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El país|Domingo, 2 de octubre de 2005
OPINION

Martín Fierro, hoy

Por José Pablo Feinmann

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A José Hernández no le agradaba el tono juguetón del Fausto criollo de Estanislao del Campo (1834-1880). Siempre sugirió que Estanislao se había burlado de la inocencia de los gauchos, que no los había tomado en serio. Cierto o no, el poema de Estanislao está lleno de gracia y tiene una mirada chulada sobre sus dos protagonistas. Se trata de un diálogo entre Don Laguna y Don Pollo. En cierto momento, casualmente, Don Laguna menciona al Diablo. Don Pollo se alarma: “¡Callesé amigo! ¿No sabe usted que la otra noche lo he visto al demonio?” “¡Jesucristo!”, se protege Don Laguna. Y Don Pollo: “Hace bien, santigüesé”. Don Pollo relata su experiencia: “Como a eso de la oración/ aura cuatro o cinco noches/ vide una fila de coches/ contra el tiatro de Colón”. Y le cuenta la historia del Fausto de Gounod. Concluye: “Cayó el lienzo finalmente/ y ahí tiene el cuento contao.../ Prieste el pañuelo, cuñao/ me está sudando la frente”. Don Laguna admira su bravura: “Lo que almiro es su firmeza/ al ver esas brujerías”. Pero Don Pollo: “He andao cuatro o cinco días/ atacao de la cabeza”.
Hernández propone una literatura que toque temas de “jundamento”. La primera parte (la ida) expone el tema del gaucho quejoso de las tropelías de los Jueces y de la falta de amparo de los hombres del Gobierno. Así, el gaucho vive penando: “Ninguno me hable de penas porque yo penando vivo”. En esas penas hay una pedagogía: “Nada enseña tanto como el sufrir y el llorar”. A partir del verso 1315 empieza una airada defensa del gaucho. Una expresión de sus desdichas. “El siempre anda juyendo/ siempre pobre y perseguido; no tiene cueva ni nido/ como si juera maldito”. Y concluye con toda firmeza: “Porque el ser gaucho... ¡barajo!/ el ser gaucho es un delito”.
Continúa describiendo las implicancias de ese “delito”. “El nada gana en la paz/ y es el primero en la guerra/ porque el gaucho en esta tierra sólo sirve pa’ votar.” Y “aunque la razón le sobre/ son campanas de palo/ las razones de los pobres”. Y el castigo, en vez de la comprensión, se descarga sobre él: “¡Dele azote, dele palo/ porque es lo que él necesita/ De todo el que nació gaucho/ ésta es la suerte maldita”. Por fin decide huir, exiliarse en la frontera. Hundirse entre la indiada. Marginarse. Y su fuerza se deposita en su cuchillo: “Yo abriré con mi cuchillo/ al camino pa’ seguir”. Y también: “Y pasa uno en su desvelo/ sin más amparo que el cielo/ ni otro amigo que el facón”. La sociedad, inmisericorde con él, arroja al gaucho a la violencia y al delito.
Esta decisión de Fierro es la del escupido por la “civilización”, la del excluido. Abandonar la sociedad y entregarse a la marginación. O perderse en el delito. En una pelea Martín Fierro mata. Lo persigue la partida. Lucha contra ella. Tan bravíamente lo hace que se le une el sargento Cruz diciendo que no permitirá que se mate a un valiente. Cruz se une, así, a la delincuencia de Fierro.
¿Qué deciden? Marginarse de la sociedad. Hundirse entre la indiada. Si el ser gaucho es un delito, si los puebleros no entienden, lo que entiende el gaucho es que debe huir, que tanto lo han maltratado, tanto lo han injuriado las leyes que es mejor la “barbarie pampa” que la civilización de los doctores.
Más allá de las concesiones que hace Hernández en la segunda parte (en la Vuelta de Martín Fierro), la primera expresa el dolor de la pobreza, la persecución al diferente y el ser culpable por la mera condición de ser distinto, innecesario. Un ser que el progreso no requiere.
Posiblemente ésta sea su lectura aún vigente durante los días que corren. Para el mundo injusto de hoy. Donde todavía “ser gaucho” es un delito.

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