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El país|Domingo, 31 de julio de 2005
LA AGENDA DE CAMPAÑA. LO QUE PASA EN CAPITAL

La salvación por los actos

La agenda electoral, dominada por el Presidente. Los temas que se le escapan. Dos candidatos porteños en viajes internacionales y de cabotaje. El curioso discurso de Macri. Entre Ríos, Uruguay y un entuerto que no se resolverá en un día de visita. Las cuitas del panperonismo y del panradicalismo. Y algo más.

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OPINION
Por Mario Wainfeld

Ni la oposición, digámosle, convencional ni el duhaldismo consiguen horadar el avasallante predominio que tiene Néstor Kirchner para imponer la agenda de campaña. A su heterodoxo modo (hablando para varios auditorios en actos masivos o de cámara), el Presidente va imponiendo los ítems que sus contradictores replican sin lograr salirse del temario. La mayor obsesión de Kirchner es la elección bonaerense, en la que aspira a definir el liderazgo del peronismo. La restante oposición absorbe menos su libido y, en llamativo espejo, queda encerrada en discutir la pertinencia, la sinceridad, el riesgo o aun la legalidad de la interna justicialista. El duhaldismo, a su vez, adopta una postura evangélica (poner la otra mejilla) que le queda muy angosta de sisa pero que cumple con aplicación. Renuncia a agredir, y en muchos casos a replicar, renuncia a convocar votantes no peronistas, apuesta a su grey más fiel. Las prematuras encuestas no le dan tan mal al PJ bonaerense, pues le reconocen el segundo puesto y la banca senatorial que le permitirían sobrevivir. Una virtual coalición con Luis Patti (cuya posibilidad admitió a regañadientes José María Díaz Bancalari en tanto negó fervorosamente otra con el menemismo) significaría tomar un riesgo, puede sumar pero también puede alejar partidarios propios.
No son los candidatos alternativos, pues, los que añaden tópicos que perturban la compulsiva dedicación a la campaña de la Casa Rosada en su conjunto, con el indisputado liderazgo de su principal morador. Pero la esquiva realidad sí mete la cola. Y hete aquí que los candidatos oficiales y el Presidente tienen que vérsela con el dilema inflación-precios-salarios y con las posibles repercusiones de la tragedia de Cromañón. El primero concierne a todos los distritos y a la cotidianidad de todos los ciudadanos (ver aparte). El segundo es difícil de predecir en su impacto y presencia pública. Ambos se le inmiscuyen al oficialismo en el punteo temático que, por lo demás, controla casi a su antojo.

El Chelo, conducción:

El decano de la Facultad de Sociales está más conforme con la labor de su discípulo, el politólogo sueco que hace su tesis de postgrado sobre Argentina. Lee sus informes con fruición y lo acribilla a dudas. “Usted dice que es muy extraño que Mauricio Macri haya polemizado con el Chelo Delgado, el Chipi Barijho y el Patrón Bermúdez. Me extraña, profesor. Una campaña exige designar adversarios y Macri sabrá por qué lo hace. Uno define su identidad eligiendo a su enemigo, es el abecé de la política. Eso sí, le pido me cuente algo de esos dirigentes que no figuran en nuestros archivos. De paso, escríbame unas líneas sobre esa costumbre de los argentinos de poner apodos a sus políticos. El Peludo, el Pocho, el Chacho, Lilita, Negro Duhalde, Fredi, Coti, el Mono, Chelo Delgado... ¿Ese Patrón es algo de Patrón Costas? No creo, porque si así fuera, Macri no reñiría con él.”
El politólogo abre su notebook mientras la pelirroja progre que ha contratado como ayudante de tesis por cuenta y orden de la Universidad dormita a su lado. Sonríe de oreja a oreja. Mientras su Decano tenga tantos baches en su saber, el futuro seguirá siéndole promisorio. Afuera, en el conurbano, hace un poco de frío, pero es un día peronista.

Itinerantes:

