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El país|Miércoles, 19 de octubre de 2005
CONTROVERSIA POR LOS RESULTADOS DE LOS SONDEOS EN LA PROVINCIA

Una novedosa guerra de encuestas

Un sondeo difundido por el duhaldismo, efectuado con el método de “simulación”, disparó un debate entre consultores. Para qué sirve el sistema. Las chances de error. Los temores compartidos.

Por Mario Wainfeld
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Los encuestadores dicen que la simulación es un método de poco alcance que sirve de complemento.
Mucho puede decirse (mucho se dirá en los próximos días o semanas) de los sondeos preelectorales. Pero nadie puede negar que (¿sobre?) determinan las acciones de los candidatos y aun de los votantes. En la provincia de Buenos Aires, sin ir más lejos, ya no se discute quién ganará, sino por cuánto. Si esa diferencia, virtual pero instalada, crece no habrá sorpresas. Si disminuye de modo sensible habrá pequeños remezones, en la política y en el prolífico ramo de las consultoras.
El duhaldismo ha hecho un esfuerzo, en el último tramo, por introducir sospechas respecto de las mediciones más difundidas. Su fundamento es una “simulación” que encargaron al consultor Felipe Noguera. La simulación consiste en llevar al domicilio de los entrevistados una urna, un sobre y las boletas y pedirle que vote en su casa, como si estuviera en el cuarto oscuro. Noguera hizo el estudio y lo reveló a la pareja Duhalde. Durante la semana pasada, tanto el ex presidente como Hilda González de Duhalde divulgaron el resultado del trabajo, diciendo que arrojaba una diferencia mucho menor que diez puntos porcentuales respecto de la lista kirchnerista. La razón que podría justificar la diferencia con los sondeos convencionales es el llamado “voto oculto” o “vergonzante”. El desprestigio del duhaldismo y, acaso, su condición de opositor al gobierno nacional podrían inducir a algunos ciudadanos a camuflar sus preferencias de viva voz, pero no en el cuarto oscuro.
La mayoría de los consultores conocidos eligió no refutar en público la simulación de Noguera, pero en privado minimizan su rigor. La cautela puede obedecer a obvios motivos de cautela, pero también tributa a tramas de relaciones personales. Noguera tiene buen trato con casi todos sus colegas de primera línea, suelen dialogar entre sí. Muchos revistan en una asociación internacional de especialistas que se apronta a celebrar un congreso en Berlín. Pero los susurros críticos se dejaron oír, en una comunidad pequeña, y parece que llegaron a oídos de Noguera. Quizá por eso, el hombre se comidió a invitar a casi todos sus colegas a reunirse “a comer unos sandwichitos” y discutir acerca de las mediciones en danza y del congreso internacional en ciernes. Lo cortés no quita lo valiente, el convite no consiguió quórum.
Los encuestadores alegan que la simulación es un método de limitado alcance, que puede servir de complemento a las mediciones convencionales, en las que se formulan muchas preguntas (amén de la referida a la intención de voto, la más divulgada) para tener elementos de análisis y prospectivos. Eso no significa que más de uno no sume a los interrogatorios alguna urnita aquí y allá, como dato de refuerzo. Los que lo hicieron se dividen entre los que auguran que no hay voto oculto y quienes estiman que hay muy poco y sólo en algunos distritos del conurbano, lo que licua su impacto general.
Noguera quiso marcar distancia respecto de la euforia duhaldista en declaraciones que hizo a Página/12 el pasado domingo. Restó pertinencia provincial a las mediciones que, explicó a este diario, hizo apenas en algunos departamentos. Los Duhalde creyeron escucharle (o le escucharon, quién sabrá) algo diferente.
La prevención de Noguera fue compartida por Julio Aurelio, también contratado por el duhaldismo. Aurelio previno sobre la posibilidad de que viejas metodologías estén dejando de ser útiles, aunque evitó entrar en controversia sobre los números en danza. Pero advirtió sobre lo subvaluados que aparecen dos partidos, el PJ y la UCR, con tradición y arrastre en Buenos Aires. El análisis político, predicó, induce a pensar que esos partidos tendrán un caudal de votos muy superior al que auguran los números. Y vaticinó que cuando los números contradicen el análisis político, suelen ser desmentidos por los hechos.

Lealtad peronista
La interpretación que propician las encuestas más difundidas es que la lealtad peronista sigue teniendo su rinde, aunque la performance de Cristina no es inopinada ni ajena a la historia reciente. Pugnando entre peronistas, Cristina vencería a Chiche por algo así como sesenta por ciento a cuarenta. Pero la interna entre justicialistas no se dirime en el padrón propio, es abierta, con concurso de otras gentes, y es en ese universo donde se sustentaría la magnitud de la distancia entre ambas. La referencia histórica que podría servir es el 48 por ciento que cosechó Graciela Fernández Meijide en 1997 contra el duhaldismo en su momento excelso, con un ejército de manzaneras cubriendo la provincia. Si la candidata aliancista, gorila ella, consiguió perforar los corazoncitos peronistas –ponderan los especialistas–, no habría que sorprenderse si la senadora Fernández de Kirchner obtiene números parecidos. Máxime si se corrobora una hipótesis consensuada en la mayoría de las encuestas, que es una muy buena cosecha de votos para Cristina entre electores tradicionalmente afectos al radicalismo.
En verdad, aunque antes de las elecciones todos los consultores retienen el aliento, más los preocupa la imprecisión “por abajo” que por arriba. La escasa intención de voto de terceras listas es una zona de riesgo. Con un error muestral que frisa el 3 por ciento, es fácil chispotearse mucho con la intención de votos de candidatos que, parece, no llegan al 10 por ciento. Ese resquemor (que también existe para la Capital) está presente.
“Estamos todos de acuerdo –bromea un consultor conocido y re-conocido–, Cristina le gana Chiche por una diferencia que oscila entre los 5 puntos y los 50.” Exagera, claro, pero da cuenta de algo que todos sus colegas asumen. En los días después, su desempeño en campaña será objeto de algunas polémicas periodísticas, lo que ya viene siendo un clásico. Ahí, como en el terreno más evidente de la competencia política, habrá ganadores y perdedores.

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