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El país|Miércoles, 5 de junio de 2002
EL PRESIDENTE URUGUAYO VINO PARA DECIR QUE NO LE CUESTA DISCULPARSE

Duhalde lleno porque Batlle llegó y lloró

El gobierno argentino escenificó una escena pública en la que Batlle pareció pedir disculpas por haber dicho que el país, o los funcionarios, son “una manga de ladrones, del primero al último”, y Duhalde pareció enojarse antes de dar todo por terminado.

Por Martín Granovsky
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“Me parece que hay más cámaras”, dijo Eduardo Duhalde en un murmullo. “No importa, si hay más cámaras haremos lo mismo con otras cámaras”, le contestó Jorge Batlle, que acababa de palmear fuerte a Duhalde. Entonces las cámaras volvieron a filmar la escena, que había incluido lágrimas del presidente uruguayo y un pañuelo que iba en cámara lenta del bolsillo a la cara. La maravillosa actuación cerró la obra que podría llamarse, previsiblemente, Llanto rioplatense, y tuvo un momento de dramatismo emotivo cuando Batlle se quebró, o lució quebrado, lo cual no es absurdo para el presidente de un país que perdió la mitad de las reservas.
Batlle había dicho que los argentinos son “una manga de ladrones, del primero al último”, sin aclarar si se refería a todos los argentinos, a los funcionarios electos, a los funcionarios en general o a los políticos. También declaró a Bloomberg Televisión que Duhalde no tiene fuerza política ni sabe adónde va. La conmoción fue tal –y su popularidad en la Argentina tan grande– que ayer por la mañana cruzó el Río de la Plata para pedir disculpas aquí y distenderse en un almuerzo.
Pero, ¿pidió perdón?
“No me cuesta pedir disculpas al pueblo argentino y a usted, señor Presidente”, dijo sentado a la derecha de Duhalde. Cualquiera podría decir que no le cuesta pero no lo hizo, aunque quizás no importe esta utilización de palabras que empequeñece a Bill Clinton en medio del caso Lewinsky: Batlle quedó como disculpado cuando Duhalde dijo que “uruguayos y argentinos no solo olvidaremos este episodio, que de mi parte doy por terminado”. Duro, Duhalde. Como contrariado. Ni miraba a Batlle ni siquiera cuando éste entró en asociación libre. “Cuando me hicieron la entrevista, el jueves, recién salíamos de un stress y una presión de cinco meses continuados, en los que Uruguay estuvo al borde de una situación grave”, dijo, marcando fechas que casi coinciden con el comienzo del corralito argentino, el 3 de diciembre último.
Después, el almuerzo eludió la política en serio. Todo transcurrió igual que si ambos presidentes hubieran elegido comportarse como miembros de dos peñas tangueras que se reúnen en Buenos Aires para discutir la nacionalidad de Gardel, si argentina o uruguaya, tras descartar, obvio, que hubiese nacido en Toulouse. Y realmente Gardel fue uno de los temas del encuentro diplomático, junto con la vida del jockey Irineo Leguisamo y unos toques de fútbol, pero no demasiado para no provocar otro choque violento.
Durante el día, Batlle volvió a decir que cómo no iba a querer a los argentinos si su madre nació en la calle Perú y su primera mujer era argentina. En realidad, no fue un mensaje cálido para los peronistas más memoriosos. La primera esposa de Batlle era hija de Raúl Lamuraglia, el directivo de la Unión Industrial Argentina que en 1945 entregó el famoso cheque como aporte económico para la campaña electoral de la Unión Democrática contra Juan Domingo Perón, que ganaría el 24 de febrero de 1946. Empresario hilandero, conservador liberal, luego mecenas del socialista democrático Américo Ghioldi, Lamuraglia se exilió en el Uruguay y fue allí donde Batlle conoció y terminó casándose con su hija, de quien luego se divorció.
O sea: de pasado peronista, nada. Y de simpatías peronistas, menos. Quienes conocen de cerca a Batlle, un liberal de derecha, dicen que ni siquiera tiene simpatías por Carlos Menem, a quien mencionó el uruguayo en la grabación de Bloomberg como el futuro presidente de la Argentina-paísde-ladrones-del-primero-al-último. Tal vez solo lo haya puesto en la cima del ranking, en un top ten que pudo armarse gracias a la profesionalidad del sistema financiero uruguayo para funcionar como uno de los sitios preferidos por los cobradores de sobornos para depositar plata que, naturalmente, no suele declararse en la AFIP.
Después de las lágrimas, en la intimidad, Batlle debe estar sonriendo. No fue castigado por un gobierno argentino que razonablemente no fabricó un gran conflicto con un socio pero que, además, no podía haberlo hecho. Carece incluso de esa fuerza y no puede correr el riesgo de producir un cacerolazo en favor de Batlle y contra Duhalde.
Envió su mensaje de distancia al mundo financiero internacional, que también esquiva toda responsabilidad propia en la corrupción argentina y la fuga de divisas tolerada por expertos y gobiernos.
Y se hizo inmensamente popular en la Argentina, donde la mayoría prefirió repetir sus declaraciones sin preguntarse por qué las hacía. Si alguien dice que los políticos argentinos son todos ladrones solo recogerá aplausos. Si lo dice un George Bush, un Otto Reich, una Anne Krueger, habrá sospechas: por algo el poderoso critica tanto. Pero si el chiquito cuestiona, debe ser porque tiene razón. En ese caso suelen pasar a segundo plano sus motivos. Por ejemplo, la necesidad de ser el mejor alumno de los organismos de crédito para blindar su sistema financiero y protegerlo de cualquier corrida. La urgencia por mostrarse como el anticomunista más ortodoxo del continente, cosa que quiso lograr al romper relaciones diplomáticas con Cuba. O, en fin, el compromiso de liderar el más fabuloso ajuste fiscal de la región.
“Estamos ante la peor crisis de la historia con el peor conductor que uno se podía imaginar”, dijo el parlamentario Carlos Pita, de Corriente Popular. El oficialismo uruguayo, ayer, calló. Acompañaba el juego de las lágrimas.

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