Macri ha virado su perfil de campaña, que tenía un fuerte sesgo municipal, derivándola al ancho mundo del deporte. Recorriendo el mundo, de Corea a los Países Bajos, esgrime su gestión en Boca Juniors como su mejor carta de presentación. Las analogías que constantemente establece entre un país y un club pueden parecer forzadas o hasta delirantes. Pero los portadores de intereses tienen una ventaja, que es la de tener alguna clientela que lo acompaña más allá de lo que diga, sencillamente por lo que es. En esa derecha cerril, algo desconcertada, pero dotada de presencia económica y sociológica finca Macri su apuesta, que de momento gestiona en el hemisferio norte.
Elisa Carrió es, entre los tres favoritos que pugnan por el podio, quien realiza una campaña más prolija y apegada a los cánones convencionales. La presidenciable desgrana su discurso nacional mientras Enrique Olivera se ocupa de los comunales, que conoce bien. Ambos caminan el territorio, una ciencia básica que sus antagonistas descuidan. Con muchos menos recursos económicos que Compromiso para el Cambio y el PJ porteño, el ARI cultiva el suelo en el que quiere cosechar.
Rafael Bielsa, en tanto, tuvo su principal aparición de campaña en Gualeguaychú. Tieso, visiblemente incómodo entre una pequeña multitud para nada hostil pero sí recelosa, el rol de canciller y el candidato porteño se le entreveraban de modo casi visible. Los habitantes de esa ciudad entrerriana habían cuestionado la gestión de la conflictiva situación detonada con Uruguay por la instalación de dos plantas que producirán celulosa. Bielsa fue a “dar la cara”, a tranquilizar a los entrerrianos, quizás a evitarse quedar mal parado en un tema ambientalista de cara al electorado porteño. Los circunstantes dicen que obtuvo un digno empate jugando de visitante, en un marco en que algunas autoridades provinciales locales no lo ayudaron mucho. Jorge Busti, el gobernador al que el disco duro kirchnerista aprecia por su (remoto) pasado setentista y cuestiona por su cercano menemismo, ha tomado como bandera el caso de Gualeguaychú. En Cancillería musitan que ese interés es tardío y que tiene un tufillo electoral. El intendente de Gualeguaychú, Daniel Yrigoyen, es un peronista disidente, crítico de Busti, considerado más propio desde varias oficinas de la Rosada. Busti, comentan en la Casa, ha querido evitar que ese hombre le gane la parada que tiene muy movilizado al pueblo de Gualeguaychú.
La cuestión, en verdad, es peliaguda. La inversión de las dos empresas papeleras es, quizá, la mayor de la historia del Uruguay y el gobierno de Tabaré Vázquez no está dispuesto a resignarla. El proyecto se viene cocinando a fuego lento, desde hace lustros, cuando se comenzó la consiguiente forestación. El gobierno nacional actuó diligente ante el Banco Mundial y forzó a Uruguay a formar una comisión mixta que estudie el impacto ambiental. La gente, en Entre Ríos, pide que el dictamen respectivo sea vinculante para los gobiernos. En Cancillería se razona que es una imposición excesiva para cualquier país, ni qué decir para un país hermano. De todos modos, arguyen, si el dictamen cuestiona el proyecto, éste no podrá avanzar.
El gobernador y su vice, Pedro Guillermo Guastavino (cuyos reproches de cuerpo presente indujeron a Bielsa a su periplo por Entre Ríos), impulsan posturas que podrían considerarse de máxima, pues excluyen la posibilidad de mejorar el sistema de tratamiento de los residuos. Cierran toda posibilidad de que las plantas se radiquen donde está fijado. Guastavino, incluso, se reunió con las corporaciones de productores de madera entrerrianas. Ocurre que una de las plantas de Uruguay tiene su propia forestación, pero la otra ha de nutrirse en nuestro país. El objetivo de la gobernación era disuadirlos para que se negaran a venderles a los europeos afincados en Uruguay. La respuesta fue negativa. Hasta ahora, todo quedó ahí. El episodio es instructivo en el sentido de sugerir la trama de intereses en juego.
Los habitantes de Gualeguaychú, unidos a muchos uruguayos, creen que el nivel de contaminación de las aguas puede ser gravísimo. El gobierno oriental, en sordina por ahora, se defiende atacando. Dice que en la Mesopotamia argentina la industria papelera hace desquicios mayores que los que se le quieren impedir.
Más allá del nivel de contaminación, que (con toda lógica) una calificada comisión de expertos deberá evaluar, hay otro perjuicio que podría ser menos grave pero, asimismo, inevitable. Es el hedor que propaga el tratamiento de la celulosa, que evoca al del huevo podrido. El olor, para colmo, no se presta mucho a pre-evaluaciones certeras. Amén de su fétida repercusión en la vida cotidiana de los lugareños, sería letal para la actividad turística, importante fuente de actividad en Gualeguaychú.
El “Chino” Busti, se menean algunas cabezas en la Rosada, sobreactuó su interés y criticó en exceso al gobierno central, haciendo su propio juego electoral. Bielsa, concluyen, hizo bien en ir al lugar a dar la cara ante la gente. El punto es que el canciller no puede darles grandes certezas a los entrerrianos en un tema muy complejo, que requerirá meses de discusión y articulación. El doble rol del candidato sigue imponiéndole una exigencia cuyos alcances y resultados nadie puede profetizar pero que, vista desde afuera, parece excesiva y disfuncional a sus ambiciones distritales.
Algo ha de haber percibido Bielsa, quien anunció que se tomará licencia a partir del 23 de agosto, dos meses antes del comicio. Su decisión fue recibida con sorpresa en Balcarce 50 y en el Palacio San Martín. Ni Alberto Fernández (que rezongó algo cuando le llegó la información por vía periodística) ni los principales colaboradores de Cancillería fueron notificados de esa intención, que de todas formas se plasmará. El candidato oficial, en una de las lides electorales que pinta más pareja, podrá entonces dedicarse full time al afán de ser profeta en su tierra.

La salvación por los actos:

Kirchner elige el temario y también la geografía a priorizar, que es la bonaerense. Las predicciones de encuestadores y gurúes oficiales les adjudican a los dos peronismos más del 60 por ciento de los votos válidos. Aun si se llegara a esas cifras homéricas (propias de una elección presidencial muy exitosa para el justicialismo y no de una parlamentaria), a los no peronistas les quedaría un importante cuarenta por ciento. Los libros dirían que los dos lemas radicales (UCR y Recrear) deberían generar su propia interna abierta, ambos tratando de unificar tras sus candidatos el voto útil de sus partidarios.
Las campañas tienen su lógica, sus reglas, sus instructivos que aconsejan cómo armar agenda, cómo caminar el territorio, cómo cultivar un perfil y cómo evitar el ruido. Pero, como ciencia resultadista que es, serán los números finales los que santifiquen o no las tácticas elegidas. Kirchner, el gran candidato que no figura en ninguna boleta, apuesta a santificarse por sus actos. Los de campaña especialmente, porque de los de gobierno casi no se habla.

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