hitler, este periodista e historiador de 58 años publicó un best-seller inesperado: un estudio científico de cómo se beneficiaron económicamente los alemanes con el saqueo de Europa y la masacre de los judíos. Estado Popular de Hitler revela cómo el bienestar general se logró con mano de obra esclava, cómo se pagó a soldados y civiles con oro robado y hasta se les daba a los bombardeados muebles saqueados de Francia y Holanda. Una historia de complicidad pasiva.

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Por José Comas *

–Su libro termina con la frase “Quien no quiera hablar de las ventajas que brindó a millones de alemanes comunes, que no hable de nacionalsocialismo ni Holocausto”.
–Es una modificación de una frase muy conocida del sociólogo Max Horkheimer: “Quien no quiera hablar de capitalismo, que no hable de fascismo”. Esta frase se hizo muy popular en la Alemania de la posguerra porque reducía la culpa. Ningún régimen cometió tantos crímenes como el nacionalsocialismo. Lo que se hizo bajo Franco o Mussolini no tiene comparación posible con la masacre cometida aquí. De ahí surgió la necesidad automática y humanamente comprensible, de limitar la culpa a los capitalistas, a comandos de matones, a políticos perturbados, a enfermos. Eso se puede entender. Este libro estudia la cuestión de por qué los alemanes colaboraron tanto tiempo; por qué en el interior del país bastó con tan poco terror entre 1935 y 1942 para mantener a los alemanes de buen ánimo bajo este régimen. Digo entre 1935 y 1942 porque de 1933 a 1935 estaban en fase de consolidación, que efectivamente iba ligada al terror, pero en 1936 se encerró a unas 4000 personas en los campos de concentración. La mitad eran los llamados asociales y alcohólicos. Había presos políticos, pero muy pocos. La mayoría de los socialdemócratas y comunistas se acomodaron. Posteriormente sí hubo una fase más de terror, entre el verano de 1942 y 1945. Es entonces cuando se produce la mayoría de las condenas a muerte de alemanes, unas 30.000, 15.000 contra soldados y 15.000 contra civiles, pero el 90 por ciento se ejecuta después del verano de 1942.
–Luego había complicidad con el régimen y agradecimiento por lo recibido.
–Sí, así es. Yo afirmo en este libro que no fue tanto la ideología racista lo que entusiasmó a la mayoría de los alemanes. La mayoría no se convirtió en racistas desaforados, sino que se acomodó a este régimen que empleó métodos muy bien conocidos por el mundo actual. Son métodos del moderno Estado social redistribuidor.
–Eso, por supuesto, es mucho peor. Significa que había algo así como una especie de contrato social. De una parte, estómagos agradecidos y, de otra, los criminales.
–Sí, pero los estómagos agradecidos y el crimen están relacionados. Los estómagos de los alemanes y las ventajas que sacaron de este régimen se pagaron a costa de los asesinados, de los países de Europa conquistados, de ocho millones de trabajadores forzosos, de los judíos aniquilados. En este libro expongo la relación entre lo uno y lo otro. Es un libro científico, pero, para mi sorpresa, ha tenido éxito. Yo no contaba con eso. Es un libro para los archivos, pero ¿por qué los alemanes lo leen ahora? Noto, por las reacciones de los lectores, que, como alemanes, no importa a qué partido votemos, aceptamos los crímenes de la Alemania nacionalsocialista como algo que sucedió y sobre lo que ya no hay discusión. Lo aceptamos como hecho histórico, del que, como descendientes, tenemos que asumir la responsabilidad histórica. El problema es que si recibimos la herencia de nuestros antepasados, las historias de las familias parecen inocuas, no nos cuadran con los crímenes de esos 12 años. Este libro construye el puente, puede contribuir a explicar por qué este sistema, en conjunto tan lábil y especulativo, tuvo tanto éxito. Sitúo en un lugar central las cartas desde el frente del soldado Heinrich Böll (Premio Nobel de Literatura), que era un antinazi manifiesto, toda su familia lo era. Pertenecía al círculo católico de Colonia. Fue soldado durante seis años. Las cartas desde el frente muestran cómo una familia así se integró, hasta cierto punto les iba bien, pese a la dureza de la vida en Colonia. Böll llegó a mandar a casa desde Francia 11 paquetes en un día. En sus cortos permisos regaló a su mujer medio cerdo, ropa interior de seda y perfumes. Todo a costa de la economía francesa.
