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El país|Domingo, 16 de abril de 2006
LOS BEMBERG Y EL EMPRESARIADO NACIONAL

Burgueses y oligarcas

Con pocos días de diferencia, Julio De Vido celebró al “empresariado nacional” y las familias Bemberg, De Ganay y Montalembert vendieron el paquete accionario de la cervecería Quilmes. Esta coincidencia cronológica invita a reflexionar sobre el rol de la burguesía nacional en el primer peronismo y su relación con otras fracciones del capital, como la oligarquía diversificada de la que el grupo franco-alemán-luxemburgués constituye un paradigma.

Por Horacio Verbitsky
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Con pocos días de diferencia, el ministro de Planificación, Julio De Vido, celebró la constitución de una nueva Cámara de Empresarios Argentinos de la Energía y la prensa anunció la presunta “desnacionalización” de la cervecería Quilmes. Mientras De Vido encomió el rol de los empresarios nacionales, flanqueado por flamantes accionistas de compañías de servicios públicos privatizadas en la década anterior, los comentarios publicados sobre la transferencia del paquete accionario de Quilmes ¡llegaron a presentar a la maltería de los Bemberg como un emblema nacional!

Es obvio que para cualquier gobierno resulta preferible tratar con accionistas a los que puede convocar a una negociación mediante un llamado telefónico, que con gerentes locales de conglomerados multinacionales. En los casos de las privatizadas que luego de la devaluación entraron en conflicto con el Estado al que intentaron endosarle su endeudamiento en dólares, el actual gobierno estimuló el traspaso de sus paquetes a firmas locales, en varios casos fondos de inversión especializados en la renegociación de compromisos financieros. Esto no tiene nada de objetable, siempre y cuando no se repitan algunos errores históricos que están en la base de graves frustraciones. Muy distinto es el caso de los Bemberg. Hasta la página web de Quilmes Industrial SA, Quinsa, está escrita en inglés e informa que se trata de un holding internacional con sede en el Gran Ducado de Luxemburgo, que a su vez controla Quilmes International Bermuda Ltd. (“QIB”). También forman parte del grupo los fondos de inversiones BISA, Quilvest, Los Manantiales, Golden Wing, Excelence y Financiera Streamliner, con negocios en Asia, Estados Unidos y Europa.

Por cierto que la familia fundadora echó raíces en la Argentina y también dio frutos, algunos tan exquisitos como la cineasta María Luisa Bemberg. Su marido, el arquitecto Carlos Miguens, trabajó en planes de vivienda popular en sindicatos peronistas. Pero la sede principal del grupo fundado hace más de un siglo por el prusiano Otto Bemberg está en París, franceses son sus principales accionistas y sus acciones cotizan en las bolsas de Luxemburgo y Nueva York. Luxemburgo no es un partido del Gran Buenos Aires que haya cambiado sus preferencias duhaldistas por un acercamiento alFrente para la Victoria, aunque los Bemberg y sus parientes los De Ganay y Montalembert están entre los mayores terratenientes de la provincia de Buenos Aires, con más de 50.000 hectáreas repartidas en distintas sociedades agropecuarias, condominios y formas de propiedad individual. Si el análisis económico debiera incluir los auspicios publicitarios a las selecciones de fútbol, hasta Coca-Cola sería una empresa nacional (argentina, pero también peruana y ecuatoriana, ya que esas estrategias no se limitan a un país). La venta de la totalidad de su paquete accionario y la presumible inversión de los 1200 millones de dólares al contado en producción primaria y fuga del espacio local sigue una tendencia generalizada desde hace una década y muestra que ese comportamiento comprende tanto a los grupos locales transnacionalizados como a los conglomerados extranjeros.

El salto cualitativo

En estos días comenzó a distribuirse el último libro de Eduardo Basualdo, Estudios de historia económica argentina. Desde mediados del siglo XX a la actualidad, que contiene elementos imprescindibles para que este debate, actualizado por las definiciones del gobierno nacional, no se reduzca a lugares comunes y estereotipos triviales ni incluya idealizaciones de momentos del pasado que no lo justifican. Al revisar la década de los primeros gobiernos peronistas, Basualdo refuta la crítica habitual según la cual la creciente participación de los asalariados en el ingreso impidió un salto cualitativo en la producción industrial y la necesaria modernización de la infraestructura. Esa participación de los trabajadores en el ingreso obedecía tanto al incremento del salario real como a la alta ocupación de mano de obra. (Desde 1976 en adelante el antídoto neoliberal consistió en la reversión de ambos fenómenos, con aumentos de productividad y de ganancias basados en altos índices de desocupación y bajas salariales.)

