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El país|Lunes, 5 de septiembre de 2005

“El celibato es para separar clero y sociedad”

El historiador Di Stefano explica por qué se impuso y se sostiene la castidad, pese a que no es artículo de fe. Una mirada diferente a una construcción política e histórica.

Por Alejandra Dandan
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Di Stefano es especialista en historia eclesiástica.
Roberto Di Stefano es doctor en historia religiosa por la Universidad de Bologna. Investigador del Conicet y del Instituto de Historia Argentina y Americana Emilio Ravignani de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, es además profesor en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y en la Universidad de San Andrés. Hace cinco años publicó un libro con el historiador italiano Loris Zanatta sobre el desarrollo de la Iglesia argentina desde una perspectiva histórica. En diálogo con Página/12, ahora repasa a partir del caso del obispo Maccarone su impacto ante la opinión pública, los efectos en la Iglesia y los problemas para pensar la idea de la sexualidad o el celibato en términos modernos. “Desandar ese camino –según Di Stefano– significaría redefinir las relaciones entre Iglesia y sociedad, que la Iglesia se despoje de una herramienta de poder simbólico que en sus orígenes se planteó como alternativo.”
Di Stefano comienza aclarando que no habla ni a favor ni en contra de la Iglesia: “El problema en el que caen historiadores católicos y laicos es que consideran a la Iglesia como una esencia inmutable que existe a lo largo de los siglos. Y esto es falso, porque la Iglesia se comprende en el contexto histórico, político, cultural y religioso”.
–El caso Maccarone vuelve a plantear el problema de la homosexualidad. El Vaticano parece responder con metáforas parecidas a la Guerra Fría.
–En realidad, lo que cambia en la década del ‘50 y ‘60 es que en el contexto de la Guerra Fría la Iglesia ya no defiende la hispanidad católica sino la idea de civilización occidental y cristiana, porque la idea de hispanidad dejaba afuera a los Estados Unidos. La civilización occidental y cristiana se pliega a uno de los ejes de la Guerra Fría. Y eso generó malestar en el catolicismo. El tema, en realidad, con el celibato, es que el catolicismo tiene una relación conflictiva con la cultura moderna.
–¿Responde a una cuestión ontológica?
–Más bien a una cuestión teológica. Para los protestantes, por ejemplo, la salvación tiene que ver con la fe, las obras son un elemento secundario. El tema es la fe, la justificación por la fe. Las obras están en un segundo plano. El catolicismo, en cambio, que en el siglo XVI discute un montón de cosas con los protestantes, afirma que la salvación se obtiene por la fe, pero también por las obras. Y si es así, lo que el hombre hace bien o mal es determinante para su salvación. Por lo que haga, se salva o no. A partir de esa idea, la Iglesia se coloca en una posición tutelar respecto de la sociedad, refuerza su tendencia a normativizar las conductas. La religión no tiene por qué ser necesariamente así, pero el catolicismo lo hace: te pregunta qué hacés, qué no hacés. Y esto se traduce en una actitud tutelar, en la normativización de las conductas. Y al hacerlo entra en contradicción con uno de los pilares de la cultura moderna, que es la autonomía del individuo. A la Iglesia como entidad tutelar de la moral le resulta indigerible que haya una autonomía del individuo, que cada uno decida sobre su propia moral. Es un problema de origen, no puede soportarlo.
–Un ex colaborador de Maccarone sostuvo que esto debe hacer pensar a la Iglesia. ¿Qué es lo que se abre en la Iglesia con Maccarone?
–Acá hay un montón de cosas que se están poniendo dentro de una misma bolsa. No es lo mismo el abuso de menores que la homosexualidad o que el celibato. La sexualidad para el catolicismo está encuadrada dentro de ese tema más general que es la cuestión de la autonomía del individuo y en cómo maneja su vida afectiva y sexual, que es parte fundamental de la vida de las personas. Hay un problema en esto y excede el tema del celibato sí o no. El problema de la sexualidad humana excede al mundo católico.
–Usted vinculó el problema con que la sexualidad ya no es tabú.
