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El país|Miércoles, 15 de febrero de 2006
SEBASTIAN CASADO, EL NIETO QUE ANGELA ENCONTRO DESPUES DE 28 AÑOS

“Abraza fuerrrrrte, como el padre”

Angela Barili, abuela materna de Sebastián, le contó a Página/12 cómo fue el encuentro con su nieto. Sus padres, Gaspar y Adriana, desaparecieron en 1977 y él se buscó en Abuelas.

Por Alejandra Dandan
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La titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, con Angela Barili y Bruno Tasca.

“¡Ché, loco!”, le dijeron sus amigos uno de esos días en los que lo vieron una y otra vez pararse frente a la misma foto de Internet. “¡Ese tipo es tu viejo! ¡Mirá si no va a ser tu viejo, si sos igual!” Sebastián estaba con muchas dudas pero, como pocos, también con muchas certezas sobre su identidad. Le habían dicho que era adoptado y, aunque con ganas, sólo después de muchos años se animó a ir entrando a las páginas de las Abuelas de Plaza de Mayo en Internet para hacerse preguntas. Clickeó documentos, archivos o informes hasta que se encontró con una foto de Gaspar Casado, su verdadero padre, secuestrado a fines de 1977 y hoy desaparecido. Sebastián no sabía quién era pero lo intuyó. Las Abuelas ayer hicieron pública su historia y la búsqueda que terminó hace una semana con la confirmación genética de su identidad. Es la restitución número 82 de las Abuelas.

Sebastián empezó con el último tramo de la búsqueda hace poco más de un año. En enero de 2005 escribió una carta a las Abuelas para averiguar por una causa en la que se lo mencionaba como posible hijo de desaparecidos. Estaba con muchas dudas. Pero escribió. Allí comenzó un largo camino lleno de preguntas. Las Abuelas lo pusieron en contacto con la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi), el ámbito donde debía iniciar el legajo formal de la búsqueda y los exámenes genéticos. Pero eso era demasiado. Sebastián empezó a visitar la Conadi en marzo de 2005; fue una y otra vez, pero no se animaba a abrir formalmente su búsqueda.

Eso sucedió sólo en agosto de 2005, cuando llegó a sus manos la edición 47 del mensuario de las Abuelas. Como todos los meses, la revista publicaba la historia de vida de una de las Abuelas. Esta vez, le tocaba a Angela Barili de Tasca, una de los tres abuelos biológicos vivos de Sebastián, aunque él no lo sabía. Cuando leyó la nota, ató cabos, cruzó nombres, pensó y decidió presentarse a la Conadi. Su trámite se inició el 29 de septiembre del año pasado. Para entonces, Sebastián avanzaba casi seguro de que Angela era su abuela, pero además de que sus abuelos eran muy mayores como para esperar que él resolviera sus dudas.

Conadi terminó con los estudios el jueves 9 de febrero. Según los datos, sus genes incluyen en un 99,9 por ciento el grupo familiar Casado-Tasca. A la 1.30 de la mañana del día siguiente, Sebastián llegaba a la casa de departamentos de Mar del Plata donde aún vive su abuela Angela con su marido Bruno Tasca. Página/12 dialogó con ella sobre la búsqueda y la restitución de su nieto.

–¿Cuándo conoció la noticia?

–El jueves pasado. Mi hija Ana me llamó por teléfono y me dijo: “Mamá, prepará café”. Cuando le pregunté por qué, me respondió que venía con alguien, era una abogada de Abuelas, íntima de mis dos hijas. Me pareció extraño, la verdad. Y en el hall, mi hija me preguntó:

–¿Qué es lo que más desearías en el mundo, mamá?

–Encontrar a mi nieto –le dije.

Ana no esperó:

–Mamá, lo encontramos –soltó. Angela enseguida habló por teléfono con su nieto o, mejor dicho, con su voz. Le sorprendió el tono, lo grave, el paso del tiempo, la edad. Pero claro, dijo después, “cómo no va a ser así si ya es un hombre, tiene 27 años y va para 28, los cumple el 27 de marzo”. Sebastián le propuso un encuentro. Ella y su marido Bruno aceptaron verse en Buenos Aires, pero a todos les ganó la impaciencia y la emoción. Horas más tarde, después de dar el aviso, Sebastián estaba en Mar del Plata.

–Llegó a la 1.30 de la mañana, éramos un montón. Se abrazó con mi hija y cuando me abrazó a mí no me quedó ninguna duda, porque abraza de la misma forma que el padre: me dio uno de esos abrazos fuerrrrtes.

–¿Cómo supo que ustedes eran parte de su familia?