El acelerado crecimiento industrial que en los años del primer peronismo terminó con el modelo agroexportador, se caracterizó por la incorporación económica, social y política de la clase trabajadora, reflejada en una abundante legislación sobre convenios colectivos, tribunales laborales, salarios mínimos y seguridad social.

La intervención estatal en el proceso económico redistribuyó hacia los trabajadores, los empresarios industriales abastecedores del mercado interno y el propio Estado, la renta agropecuaria de la que hasta entonces se apropiaban la oligarquía terrateniente y el capital extranjero. Pero el peronismo no logró superar la etapa de la industrialización liviana, incorporando a la estructura productiva interna la industria pesada, que hubiera permitido una mayor expansión económica y autonomía nacional. La crítica repetida desde derecha e izquierda señala la redistribución progresiva del ingreso, los gastos improductivos del Estado y la nacionalización de los servicios públicos como causales de esa oportunidad perdida, al malgastar las reservas de divisas acumuladas durante la segunda guerra mundial. “¿La única posibilidad para desarrollar la industria pesada y renovar los bienes de capital era sacrificar los objetivos centrales de su política o, por el contrario, tenía otras alternativas que no utilizó?”, se pregunta Basualdo al repasar las opciones que tuvo por delante Perón.

La oligarquía diversificada

De este modo introduce a un punto central de su trabajo, sobre la composición de las distintas fracciones industriales. El análisis tradicional distingue entre el capital extranjero (que tuvo una incidencia decisiva en los comienzos de la industrialización en el país y que se expandió en forma incesante en las primeras cuatro décadas del siglo pasado), y la burguesía nacional (que comenzó a manifestarse en la décadade 1930 y tuvo activa participación en el proceso económico, y también político, de las dos décadas siguientes). Pero Basualdo se refiere también a lo que llama “la oligarquía diversificada”, que “está compuesta por capitales de diferente origen y grado de diversificación económica”. Entre ellos menciona a “un conjunto de capitales extranjeros que expresan formas de internacionalización temprana, ya que se instalaron en el país a fines del siglo XIX mediante la radicación de algunos integrantes de las familias propietarias y, como tales, se integraron con la clase dominante local en términos sociales y económicos”. Su base no fue sólo industrial, “aunque controlaban múltiples firmas industriales líderes, sino que tuvieron una destacada presencia en la propiedad y producción agropecuaria pampeana y extra-pampeana, formando parte de los grandes terratenientes, participaron en la exportación de productos primarios y en los negocios financieros de la época e incluso instalaron o adquirieron firmas en otros países del cono sur. Entre ellos se encuentran Bunge & Born, Bemberg y Tornquist”.

Pero también se integraron a esa fracción empresaria otros capitales tanto locales (originados en los sectores dominantes pampeanos y provinciales, como los Braun Menéndez, Ignenio Ledesma, Terrabussi, Fortabat y Corcemar) como extranjeros (Alpargatas-Grupo Roberts y Compañía General de Combustibles-Brown Boveri). Esta fracción empresaria se diferencia tanto de las subsidiarias extranjeras como de las firmas locales. Es un sector de la oligarquía local que diversificó sus intereses en la industria, el agro y otras actividades y que constituye el sector “más estable y tradicional” del establishment económico desde la conformación del Estado liberal a fines del siglo XIX. A partir del proceso de desconcentración de la propiedad rural producido bajo el peronismo, la relación se invierte y los terratenientes pasan a ser una fracción subordinada de esa oligarquía diversificada, cuyo espacio de acumulación será la industria.

Utilidades

Contra cierta creencia difusa, el capital extranjero obtuvo durante los gobiernos peronistas sus utilidades totales más elevadas desde que se llevan registros, a partir de 1912. Buena parte de esas utilidades fueron reinvertidas en el país. Entre las sorprendentes constataciones del libro, Basualdo afirma que las utilidades del capital extranjero en aquellos años fueron casi 80 por ciento más altas que las inversiones comprendidas en el Primer Plan Quinquenal y más del doble que las estatizaciones de servicios públicos y la cancelación de empréstitos. Su tasa de rentabilidad sobre el capital invertido fue del 24 por ciento promedio entre 1946 y 1953. Basualdo afirma que esos notables resultados del capital extranjero no fueron excepcionales sino parte “de una situación generalizada de la rentabilidad industrial”. Según los incompletos datos disponibles para 1954 sobre las primeras 50 empresas industriales, el capital extranjero percibió el 43,1 de las utilidades, la oligarquía diversificada el 29,6 y la burguesía nacional el 27,3 por ciento. Con citas de un trabajo reciente del investigador estadounidense J.P. Brennan, Basualdo atribuye a estos resultados la generalizada adhesión empresarial al peronismo, muy alejada de la idea fácil de viejos y nuevos industriales enfrentados, simétrica a la también falsa descripción de una nueva y una vieja clase obrera, demistificada hace más de tres décadas por Juan Carlos Portantiero.