–El 95 por ciento de los alemanes sacó provecho.
–También los antifascistas.
–¿Sabían a costa de quién les llegaba este bienestar?
–Vagamente. También esto se lee en las cartas de Böll. Al principio dice: “Lo que hacemos aquí como soldados es expoliar cadáveres. Compramos todo el país hasta dejarlo vacío, y yo no quiero participar en esta rebatiña de artículos de ocasión”. Después se nota cómo también él cae en la tentación y compra y compra, y enseguida no escribe más que de sus expediciones por la campiña francesa en busca de comida.
–Según su argumentación, el antisemitismo no explica lo ocurrido.
–No, el antisemitismo no explica por qué este régimen del que estaba tan claro que tenía que llevar a un mal camino, si lo vemos con ojos de hoy, pudo sostenerse tanto tiempo y por qué tantos participaron en él. Fueron esos mecanismos. No sólo los paquetes, era el buen abastecimiento de Alemania durante la guerra. No se podía alimentar a sí misma, y toda Europa fue expoliada. En Polonia, en Grecia, en la URSS murieron de hambre millones de personas. En Polonia había un gobernador llamado Hans Frank, que gracias a Dios fue ahorcado, que decía: “No, eso no lo podemos hacer. Si los dejamos aún con menos de lo que tienen, va a haber una rebelión, una guerra de guerrillas”. El ministro de Alimentación le contestó: “¿Y por qué no? Dentro de poco, Polonia estará limpia de judíos”. Era en el verano de 1942.
–Usted dice que no fue la ideología antisemita. ¿Tampoco fue el deslumbramiento por un caudillaje carismático?
–No voy a decir que no fuera la ideología antisemita. Si usted quiere expropiar a los judíos, no puede decir que los judíos son ciudadanos con los mismos derechos. Si usted expropia a los judíos de Europa, tendrá que decir que el dinero que tienen lo han conseguido con malas artes y que son mala gente. Se necesita también una ideología antisemita. Era importante que eso tuviera una compensación directa. La expropiación de los judíos en el año fiscal 1938-1939 aportó a las arcas del Estado alemán unos ingresos adicionales del 9,5 por ciento. Esos ingresos fueron a costa del patrimonio de los judíos asesinados, y esto se perpetuó en la guerra en toda Europa. La gente se dio cuenta de que se sacaba provecho. Se aprovisionó a las víctimas de los bombardeos con los muebles de los judíos deportados. A Colonia arrasada llegaron muebles de Amberes, París, Lieja, Bruselas y Rotterdam, y a las víctimas de los bombardeos, ropa de los judíos de Praga.
–Esto significa que hay una relación entre el campo de exterminio de Auschwitz y el bombardeo de Dresde.
–Sí, hay una relación entre Aus-chwitz y todo el mundo en Alemania. Es una relación de la que la gente sencilla no era consciente. Pero se podíabarruntar algo, una idea de que estaban llegando cosas que habían pertenecido a otros. Y hubo gente que no quiso aceptar esas cosas.
–Y los mandamases políticos lo sabían. ¿Tuvo el Holocausto una raíz económica?
–El Holocausto se aceleró por razones económicas. Los motivos económicos y de política social no explican el Holocausto, pero que haya habido este provecho concreto, que lo aceleró todo y también hizo posible el consentimiento público, es una condición previa importante. Se deportó a los judíos de Colonia en un momento en que el soldado Böll, por haber sido declarado enfermo, se encontraba muy cerca y visitaba con regularidad a sus padres y a su mujer. En sus muchas, muchas cartas, no dice ni una palabra de esto. Esto sencillamente no pasaba. No era noticia, ni siquiera para alguien así. A la gente le iba relativamente bien, se habían acomodado y a partir de algún momento confiaban en que se ganaría. Esto también aparece en las cartas de Böll desde el frente: “Tenemos que ganar”. Y así es como se puede contestar a la pregunta de qué sabía la gente. Como para poder conocer esto y lo otro y la existencia de las cámaras de gas, tanto no. Pero intuían, y se ve en cartas y opiniones de la época, que si Alemania era derrotada y los vencedores trataban a los alemanes la mitad de mal de como éstos trataron a los que habían vencido, no habría nada que hacer. Esto también llevó a aumentar esa integración política en la segunda mitad de la guerra, esa sensación compartida de que los puentes que quedaban atrás estaban destruidos.
