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El país|Sábado, 14 de enero de 2006
TOMARON REHENES Y MIENTRAS NEGOCIABAN, VACIARON LAS CAJAS DE SEGURIDAD

El arte de la fuga tras asaltar un banco

Cuatro ladrones tomaron una veintena de rehenes durante siete horas en un banco de Acasusso. Cuando la policía ingresó, ya no estaban. Creyeron que se habían ido por las alcantarillas, pero luego descubrieron un boquete sembrado de explosivos.

Por Cristian Alarcón y Raúl Kollmann
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Más de 200 policías rodearon el banco durante siete horas, pero no lograron evitar la fuga.

A la alegría de los 23 rehenes liberados después de siete horas de cautiverio en el Banco Río de Acasusso, le siguió anoche el que podría ser el más ridículo de los escándalos de la Policía Bonaerense. Doscientos hombres rodeaban ayer la sucursal bancaria, cuando los cuatro ladrones que al mediodía habían asaltado el lugar se fugaron con un botín multimillonario sin disparar un solo tiro de sus poderosas armas de guerra. Ayer al anochecer los Halcones y los Geo daban vuelta los entretechos del banco. Los buzos de la Prefectura vigilaban las alcantarillas que van a dar al Río de la Plata, bajo la sospecha de que habían salido nadando. Los helicópteros de la fuerza iluminaban las costas. La policía, en un último intento por dar con los profesionales, chequeaban las identidades de cada uno de los rehenes varones, mientras los reunían con los familiares que los habían ido a buscar. Pero de los cuatro ladrones, ni las sombras. Por fin se supo que no era magia: se escaparon por un túnel que alguien cavó durante unos tres meses y que desembocaba en un boquete en el subsuelo del banco, justo al lado de las cajas de seguridad, vaciadas por completo. Lo habían tapado con un simple mueble archivero. Anoche no sabían a dónde iba a dar –si a una casa o a las alcantarillas sospechadas–. Los profesionales habían dejado el camino hasta él sembrado de granadas y el boquete coronado por una bomba cazabobos. Dura jornada la del viernes 13.

Eran las 12.30 cuando cuatro hombres de entre 25 y 35 años entraron armados hasta los dientes al local de la Avenida Libertador al 14800, con profesional determinación. Víctor Herbekian, un peluquero de perros que trabaja en el petshop frente al banco, le dijo anoche a Página/12 que vio a “uno vestido como un médico y a otro con un traje, con capuchas y guantes negros asomarse con handies en las manos”. Tanto a Víctor como a sus vecinos la policía les ordenó que se quedaran dentro de los locales con la puerta cerrada y escondidos debajo de los mostradores o lo que encontraran a mano. Al principio de la tarde otro testigo, vecino del lugar, que no se quiso identificar, le aseguró a este diario que los delincuentes en principio eran ocho y que cuatro de ellos habían podido salir en un auto cuando frente al banco aparecieron dos patrulleros de la Bonaerense. Pero luego, y hasta tarde, la policía y otros testigos aseguraron que sólo fueron los cuatro que anoche comenzaban a entrar a la historia por la mágica manera de evaporarse en las narices de los cuerpos más entrenados de la fuerza al mando del comisario Daniel Rago y el ministro León Arslanian.

Al capo del grupo algunos testigos lo identificaron como un hombre de algo más de treinta años, de impecable traje gris que en plena acción llevaba colgado un fusil FAL a la espalda, como quien lleva una guitarra. Ayer hubo tiroteos en varios asaltos durante la mañana y una persecución espectacular que terminó con dos policías muertos, también en la zona norte, pero que comenzó en Tigre y terminó en San Martín, en la villa La Rana (ver aparte). En el caso del asalto al banco el que se hizo cargo personalmente de supervisarlo todo fue el jefe Rago, recientemente nombrado por el gobernador Felipe Solá. En las negociaciones puso al mando a un experto del Grupo Halcón. El fiscal a cargo fue Ariel Apolo, de turno en los tribunales de San Isidro.

