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El país|Domingo, 30 de abril de 2006
EL TESTIMONIO CONTRA EL REPRESOR QUE NO SE PUDO PRESENTAR EN EL CONGRESO

“Lo detuvo un oficial que se presentó como Patti”

Juan Muñiz Barreto iba a declarar contra el ex comisario que secuestró a su padre, el diputado justicialista torturado y muerto en marzo de 1977. Por “un tema formal” no pudo presentar ante el Congreso las pruebas documentales y su testimonio para que Patti no pueda asumir su banca.

Por Adriana Meyer
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Juana Muñiz Barreto y su hermano Diego, con la foto de su padre.

El año pasado Juana Muñiz Barreto paseaba por San Isidro con sus dos hijos preadolescentes. De pronto vio los afiches con la cara del represor Luis Abelardo Patti prometiendo seguridad y eficiencia, y le salió del alma una puteada. Sus hijos la miraron y preguntaron qué le pasaba. “Ese tipo es el que secuestró al abuelo”, les explicó. El abuelo es el diputado justicialista Diego Muñiz Barreto, que renunció en 1974 ante la derechización del peronismo y fue asesinado en un accidente fraguado el 9 de marzo de 1977. Un mes antes había sido secuestrado en una carnicería de Escobar por el ex subcomisario, que todavía tiene esperanzas de acceder a la banca que ganó en las elecciones de octubre. Juana se presentó el jueves en la Cámara de Diputados ante la comisión que analiza las impugnaciones contra Patti, pero no pudo declarar porque la convocatoria fue anulada. “Luego de 29 años iba a hablar y me taparon la boca”, expresó frustrada ante Página/12.

Juana Muñiz Barreto tiene 44 años y es arquitecta, la mayor de los tres hijos que tuvo el ex diputado. Los otros son Diego, ingeniero agrónomo de 42, y Antonio de 40, que es músico y vive en España. Lo primero que aclara es por qué no pudo hacer nada antes. “Tiene que ver con la impunidad, con el miedo, con la forma en que recibimos la noticia: ‘apareció su papá, está muerto, sabemos que lo mataron pero si les preguntan digan que fue un accidente’. Era plena dictadura, no había otra forma más que negar la historia para poder sobrevivir. Eso hizo que nos pusiéramos una caparazón.” Y desgrana sus recuerdos de aquellos años, con el divorcio de sus padres incluido. “Mi madre ya se había casado con (Carlos) Gorostiza, pero los militares venían igual a ver en qué andábamos, dos por tres terminábamos en casa de mis abuelos, al lado de la Nunciatura porque pensaba que ahí estábamos seguros. Antonio, con siete años, caminando con el cepillo de dientes en el bolsillo del pantalón ‘por las dudas, por si nos tenemos que ir a dormir a otro lado’. Era la época de las bombas, de la Triple A. En 1972 yo tenía 10 años y la policía entró y buscó debajo de las camas a mi papá.”

–¿Su padre ya había sido detenido antes del asesinato?

–Sí, a fines de 1972. Lo llevaron preso y lo defendieron Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde. En 1973 fue diputado pero renunció luego con el grupo de la Tendencia y me acuerdo que llegó una bomba cazabobos, que por suerte mi papá no abrió porque desconfió del remitente. Me acuerdo de vivir con la puerta blindada, de tener custodia y de terminar en lo de los abuelos, junto a la perra que nos habían regalado Duhalde y Ortega Peña, para escondernos. Después de la primera bomba nos llegó una caja de bombones y la abrimos en la bañadera, tapada de agua para que no explotara. Era vivir en riesgo. Cuando lo asesinaron a Ortega Peña se impuso la tristeza y el miedo. Y temíamos que le pasara algo a mi papá, pero él decía que ya se había ido una vez y que no se iba más. Se había ido en la época de Perón, porque primero había sido antiperonista.

–¿Cómo fue su secuestro?

–Ya había caído una vez en la comisaría de Escobar. Teníamos una quinta en esa zona. Aquella vez fue preso con Arturo Rodríguez Jurado, que trabajaba con papá y era rugbier de Los Pumas, y con una parquista holandesa llamada Betsy. Ella no entendía nada pero armó un escándalo en la comisaría, pidió lápiz y papel para seguir diseñando sus parques. Al rato los largaron y cuando volvieron a la parrilla la gente los aplaudió. El 16 de febrero lo vuelven a agarrar en una carnicería con Juan José Fernández. Ahí los detuvo un oficial que se presentó como Patti. Sabemos lo que pasó porque Fernández sobrevivió y porque él mandó avisar a la empresa y a unos amigos para que lo saquemos. Lo había detenido Patti y estaba en la comisaría de Escobar. Pero cuando fueron a averiguar les dijeron que no estaba allí. Luego los llevaron a la regional Tigre, los esposaron, les ataron manos y pies, los encapucharon y los trasladaron a Campo de Mayo. Juanjo escuchaba los gritos de mi viejo en la tortura, los trataron peor que a las bestias. Por último, los llevaron a Entre Ríos en el baúl de un auto. Mi padre les pidió agua, era pleno verano. Y le respondieron “quedate tranquilo que ya vas a tener toda el agua que quieras”. Los ataron a un árbol y, según me contó Fernández, mi padre estaba tranquilo porque no había cantado, a pesar de haber sido picaneado durante tres días. Les dieron una inyección, los metieron en el auto y lo tiraron al río. Fernández, que tenía 26 años, jugaba al rugby y era enorme, se hizo el dormido porque la inyección no le hizo efecto. Se escapó por el parabrisas y se escondió debajo de un puente.