–Estaban obligados a ganar.
–Todo el sistema financiero era puramente especulativo, lo que en Alemania llamamos sistema de bola de nieve. Como un fondo de inversión que promete grandes ganancias siempre que constantemente atraiga nuevos inversores. Desde el punto de vista político era una burbuja especulativa, también financieramente. Esa guerra y todas las obligaciones y deudas que se habían contraído sólo se podían poner de nuevo en orden, refinanciar, por así decirlo, con una victoria aplastante que fuera unida a la explotación despiadada de millones de personas.
–Esto es peor que si se les hubiera deslumbrado o fueran antisemitas por motivos ideológicos. Actuaron por motivos rastreros.
–Se actuó por móviles rastreros. Por otra parte, vemos actuar a esa gente desde una perspectiva actual. Las posibilidades de distanciamiento disminuyen. Este soborno político, social, y lo fácil que es compensar determinadas cosas a costa de otros y hacerlo con los correspondientes medios del poder es más desagradable que pensar que fue un antisemitismo medieval, que hubo una propaganda abrumadora y que los alemanes estaban tan deslumbrados y creyeron a ese führer carismático que les prometió una y otra vez el oro y el moro, y cómo, después de Versalles [el tratado de paz de 1919] y la derrota de la Primera Guerra Mundial, estaban tan machacados interiormente, se dejaron atrapar por el señuelo de ese hombre. Esta es la clase de explicación habitual.
–En el libro aparecen nombres que no eran tan conocidos. Todos conocemos a Himmler, Heydrich, Eichmann. Pero ahí aparecen nombres como el del ministro de Hacienda, Schwerin von Krosigk. Es la primera vez que oigo hablar de él. Y resulta que él y otros, en todo este sistema, eran mucho peores. ¿Podría llamárseles asesinos de despacho?
–Esta gente de la administración financiera del Reich, que en la Segunda Guerra Mundial gestionaba las finanzas, al principio de sus carreras tuvo que pagar las reparaciones de guerra a Francia, Bélgica y Reino Unido. El Departamento III del Ministerio de Economía, que más tarde explotaría a Europa sin piedad, era el encargado de regular las deudas del Tratado de Versalles. Esa gente aprendió al principio como víctimas, como objetos pasivos del Tratado de Versalles, como ejecutores contra su propia convicción; después enriquecieron lo aprendido con talento administrativo alemán y radicalismo narcisista, y lo aplicaron a Europa, siempre con el sentimiento subjetivo de que se estaban vengando de algo que se les había hecho. Esto jugó un papel, ya lo creo. Pero con un radicalismo y una contundencia que no se pueden comparar con las cargas que se impusieron a Alemania después de la Primera Guerra Mundial. Esta administración financiera tenía un plan muy claro de cómo financiar la Segunda Guerra Mundial y, por ejemplo, siempre pidió que se cobraran más impuestos a los trabajadores alemanes, al asalariado medio. Sencillamente para evitar el peligro de inflación, para financiar la guerra con cierta solidez. Hitler siempre dijo que no, que eso no se le podía pedir al pueblo, que buscaran otros caminos. Y se pusieron a buscarlos.
–¿Eso quiere decir el Holocausto?
–Eso quiere decir Holocausto, quiere decir trabajos forzados, quiere decir saqueo despiadado, pero siempre pagando. Es un saqueo muy hábil, como advierte uno cuando lo lee. Funciona según el esquema de comprar en lugar de robar. Siempre se compra, pero con el dinero del país ocupado. Siempre es un solo hombre el que se encarga del saqueo en cada país. Por regla general, es un director del Banco del Reich situado en el banco central emisor del país ocupado, y normalmente es uno de los primeros funcionarios que se presentan en el país ocupado.
–Escribe usted en su libro que hasta el terrible Servicio de Seguridad del Reich advierte de que no se podía saquear tanto porque en Polonia podría desencadenarse una rebelión y el Banco del Reich ordenó continuar.
