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El país|Domingo, 23 de octubre de 2005
A CUATRO AÑOS DE LA HECATOMBE

El país que va a las urnas

Un país empobrecido pero con esperanzas pasará hoy por las urnas. La intensidad de la campaña electoral no guarda relación con la indiferencia y el rechazo de la última renovación legislativa, hace cuatro años, que prologó el derrumbe de la Alianza. Ni el golpismo militar ni la democracia directa asambleística prevalecieron sobre el sistema representativo, como pareció posible después del colapso de 2001/2002. Lo viejo y lo nuevo en los comicios de hoy.

Por Horacio Verbitsky
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Más de 16 millones de personas, con un ligero predominio de mujeres sobre hombres (13,3 contra 12,7 millones), tienen la obligación legal de concurrir hoy a casi 70 mil urnas instaladas en 12 mil locales en todo el país para renovar la mitad de la Cámara de Diputados (127 bancas) y un tercio del Senado (24 cargos) y elegir a centenares de legisladores provinciales en una docena de distritos electorales. La muy criticada campaña proselitista tuvo una intensidad inimaginable hace cuatro años, cuando las propuestas electorales no recibían otra cosa que indiferencia y desdén, lo cual preanunciaba el colapso del sistema político. El número de votos positivos fue tan bajo entonces que Eduardo Duhalde accedió a una banca en el Senado con apenas el 20 por ciento de los votos del padrón. Eso le permitió acceder en forma interina a la presidencia que le habían negado los comicios de 1999. Ese año se produjo el mayor porcentaje de votos nulos y en blanco desde la finalización de la dictadura e incluso hubo movimientos organizados que instaban a no votar. Esta vez no ha habido entusiasmo pero tampoco rechazo activo y se presume que la abstención no diferirá de lo habitual. Un análisis especial merecen los sondeos de sociología electoral. Desde hace varios meses la sociedad cree que sabe cuál será el resultado de los comicios de hoy, lo cual condiciona todas las opiniones. En las que siguen se prescindirá de cualquier especulación numérica.
Los acontecimientos de diciembre de 2001 que culminaron con treinta asesinatos y la renuncia del ex presidente Fernando de la Rúa siguen abiertos a interpretación y merecen evaluaciones contrapuestas de distintos sectores políticos y sociales. Algunos lo lamentan y otros lo celebran, pero nadie pone en duda que el sistema representativo resistió la conmoción y no fue reemplazado ni por el clásico golpismo militar ni por alguna forma de democracia directa asambleística, dos alternativas que hoy parecen remotas pero que tuvieron alguna verosimilitud durante el tórrido verano de 2002.
Las crisis de 1968/69, 1975/76, 1981/82, 1989/90 y 2001/2002 señalan que una vez por década la Argentina produce el relevo de un liderazgo político y de un modelo económico mediante una catástrofe que implica cuantiosas transferencias de ingresos de unos sectores a otros de la sociedad. La recuperación posterior no permitió hasta ahora a las víctimas volver al punto de partida. El rodrigazo y el golpe militar de la década de 1970 fueron el acta de defunción de una pauta equitativa de distribución del ingreso. La socialización de la deuda pública por Domingo Cavallo y el primer gobierno radical, la hiperinflación y el estallido de la convertibilidad implicaron otras tantas caídas bruscas en el nivel de empleo y las remuneraciones al mismo tiempo que se degradaba la calidad institucional. La última gran crisis fue consecuencia de la depresión económica iniciada en 1998 y de la ausencia de liderazgo político. Durante los últimos años del segundo gobierno de Menem y los únicos de la Alianza, se desenvolvió una puja entre quienes proponían dolarizar la economía y los partidarios de una maxidevaluación, dos formas de castigar los ingresos populares pero en beneficio de diferentes fracciones del capital. Se impusieron los devaluacionistas, representados en la administración de Duhalde por José Mendiguren, que amenazan con volver a la carga ahora travestidos en “Grupo Productivo”. La reducción de los indicadores de desempleo y desigualdad recién este año muestran una inversión de la tendencia en favor de los trabajadores y abren un capítulo de expectativa, que requerirá de mucha decisión para consolidarse.