Un rasgo característico del peronismo fue la presencia estatal en la producción industrial. A las empresas y organismos estatales les hubiera correspondido la incorporación de la industria pesada en la estructura productiva. Sin embargo, al cabo de la década peronista el total de las empresas estatales no llegó a generar ni el 10 por ciento de la producción manufacturera y apenas a ocupar el 12 por ciento de la mano de obra. “Es decir que las empresas que tenían que ser la vanguardia de laindustrialización como condición para consolidar el capitalismo de Estado que proponía el peronismo”, tuvieron una “raquítica incidencia en la producción clave debido a la escasez de recursos disponibles para llevar a cabo los grandes emprendimientos. Esos recursos existían pero fueron a manos de las diferentes fracciones empresarias que actuaban en la industria con una elevadísima rentabilidad y es plausible suponer que si los recursos disponibles hubieran sido más, habrían crecido las utilidades y aumentado la rentabilidad pero la industrialización hubiera permanecido igualmente trunca”.

En una excursión contrafáctica sobre lo lo que hubo de haber habido, Basualdo conjetura que el Estado hubiera podido acentuar la redistribución del ingreso hacia los asalariados y los empresarios más débiles mediante una legislación antitrust al estilo de la estadounidense; o apropiarse de esas ganancias extraordinarias por medio de impuestos que luego el capitalismo de Estado invirtiera en la industria pesada; o condicionar los beneficios de la protección, los créditos subsidiados y las compras estatales, a la realización de inversiones industriales estratégicas, como luego haría Corea del Sur.

De este modo, entiende que el escollo contra el que chocaron los primeros gobiernos peronistas no provino del lado del trabajo sino del capital. El nivel de excedente generado cada año, más el acumulado por el gobierno en oro y divisas, hubiera permitido llevar a cabo al mismo tiempo la estatización de los servicios públicos y la industrialización pesada, sin afectar la redistribución del ingreso favorable a los trabajadores asalariados. “La condición para que esto fuera posible era que la rentabilidad de las fracciones industriales no estuviese engrosada por ganancias extraordinarias alimentadas por las transferencias desde el Estado por múltiples vías y en el ejercicio oligopólico pleno resguardado por la protección arancelaria y sin medidas que orientaran el excedente hacia otros fines”.

Perón, dice Basualdo, consiguió disciplinar a varios sectores centrales de la economía agroexportadora, que estaba agotada, pero fue doblegado por las fracciones de capital líderes en la actividad industrial que promovía el peronismo, tanto el capital extranjero como la fracción dominante de la oligarquía argentina. La burguesía nacional alentada e impulsada desde el gobierno era endeble en términos estructurales y más dependiente de los sectores dominantes que del gobierno en términos ideológicos y productivos. “El principio del fin del gobierno peronista comienza cuando la rentabilidad obtenida por las fracciones industriales dominantes comienza a descender. Entiéndase bien, a disminuir respecto de la ‘época de oro’ (40 por ciento de rentabilidad sobre el capital invertido en 1949 por las subsidiarias extranjeras)”, aunque seguía siendo “notablemente alta en términos históricos e internacionales (entre el 17 y el 18 por ciento en 1952 y 1953). Ante esta situación, tal como lo harán sistemáticamente en los años posteriores, las fracciones dominantes del capital llevarán a cabo una ofensiva política, ideológica y económica para instalar socialmente la convicción de que el problema radica en la excesiva intervención y gasto estatal y en el elevado nivel de los salarios. En esas circunstancias, como lo han destacado algunos autores”. (tan diversos como John W. Cooke y el alemán Peter Waldmann), las posiciones de la burguesía nacional no parecen diferenciarse demasiado de la adoptada por las fracciones empresarias dominantes”. Aun salvando todas las distancias entre un momento y otro, esta reflexión no ha perdido valor admonitorio.

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