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El país|Jueves, 17 de noviembre de 2005
DURISIMA REPLICA DE KIRCHNER A LAS CRITICAS DE LA CUPULA ECLESIASTICA

“No me van a excomulgar por esto”

En su reaparición después de sus minivacaciones en El Calafate, el Presidente cargó duramente contra la Iglesia, replicó sus críticas sobre los ’70, recordó que “confesaban a torturadores”, dijo que actúan como un partido político y que deberían trabajar con mucha humildad.

Por Diego Schurman
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El Presidente encabezó un acto para anunciar obras públicas en la provincia de Buenos Aires.
Los cachetes colorados de calor y una sonrisa pícara acompañaron la introducción de Néstor Kirchner. “Permítanme decir algunas cositas”, intentó amortiguar en ese diminutivo el impacto del discurso con el que, inmediatamente después, castigó a la Iglesia. “Se parece más a un partido político, atado a lo temporal, que a la tarea terrenal”, tiró el primer latigazo, recordando, además, la complicidad de muchísimos religiosos con la última dictadura militar. “En aquellos momentos no estaban y hasta había algunos que confesaban a los torturadores.”
Tras un retiro espiritual en El Calafate, el Presidente volvió a ser el de siempre. Frontal, conflictivo, desafiante. Y de eso dio constancia ayer, al romper su largo silencio para cuestionar el crítico documento de la Conferencia Episcopal.
¿Qué le molestó a Kirchner del pronunciamiento “Una luz para construir la Nación”? Prácticamente todo. Por eso se dedicó a desmenuzarlo con paciencia de orfebre durante un acto oficial.
Arrancó con aquella frase que los medios llevaron a sus titulares. “¿Desigualdad? Cuesta creer que creció la desigualdad”, evaluó haciendo gala de su histrionismo. La Iglesia no sólo habló de un crecimiento, sino que le puso el adjetivo “escandaloso”. Más aún: señaló la “falta de un trabajo digno y estable”. Ahí Kirchner bombardeó con números, en una arenga propia de un acto de campaña.
“Bajamos a la mitad la indigencia. Del 27 al 12,6 por ciento. La pobreza descendió del 57 al 38 por ciento. El desempleo cayó del 24 al 10 por ciento. Hasta la distribución del ingreso ha mejorado un poco, pero ha mejorado y hoy 5 millones de personas consiguieron trabajo. Humildemente les digo a los pastores que están absolutamente equivocados.”
Atento a no quedar atrapado en un exceso de optimismo, el mandatario apeló a su muletilla de cabecera: esa que dice que los argentinos recién están saliendo del infierno. El Salón Azul, que se había poblado para escuchar las características de la construcción de la autovía Cañuelas-San Miguel, seguía las palabras de Kirchner en un medido silencio.
El Presidente bajaba y subía el tono, como pidiendo permiso antes de lanzar una nueva bomba. “Yo acá no vengo a quedar bien con nadie”, retomó e inmediatamente giró hacia los funcionarios sentados al costado del atril.
“Algunos me decían ‘mejor no le contestés, que igual la sociedad mucha bolilla no les dio’”, confesó sin dar pistas de sus asesores. Los funcionarios Carlos Zannini, Aníbal Fernández, Julio De Vido y Oscar Parrilli, y el gobernador bonaerense Felipe Solá lo miraron impertérritos. No estaba Alberto Fernández, el jefe de Gabinete, que lo acompañó en el retiro de El Calafate.
La Iglesia había sugerido una suerte de desequilibro en las “interpretaciones” de la Casa Rosada sobre la violencia política de los ’70. Fue el tramo del documento que más alteró el ánimo presidencial y eso quedó reflejado en sus palabras.
No por nada recordó que el documento episcopal de 1981 fue utilizado por el dictador Reynaldo Bignone para promulgar la Ley de Autoamnistía. “Cuando yo hablo de justicia, de que los terroristas de Estado tengan el castigo que merecen para que la sociedad pueda construirse sobre bases sólidas, lo hago honestamente desde una sincera visión de reconstrucción de la Argentina.”
En el Gobierno creyeron leer en el texto eclesial aquel discurso de pacificación propio de la década del 90, donde su pregonaba dejar de lado el pasado para mirar hacia adelante. “La reconciliación tiene que estar basada en la justicia y la verdad. Aún por estos días aparecen en Córdoba, en San Vicente, restos de desaparecidos.”
El calor del ambiente iba en alza, igual que la crítica presidencial. “Mi postura no significa, bajo ningún aspecto, que yo avale cualquier acto de terrorismo de otro tipo, eso es sesgado. Nosotros queremos justicia, queremos la verdad de lo que pasaron miles y miles de chicos que sufrieron la desaparición sólo por militar en alguna organización política.”
Fue entonces que se remitió, una vez más, a los años de plomo y a la salida de escena de los obispos en tan terribles momentos. No puso a todos en el patíbulo. Aunque con nombre y apellido sólo exceptuó a Jaime de Nevares, Enrique Angelelli, Miguel Hesayne, a quienes consideró “dignos”.
La cara de asombro de los presentes era ostensible. La de Ubaldo Matildo Fillol era comparable con la que puso cuando Diego Maradona lo desparramó por el piso antes de aquel memorable gol en la Bombonera. El ex arquero de River y Racing –probablemente uno de los mejores de la historia argentina– estaba como invitado de honor: además de haber sido parte de la campaña presidencial de Kirchner, es una de las figuras del deporte que parió San Miguel del Monte, la localidad donde el Gobierno prometió llevar su obra pública.
Kirchner fue llevando su prédica al punto de invertir la situación y convertirse en el analista de los obispos, con una fuerte carga de sugerencias. “Les pediría a los pastores que miren para adentro. Yo no llegué aquí para vivir en la hipocresía. La ostentación abarca a todos los sectores.” En fin, otra manera de reclamar a la Iglesia una autocrítica.
La advertencia de los obispos sobre los peligros de la violencia social como producto de la desigualdad también tuvo una respuesta. “El hecho de pensar diferente no habilita a que justifiquemos ese camino a la violencia social.”
No hubo alusión directa ni indirecta al caso Baseotto, pese a que la Iglesia había criticado a Kirchner por “invadir un fuero que le es ajeno”, por aquella decisión unilateral de separar al religioso de la vicaría castrense.
Sí hubo una reivindicación de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, por si quedaban dudas de que no dará marcha atrás en su prédica en defensa de los derechos humanos. Condimentó la frase, una vez más, con las dos palabras de la noche: justicia y verdad.
Levantando las cejas, y seguro de que se había ganado la tapa de diarios y noticieros, intentó descomprimir. Esta vez no utilizó un diminutivo sino que apeló a la compasión de quienes acababa de criticar con una tremenda crudeza. “Calculo que no me van a excomulgar por esto”, sonrió, todavía con los cachetes colorados.
Ahí emergieron los aplausos. Y entonces el Presidente se dio el gusto de distender el Salón aún más: miró a Fillol, sentado en una butaca de la segunda fila, hizo un brevísimo silencio, y sorprendió con su remate.
–¡¡¡Pato, salvemos a Racing!!!
Algunos entendieron que no era el mejor contexto para pedir milagros.

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