Los que se van

Pocos de los principales protagonistas de aquellos procesos aún conservan alguna forma de actuación pública. Isabel Perón, Fernando de la Rúa y Jorge Videla viven alejados de la política y de la consideración pública. Domingo Cavallo intentó regresar con una candidatura a diputado nacional por la Ciudad autónoma de Buenos Aires pero desistió al percibir que no había quien pensara en él como una posibilidad. Raúl Alfonsín no postula para ningún cargo electivo pero imagina conducir las ruinas del más antiguo partido argentino, para lo cual digitó la principal candidatura en la provincia de Buenos Aires. Sólo Carlos Menem y Eduardo Duhalde esperarán a los votantes en el cuarto oscuro, con la esperanza de prorrogar por un par de años su presencia en la escena pública. Menem lo hace por sí mismo, en la provincia que gobernó antes de acceder a la presidencia y de la que fue amo y señor. Su elección como senador es segura, porque no hay una tercera fuerza en condiciones de desplazarlo. La única incógnita es si una vez más los riojanos le darán su preferencia o si será vencido por su antiguo protegido, Didí Maza (quien, en la más pura tradición menemista, se ha erigido en el paladín del gobierno nacional que, a cambio, le ayuda a pagar los sueldos de los empleados públicos, en la provincia que menos recursos propios genera para financiar su funcionamiento). Duhalde se presenta tras la máscara de su esposa, Hilda González, y ha hecho los mayores esfuerzos por disimular la importancia que asigna a esta apuesta. Los discursos de uno y otro son diferentes. Menem anuncia que será candidato a la presidencia dentro de dos años, cuando ya haya cumplido 78; Duhalde pretende que está retirado de la política y que sólo aspira al surgimiento de otras figuras. Dentro de esa ficción, su esposa sería uno de los rostros de tal renuevo.

Los nuevos

En diversos distritos competirán por un espacio en el nuevo mapa político varias figuras con probable proyección nacional. Por ejemplo:

- Cristina Fernández de Kirchner:
Si bien en la última década se ha desempeñado con eficacia en ambas cámaras del Congreso en representación de Santa Cruz, recién en 2003 con la elección de su esposo como presidente se convirtió en una figura nacional. Es la insignia de la sociedad política que desde los años de la adolescencia en La Plata forma con Néstor Kirchner y en nombre de la cual confrontará con el duhaldismo en el primer distrito electoral del país, que reúne casi cuatro de cada diez votantes del padrón nacional. Ni siquiera se descarta que pueda presentarse en 2007 como candidata a la presidencia, si Kirchner mantiene su insinuada voluntad de no buscar un segundo mandato consecutivo. Su muy articulado discurso electoral plantea recuperar el rol de la política en defensa de causas populares y no como lubricante que facilite la penetración de las recetas del ajuste perpetuo del denominado Consenso de Washington; reivindica a la generación del ’70 y exalta el respeto por los derechos humanos. Aunque escape de los símbolos del Partido Justicialista e insista en la necesidad de coaliciones más amplias, encarna el estilo y los valores propios del peronismo en su versión 1973.