–La explotación fiscal... sí, es verdad. Ha habido contradicciones así. Se deportó a los polacos y judíos antes de asesinarlos. Los de las SS querían que se fueran con una cantidad de dinero relativamente alta para que no se quedaran sin nada. El Banco del Reich y Hacienda les dijeron que no, que eso no lo podían hacer, que ese dinero lo necesitaba Alemania y que los deportados se las apañaran como pudieran. Y ahí estaba gente expropiada, depauperada, hambrienta, sin saber adónde ir. Después sólo quedaba un paso bastante corto hasta los planes de exterminio, que se desarrollaron a lo largo de la guerra, pero con esas condiciones creadas previamente. Ahí, la administración financiera del Reich, el Banco del Reich, siempre tuvo un papel central.
–Escribe usted que durante su investigación comprobó que en los archivos militares y en el Banco del Reich se destruyeron muchos documentos.
–Sí, se destruyó mucho, y, por cierto, en interés de todos los alemanes. Está absolutamente claro. La administración financiera del Reich siguió trabajando después del 10 de mayo de 1945. Los funcionarios continuaron hasta 1949 y siguieron haciendo lo que hacían antes. Y en esos años lo hicieron desaparecer todo.
–¿Eran los mismos?
–Sí, naturalmente. También la República Federal de Alemania tuvo después los mismos funcionarios. ¿De dónde iban a sacar otros? Hicieron desaparecer todo de forma sistemática. Las actas del Banco del Reich se destruyeron en la incineradora de billetes del Bundesbank cuando gobernaba el socialdemócrata Helmut Schmidt. Ahí donde se queman los billetes viejos, allí, en esa especie de crematorio de dinero, se quemaron esas actas. Sencillamente porque la administración financiera era consciente de que no podría atender posibles demandas de reparación y restitución. La República Democrática Alemana hizo lo mismo. Fue razón de Estado. Se hizo en interés de cuantos tienen nacionalidad alemana.
–¿Los alemanes de hoy aún se aprovechan de eso?
–Claro, lógicamente. Estas gigantescas sumas robadas, con un interés del 4 por ciento desde 1945, y eso no es todo. Más vale no pensar en cuánto hubiera habido que pagar.
–¿Entonces, el gobierno de Schmidt actuó “patrióticamente” al destruir las huellas?
–Sí, podría decirse así.
–¿Confirma su libro la tesis de la culpa colectiva alemana?
–No. La palabra “culpa” no aparece en el libro para nada. Yo quiero explicar cómo y por qué funcionó el sistema y cómo funcionó el soborno masivo. Pero ahora hay que ver hasta qué punto se acepta y hasta qué punto se abre camino científicamente. Y después se puede debatir de nuevo la cuestión de la culpa. Yo creo que, al cabo de dos generaciones, cuando todos estén muertos, la cuestión de la culpa dejará de ser tan interesante. A mí me parece que la cuestión de la estructura es más interesante. ¿Cómo se pudo llevar adelante? Que se vea con qué medios relativamente sencillos y simples se consiguió. Si hablamos de la culpa, también tenemos que hablar de distintas escalas de culpa. El soldado raso no podía tener la visión de conjunto de un director del Banco del Reich que, situado en el Banco Nacional de Grecia, vende en la Bolsa de Atenas el oro de los judíos de Salónica. Vendió 12 toneladas y compró dracmas griegos, pagó a los soldados alemanes en Grecia y a los trabajadores griegos que construían fortificaciones o a los del transporte marítimo. Este hombre, un tal Paul Hahn, que más tarde trabajó en Hacienda de la República Federal de Alemania, tenía, por supuesto, una visión de conjunto completamente distinta. Ese sabía lo que hacía.
–Pero los altos funcionarios de Hacienda no se manchan las manos. El que trabaja con el gas Zyklon B en los campos de exterminio es el soldado raso.
–Sí, otra vez el de a pie. Sí, sí. El problema es que todo ello ocurre en una sociedad muy desarrollada, moderna y con el trabajo bien repartido, con los medios de una sociedad como la que conocemos hoy en toda Europa. Es el aparato del Estado radicalizado, muy desarrollado, que funciona muy bien, que está muy motivado, el que conduce, junto a las conexiones y al proceso político, al asesinato de millones de personas.

* De El País. Especial para Página/12.

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