Las negociaciones parecían avanzar por carriles más que civilizados con los ladrones a la hora de la siesta. Ellos, según fuentes de la fiscalía, pedían no ser tratados como secuestradores, sino como simples “chorros”. Esto implicaba no acusarlos por la privación ilegal de la libertad de los que en principio eran diez rehenes, atento el buen trato que les estaban dispensando. Incluso los ladrones cultivaron el optimismo de los negociadores y el fiscal al liberar alrededor de las tres de la tarde a tres rehenes. Comenzaron con una mujer que corrió desde la puerta de la sucursal a abrazarse con una médica de guardapolvo blanco que la contuvo en el llanto y la desesperación. Por fin un custodio de seguridad bancaria, al que como un detalle, según una fuente policial le dijo a Página/12, antes de dejarlo ir le entregaron su arma reglamentaria, descargada. Nada personal de los rehenes les interesaba a los profesionales, evidentemente. Después, cada uno de los que aún seguían como rehenes pudo comunicarse con su familia.

La policía cortó la avenida apenas los ladrones se parapetaron en el banco. Yendo de la capital se podía avanzar sólo hasta la calle Urquiza, donde había un primer vallado. Trescientos metros más allá, otro vallado impedía que las cámaras de TV y los móviles avanzaran hacia Libertador y Perú, la zona de peligro. Pero desde las cuatro de la tarde los canales ya no pudieron transmitir en vivo a pedido del comisario Fernández, de la DDI de San Isidro, porque –explicó luego el fiscal Apolo– los miraban en directo desde adentro del banco. Adentro, el cuarteto ya tenía a los rehenes, que terminaron siendo 23, custodiados en la planta baja y el primer piso, todos ellos bien tratados, según contaron al final. Así fue como, con tranquilidad, la negociación continuó. Víctor, el peluquero canino, le dijo a este diario que los hombres de capucha le gritaron el código ID a los policías, que a partir de ese momento se comunicaban con ellos directamente por handy. La última comunicación, según una fuente le dijo anoche a este diario, fue a las cinco de la tarde. A esa hora habían llegado, se suponía, a un primer acuerdo: liberarían a los rehenes a cambio de ser acusados sólo por un intento de robo a mano armada. Así lo aseguraron dos fuentes a Página/12. Pero, a la luz de lo que anoche podía reconstruirse de la peripecia, no era exactamente lo que los delincuentes estaban pensando. Las hipótesis son dos. La primera es que para entonces ya los ladrones no estaban en el banco, y seguían el juego desde el equipo de radio. La segunda es que esperaban para dar el golpe final: huir a través del túnel. El agujero fue descubierto con dos bombas de gran poder en el subsuelo, al lado de las cajas de seguridad, todas ellas saqueadas.

“Teníamos cierta certeza de que podíamos entrar sin riesgo para los rehenes, pero conseguimos liberarlos a todos sanos y salvos, eso es lo importante”, dijo un nervioso comisario Rago a los periodistas cuando nadie sabía qué había sido de los ladrones, a eso de las ocho y media. “Quiero chequear la cantidad de rehenes con los familiares. Estamos haciendo una búsqueda por todos lados”, lanzó, sospechando que entre la veintena de personas en cautiverio liberadas podría haber algún elemento del hampa. Difícil. “Ya detonamos un artefacto, falta otro”, informó el fiscal cerca de la medianoche. Entonces se supo que a media tarde el negociador perdió contacto con los ladrones y entonces el grupo Halcón irrumpió con sus hombres para rescatar a los rehenes. Poco después la boca abierta de la Bonaerense se desayunó con el inteligente e impresionante plan del cuarteto que ayer, viernes 13, pasó a la historia del hampa argentino como el burlador de todos los burlones.

Informe: Luciano Zampa.

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