–Pasó que se enteró a los 22 años que era adoptado, se lo dijo la hermana. Ella también vino a Mar del Plata, también es adoptada, tiene dos años más; se hizo los análisis pero a ella no le dieron. Cuando estuvieron allá, me llamó aparte para decirme que ellos habían estado muy bien criados, que no me hiciera problemas.

–Una vez que supo de la adopción, ¿qué pasó?

–A mediados del 2005, Sebastián empezó a mirar por Internet la página de Abuelas, ahí se encontró con la foto de mi yerno y de mi hija. ¡El encontró la foto! Y todos los datos. Supo que había un bebé que debía nacer en tal fecha y se lo dijo a sus amigos: “Esta es mi familia”, les dijo. ¿Usted lo puede creer? “Esta es mi familia”, dijo como si supiera. Sabía que se parecía mucho al padre. Se lo decía a todos. Les preguntaba: “¿Yo me parezco a este muchacho?” “Sí”, le decían. Y ahí empezó a investigar y se fue a hacer los estudios, los análisis por su propia voluntad y su propia iniciativa. Le demoraron cuatro meses.

–¿Cuando conoció los resultados estaba solo?

–No. Tiene una novia que lo ayudó muchísimo en la búsqueda, como los padres de la novia. Y allí, como en la historia figura que mi hija y mi yerno querían llamarlo José o Josefina, si era mujer, cuando le entregaron los análisis firmó como Sebastián José Casado. ¿No es una maravilla? Tuve mucha suerte, quisiera que a todas las abuelas les pasara lo mismo.

–¿Qué conoció de su vida?

–Ahora hay que darle tiempo. No le hice muchas preguntas porque no quería hacerlo. Sebastián toca el bandoneón, le gusta Piazzolla y le gusta Goyeneche.

La música parece una herencia de su familia materna; un bisabuelo con buenas manos para el piano, una tía ducha en ese mismo campo y una madre buena pero sólo con la guitarra y una flauta, a fuerza de la impiadosa insistencia de Angela. La madre de Sebastián estuvo poco tiempo en Mar del Plata, nació allí el 20 de abril de 1955, pero para el ’73 se había mudado a La Plata. Gaspar nació el 21 de noviembre de 1955 en Azul. Era el quinto de una familia de ocho hermanos, por eso todos lo llamaban “Quinto”. También se fue a estudiar a La Plata, llegó un año después que Adriana. Los dos se habían anotado en Derecho, pero se conocieron en la Caja de Previsión Social para Abogados por un trabajo. Para esa época, habían empezado a militar con Montoneros. Los secuestraron entre el 10 y el 15 de diciembre de 1977, Adriana estaba con cinco meses de embarazo.

Poco antes, los dos habían pasado un breve período en Mar del Plata y Angela ya estaba aterrada.

–Ellos en ese momento nos habían dicho que ya no estaban en nada, pero evidentemente nos mintieron. A mí me desesperaba eso de que ella estuviera embarazada y en peligro. Realmente tenía miedo, porque uno antes de esto tenía otra manera de pensar. Yo he cambiado. No soy la misma que era antes.

–¿Cómo era?

–Yo no la comprendía a mi hija y eso ahora me duele. Yo le daba mucha importancia a tener arreglada la casa, a que ellas estuvieran bien arregladas; ella no; salía y volvía sin la campera que yo le había hecho, pero a todas las madres les pasaba lo mismo porque eran los chicos, eran de esa manera, querían un mundo mejor y eso les valió perder su vida. Pero yo nunca creí que hubiera habido tanta crueldad, yo pensaba que a mi nieto me lo iban a devolver, que me lo iban a dar cuando tuviera dos meses, tres meses, cuando dejara de tomar la teta.

Por los datos recogidos, se sabe que Sebastián habría nacido durante el cautiverio de su madre y entregado por un oficial de las Fuerzas Armadas a un matrimonio allegado. De la Conadep surgió que lo habían anotado como hijo propio, con una constancia de nacimiento firmada por una médica de la policía de la provincia, actualmente implicada en otras causas de apropiación.

–¿Qué supieron ustedes de las personas que lo criaron?

–Parece que la mujer es buena, él quiere mucho a su madre.

–Se dijo que él logró comenzar la búsqueda cuando murió quien actuó como padre.

–Cuando fallece el padre. Tengo entendido que murió a mediados del año pasado. Lo sé por otras personas, no lo puedo asegurar, no me lo dijo.

–¿Qué fue lo que sí le dijo?

–Yo le pregunté si había tenido abuelos. Y me dijo: “Sí, y los quise mucho y me quisieron mucho”. Todos los años iban a veranear a Mar del Plata porque les encantaba y tiene un departamentito de un ambiente que era de los abuelos. Por eso creo que todavía no nos puede decir abuelos. Pero eso ahora no importa.

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