- Elisa María Carrió:
Estrella ascendente de la Convención Constituyente de 1994, se destacó como brillante parlamentaria y filosa denunciante de la corrupción generalizada durante el segundo mandato de Menem. Esto la convirtió en el arma más efectiva en la campaña proselitista de De la Rúa, a quien en algún momento pensó que podía acompañar como candidata a la vicepresidencia. Pero a muy poco de andar el gobierno de la Alianza se convirtió en su crítica más incisiva, con un lenguaje obstétrico-meteorológico que vaticinaba ora partos, ora huracanes. El hundimiento de ese gobierno pareció confirmar sus anuncios y marcó el punto más alto de su consideración pública. Asociada con Aníbal Ibarra en el gobierno de la Capital, durante la campaña de 2003 realizó un acto conjunto con Ibarra y con Kirchner, que hacía difícil prever el encono con que comenzó a atacar al actual presidente desde los primeros meses de su gobierno y que culminó esta semana con una polifonía rabiosa de adjetivos. En los últimos tiempos sufrió una llamativa metamorfosis que no parece debida a una estrategia de mercado electoral sino a transformaciones profundas de personalidad. Entre sus mayores aportes puede mencionarse su oposición a la impunidad para los crímenes de la dictadura militar y su intento por destituir a los miembros de la corrupta mayoría automática en la Corte Suprema de Justicia, fallido sólo por errores tácticos. Si CFK encarna tal vez a pesar suyo la imagen actual del peronismo, Lilita Carrió es el mejor ejemplo a mano para explicarle a un joven que vota por primera vez qué fue la UCR en la política argentina. En ese sentido ha descollado por encima de Ricardo López Murphy y su intento de acople entre ortodoxia económica y gestos populistas, como un hijo tardío de Rodrigo Rato y Aníbal Fernández. Tal vez en razón del distrito en el cual compite, López Murphy percibe mejor las diferencias ostensibles entre Kirchner y Duhalde, mientras la insistencia de Carrió en igualarlos rebaja y aporteña la calidad de su discurso.

- Maurizio Macri:
Derrotado por Ibarra para la jefatura de gobierno hace dos años, vuelve a intentar en el distrito más propicio para los experimentos raros. Una de sus mayores ventajas es la escasa convicción que transmite el candidato oficialista, Rafael Bielsa, cuyos cortocircuitos personales y políticos con Kirchner se perciben tanto de cerca como a distancia. El ex vicepresidente ejecutivo del Grupo Económico Sociedades Macri propone, como un Berlusconi del subdesarrollo, la fórmula de los grandes negocios con el Estado y el populismo deportivo. Mientras sus dos rivales sólo plantearon tópicos nacionales, a favor o en contra del gobierno de Kirchner, Macri se acomodó en el nicho municipal. Se lo ve más cómodo saltando baches que exponiendo ideas. Paradójicamente, un buen resultado podría propulsarlo hacia una presidencial candidatura-ambulancia, que recogiera a todos los heridos por la temperamental gestión de Kirchner.

- Jorge Sobisch:
El gobernador de Neuquén ya anunció sus intenciones presidenciales para 2007. De allí deriva la importancia de las elecciones de este año en su provincia. Pionero en la renovación graciosa de concesiones petroleras aún no vencidas, Sobisch enfrenta a una coalición de peronistas, radicales, frepasistas y ex compañeros suyos en el Movimiento Popular Neuquino, como Silvia Sapag, hija del veterano caudillo fundador del MPN y varias veces gobernador de ese rico emirato, Felipe Sapag. El gobierno nacional cree que puede obtener dos de las tres bancas en juego de diputados nacionales pero no tiene las mismas expectativas para los comicios provinciales en los que se elegirán convencionales constituyentes. Más importante que el número de bancas es la instalación o no de Sobisch como candidato, que podría articular posiciones con Macri, Menem y Duhalde.

- Hermes Binner:
Ex intendente de Rosario, este médico que durante su gestión logró mejorar los indicadores de salud de la ciudad en lo peor de la crisis, ofrece un rostro renovado del Partido Socialista. Su alianza electoral con los restos del radicalismo santafesino compensan el hueco dejado por el ARI, que hubiera sido su aliado más lógico si Carrió no hubiera privilegiado la afirmación de la identidad partidaria, al estilo de Ricardo Balbín. Un éxito en la provincia haría de él un probable candidato a alguno de los cargos del Poder Ejecutivo Nacional en 2007, aunque es más difícil imaginar en coalición con quién. Las posibilidades son múltiples. Igual que el intendente de Morón Martín Sabbatella, otro miembro natural de ese espacio, Binner se ha abstenido de cualquier agresión a Kirchner durante la campaña electoral. Incluso elogió a su rival directo, el ex frepasista Agustín Rossi. Kirchner tampoco denostó a Binner, pese a la presión de los jefes justicialistas locales, lo cual deja abiertos posibles espacios de realineamiento futuro.