–¿De qué modo supieron de la muerte de su padre?

–Por Radio Colonia. Mis tíos fueron a Entre Ríos a reconocer el cuerpo. Después del entierro mi mamá nos reunió y nos dijo que si nos preguntaban, teníamos que decir que había sido un accidente. Si no corríamos riesgo de vida. Eso es terrorismo de Estado, la diferencia entre si es una banda de delincuentes comunes o si es la policía o el Ejército el que te está secuestrando o matando. A mí me llevó años, estuve callada pero ya en democracia un verano en Pinamar me crucé con Alfredo Astiz, que estaba almorzando, canchero, rodeado de chicas. Armé un escándalo y salí espantada. Ahí me di cuenta de que estábamos rodeados, que la mano no había cambiado del todo. Pero fueron los nietos del viejo los que me pusieron en crisis. Mi hijo había visto en una película del fantasmita Casper a una chica a la que se le había muerto el padre. Todo el tiempo me repetía “¿cómo murió tu padre?” porque se dio cuenta de que mi papá no estaba, que le faltaba un abuelo. Y como no podía contarle el horror a un chiquito, le decía que había muerto en un accidente. Pero además yo no estaba preparada, para mí seguía siendo un accidente y yo seguía en negación.

–¿Cuándo pasó a la acción?

–En 1995 fuimos con mi hermano Antonio a ver a Eduardo Luis Duhalde, nos dijo que hiciéramos la denuncia y adjuntó cosas al expediente. Cuando empecé a buscar material mi mamá me contó que el único lugar al que había podido acudir había sido la Nunciatura. Fui y como nos conocían por vecinos me dieron los archivos. Cuando salí me pongo a leer y veo que dice que quien lo detuvo a papá fue un oficial que se identificó como Patti. En ese momento ya era intendente, y empecé a temblar. Era la impunidad, como comer al lado de un represor, o que sea intendente alguien sospechado del secuestro de tu padre. Y seguimos con el expediente hasta que el año pasado estaba paseando con mis hijos y mi compañero y veo afiches de “educación segura”, “justicia segura”, y se me escapa un flor de insulto. “¡Mamá! ¿Qué te pasa?”, me preguntaron. Y les dije que creía que era el secuestrador de su abuelo. Ahí me propusieron ir a la casa, que pintemos cuernitos en los afiches. Me quedé dura, mi compañero les dijo que su madre hace lo que puede, cuando puede. Pero yo quedé como atragantada, en ese momento estaba en crisis con el tema, había salido la tapa de Página/12 con la foto de él con la gorra, fue a dar una charla a cinco cuadras de mi casa. Por eso al día siguiente los senté a los chicos y les dije que íbamos a hacer una denuncia. Lo busqué a Duhalde y me dijo que había que iniciar una querella desde el Estado. Y me fui a ver al abogado Ricardo Monner Sans, que es muy minucioso y contenedor. Desde entonces estoy juntando la evidencia para darle solidez a la investigación de todos los que estuvieron involucrados, no sólo Patti.

–¿Le costó decidirse a dar su testimonio en el Congreso?

–Un poco, pero quise ir para que tengan presente a mi padre al momento de votar, justamente porque fue diputado. Era como un homenaje a él. Pero tras tanto silencio me taparon la boca, por un tema formal lo impugnaron.

–¿Patti lo impugnó porque no quería que se conociera este caso?

–Seguro. Y yo estaba bastante nerviosa, pero todo este proceso me hizo ver que aunque me lo mataron, y yo había estado mucho tiempo peleada, ahora que sé cómo murió y con la valentía que murió, siento que no me lo van a sacar más.

Se suma a la charla Diego Muñiz Barreto, de gran parecido con su padre. “Acá estamos tratando de convivir con la realidad de que pueda ser diputado un tipo que siempre ha estado al margen de la ley. Hay que respetar la democracia, la gente puede votar a quien quiere, pero me llama la atención que en este país no se respeta el dolor de los demás. Una persona que ha jodido y ha producido dolor no puede ser candidato a nada, y nadie lo tendría que votar pensando en los demás. Uno no puede esconderse en una casa y decir ‘a mí este tipo me da seguridad’, porque a otro no se la dio. Lo que tenemos que tratar es que a todos nos importen todos”, expresó en sintonía con su hermana.

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