–Un historiador francés, Philippe Ariès, explica que hasta el siglo XIX había un tabú con relación a lo sexual, pero no había problemas con la muerte. La gente se moría en paz, acompañaba a los moribundos. Se convivía con la muerte. La sociedad victoriana fue mucho más represiva aún en términos sexuales. Lo que dice Ariès es que en el siglo XX se dio un traslado del sexo a la muerte; del sexo se habla por todas partes, pero de la muerte no. Toda sociedad tiene tabúes. El problema es dónde lo ponemos, y nosotros nos liberamos de uno para pasar a otro.
–Si el celibato dentro de la Iglesia no existió desde siempre, ¿en qué momento aparece y a qué responde?
–En el siglo XII empieza a hablarse del celibato para todo el clero, a pesar de lo cual, en el siglo XVI todavía había clérigos casados. No es un mandato teológico. No es un dogma de fe: es disciplinario. Hoy lo pongo, mañana lo saco.
–Usted decía que la Iglesia no es una y para siempre. Entonces, ¿a qué respondió? ¿O a qué está respondiendo la necesidad de sostenerlo?
–El celibato se impone de manera tajante a todo el clero en el siglo XVI. El Concilio de Trento dicta marcas exteriores que diferencien al clero de la sociedad. Separar al clero de la sociedad. Esta era la idea. Mientras que el mundo protestante mantuvo un modelo más integrado a la sociedad.
–¿La disolución del celibato volvería a instalar al clero en otro lugar?
–Si la Iglesia Católica avanzara por ese camino desandaría ese elemento que diferenció al clero de los demás mortales. Ahora, por qué tomó ese camino es una explicación compleja. Uno de los problemas del contexto que afronta el Concilio de Trento es que el clero era un desastre. Por ejemplo, ejercían profesiones que no se condecían con el modelo ideal para la Iglesia. Eran mercenarios, practicantes de magia, de la medicina, carniceros. O eran domésticos al servicio de los nobles, secretarios. Trento trata de cortar con eso, porque tiene que hacer una reforma del clero tanto como los protestantes. Pero los protestantes van en un sentido y los católicos van en otro sentido.
–¿Entonces?
–Plantean el tema de distinguir al clero de la sociedad. Y al hacerlo toman una serie de medidas: el uso de la sotana, el no poder ejercer ciertas profesiones, la tonsura. Se impone el celibato a rajatabla. Y otro elemento importante es que de ese modo la Iglesia se propone como una instancia de poder por encima del poder secular. Porque la abstinencia sexual también se presenta como una opción más santa, más perfecta, más elevada. Un clero celibatario era como una apuesta a la idea de una Iglesia más espiritual y por ende más perfecta que el poder temporal.
–¿Coincide con el momento en que la Iglesia empieza a construirse en términos de Estado entre otros Estados o gobiernos temporales?
–De hecho, cuando le decía que los protestantes delegan la ley y la normatividad en el Estado, el fenómeno obedece a ese proceso. El catolicismo genera una ley paralela: la ley canónica. Una ley normativa de las conductas. Si uno se salva por la fe y por las obras, hay que normativizar las conductas. La Iglesia tiene que ponerse como árbitro de las obras. Si hay una sola ley, en cambio, la ley del Estado, como en el caso de los protestantes, se obedece a esa sola ley. Los católicos generaron una legislación paralela que hizo que los países católicos tuvieran dos leyes. La construcción del Estado en el siglo XIX tiene que ver con la existencia de estos dos sistemas. Porque el Estado no podía permitir que hubiera dos leyes distintas. ¿Cómo iba a delegar la administración de justicia? ¿Cómo iba a delegar cuestiones tan importantes como el divorcio o el matrimonio en jueces que están fuera del territorio propio, como lo eran los el Estado pontificio? Porque el Papa, además de Papa, era un rey.
–Con la disolución de alguno de esos principios, parece claro que la Iglesia seguiría perdiendo su esencia.
–Entraría en otro diálogo con la sociedad. El clero y la sociedad acortarían distancias. Se eliminaría una marca de distinción con la sociedad. Y la Iglesia conserva marcas abismales que no se dan en los países protestantes. Muchas de esas marcas son infranqueables: desandar el celibato es acortar las distancias, acercar el clero a la sociedad. Poner a la Iglesia dentro de la sociedad sería avanzar en el desmantelamiento de un poder que históricamente nació como alternativo.

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