Después de la inundación

Una de las constataciones menos previsibles cuando bajaron las aguas de la crisis y dejaron de atronar los consignas maximalistas es la irrelevancia de las distintas izquierdas. Más desunidas que nunca, ni siquiera pueden explicar en forma comprensible qué es lo que las separa. La Argentina era el único país del mundo donde stalinistas y trotskistas eran aliados. Tan incomprensibles como las razones de ese acuerdo son las de su ruptura. Unos y otros llevan a la cabeza de sus listas a candidatos reclutados fuera de los respectivos ghettos y con apellidos sugerentes. Igual que PRO, el denominado “Partido Obrero”, o PO, lleva en sus listas al hijo de un gran empresario, en este caso Daniel Rapanelli. Cada micropartido de ese sector tiene su propia organización piquetera y también a ellas se propaga la confusión. La exasperación propia de la campaña electoral aceleró su desgaste. La privatización de una forma de protesta legítima en su origen, con una dirigencia profesionalizada, y el empecinamiento en negar los cambios políticos y económicos y las esperanzas que la gestión de Kirchner suscita entre los sectores sociales a los que pretenden representar, profundizó su aislamiento de la sociedad. Malos resultados de sus candidatos podrían provocar realineamientos y relevos, si bien las estructuras herméticas, impermeables al debate abierto y la renovación, garantizan una cierta estabilidad a los liderazgos de Jorge Huermus (“Altamira”), Patricio Echegaray u Otto Vargas.

La provincia cosmos

La supresión del Colegio Electoral en la reforma de 1994 reforzó el peso de la provincia de Buenos Aires, cuyo padrón electoral es el 37,2 por ciento del total, y equivale a los de los seis distritos que le siguen sumados (Capital, Córdoba, Santa Fe, Mendoza, Tucumán y Entre Ríos). Además el principal aparato del distrito apoyó en 2003 a Kirchner, a quien ahora enfrenta. Todo esto explica la importancia de los resultados allí. El dato más obvio que se tomará en cuenta es el porcentaje de votos que obtengan HGD y CFK y las respectivas listas de diputados. Cuanto mayor sea la diferencia, más fácil le resultará a quien se imponga fijar las condiciones para el próximo período y obtener el apoyo del resto del peronismo. Salvo José Díaz Bancalari, quien pronosticó una victoria de su lista, nadie más cree que Kirchner pueda perder en Buenos Aires. Duhalde tiene un problema adicional en la división en dos listas de quienes apoyan a su esposa, lo cual podría mermar su representación en la Cámara de Diputados. No tan evidente, pero tal vez más importante en perspectiva será, en caso de una victoria nítida, la relación del presidente con el sector duhaldista que se pasó a sus filas, desde el gobernador Felipe Solo hasta los intendentes del conurbano. A varios de sus principales candidatos no les alcanzan las manos para tenderlas hacia los compañeros que quedaron del otro lado. Sin duda, la insuficiencia de fuerzas propias hará inevitables ciertos avenimientos en el Congreso y en el territorio. Pero tan necesarios como esos consensos serán los deslindes que preserven el aire fresco que sopla en el país. Kirchner interpretó la avidez de cambio que había en la sociedad argentina. Si todo sale como desea, habrá aligerado buena parte del lastre que debió admitir para llegar a donde está, una operación que deberá repetir en otra escala con vistas al futuro.

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