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El país|Viernes, 7 de julio de 2006
UN HOMBRE DISPARO CONTRA LA GENTE EN LA VEREDA. MATO A UNO E HIRIO A SEIS

Una tarde de locura y tiros en Belgrano

Ocurrió a las 17 en la avenida Cabildo al 1700. Un hombre sacó de repente un arma de guerra y la descargó sobre quienes estaban a su alrededor. Luego se subió a un colectivo de la línea 80 y finalmente huyó a pie. Hasta anoche no pudo ser localizado. El joven que murió tenía 18 años. Insólita protesta de vecinos contra la “inseguridad”.

Por Pedro Lipcovich
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La vereda de Cabildo entre José Hernández y La Pampa quedó regada de sangre. El agresor tiene alrededor de 35 años.

“Me impresionó la seguridad con que sacó el arma”, dijo a Página/12 una testigo presencial, respecto del hombre que, ayer a las cinco de la tarde, en Cabildo y José Hernández, de pronto empezó a disparar contra los peatones: un joven de 18 años murió tras recibir un tiro en la cabeza y dos en el tórax; otras seis personas fueron heridas y están “fuera de peligro”. El agresor disparó unos doce tiros, de los que nueve hicieron blanco en peatones. Después, huyó a la carrera y se subió a un colectivo de la línea 80; a las pocas cuadras bajó y continuó su huida a pie. Hasta anoche no había sido identificado. Algunos vecinos del barrio cortaron anoche una mano de Cabildo, en protesta contra lo que denominaron “inseguridad”, ya que, dijeron, “si hubiera habido un policía, le pegaba un tiro en la cabeza” al agresor.

El sujeto venía caminando por la vereda sur de la calle Cabildo, desde La Pampa hacia José Hernández. “De repente se dio vuelta, sacó un arma y empezó a tirar”, contó a este diario la encargada del quiosco de diarios de Cabildo y José Hernández, llamada Silvia. Según su testimonio, el hombre era “alto, grandote; tenía un gorrito y creo que era rubio”. Estaba muy cerca del quiosco, tanto que “yo pensé que nos tiraba a nosotros”. Pero no apuntó hacia el quiosco sino que tomó la vereda como andarivel de tiro. La marquesina de la confitería Manhattan, en La Pampa y Cabildo, tiene dos impactos de bala, a unos tres metros de altura; el tamaño de los orificios le permitió a la policía asegurar que las balas procedían “de un arma de grueso calibre”. Según el testimonio de la quiosquera, el atacante “tendría 40 o 42 años; usaba jean y campera; en una manga de la campera tenía una banderita argentina”.

En su diálogo con este diario, la misma testigo agregó dos datos de interés para la investigación. “Me impresionó la seguridad con que se dio vuelta y sacó el arma”, contó. Además, pudo advertir que “tenía el arma en la cintura; pero no adelante sino bien al costado”. Este último detalle sugiere que el hombre llevaba el arma en una pistolera. Si una persona ocasionalmente decide ponerse un arma en la cintura, la cargará más hacia adelante, sobre el vientre; es imposible llevarla “bien al costado” si no se dispone de una funda específica. Estos datos dibujan el perfil de un hombre que porta habitualmente un arma de gran calibre, y su “seguridad” sugiere que está acostumbrado a desenfundar.

Otro testigo estimó la edad del agresor en “35 o 36 años”; era “morochito, pelado” y “usaba una campera negra”. En lo que coinciden estos testigos es en que “en la manga tenía una banderita argentina”; otro testigo afirmó que se trataba de “un escudo de la selección de fútbol”.

Uno de los primeros disparos alcanzó a Jorge Marcesoti, de 62 años, que fue herido en la ingle; otra bala lo rozó en un glúteo. Martín Tessei, de 18, recibió un balazo en la pierna izquierda; Diego Claros, de 32, en el codo. También en el codo fue herida una chica de 14 años, que iba con el uniforme del colegio. Una compañera que iba con ella y resultó ilesa contó después que, al escuchar los tiros, intentaron huir pero la amiga fue alcanzada.

Entre los últimos en ser atacados estuvo quien resultaría la víctima fatal, Alfredo Marcenac, de 18 años: recibió un balazo en el cráneo y dos en el tórax. El chico venía junto con sus amigos Pablo Jagoe, de 18 –que recibió un tiro en la pierna–, y Pablo Arrate, de 19 –con un balazo en el pie izquierdo–. Los tres procedían de Necochea (ver aparte). Marcenac, con pérdida de masa encefálica, fue llevado al Hospital Pirovano, donde falleció mientras lo operaban. Todos los demás heridos están “fuera de peligro”, según informó el SAME.

Es decir que, de aproximadamente 12 disparos que efectuó el tirador, nueve dieron en blancos humanos y dos se estrellaron en la marquesina del Manhattan: esta notable efectividad sugiere un autor entrenado en disparar contra blancos humanos. El comisario Ricardo Torre, titular de la seccional 33ª, afirmó que el atacante “subió a un colectivo de la línea 80 (que tiene parada en Cabildo y José Hernández), escapó y varias cuadras después bajó para seguir su huida”.

Después de que fueron retiradas las víctimas, decenas de vecinos permanecieron congregados en el lugar. El clima, cargado de angustia, se resolvió en ásperas protestas centradas en la palabra “inseguridad”. A las 19, un grupo de vecinos interrumpió el tránsito en Cabildo, sobre la mano que va hacia el centro de la ciudad. No llegaron a manifestar ninguna consigna unificada, pero cada uno dijo lo suyo a viva voz: “Tengo negocio acá hace 14 años –dijo un hombre de unos 40–: el local que está al lado lo asaltaron tres veces y no hay ni un policía”. Una mujer se quejaba de que “solamente para los bancos hay seguridad”.

Muy pronto, el discurso de los vecinos se afianzó en protestas como: “Acá los derechos humanos son para los delincuentes”. Una señora que accedió a dar su nombre, María Rosa, pero no su apellido, anunció que “vamos a organizar una marcha porque el tema de la seguridad es un desborde”.

Pero, ¿mediante qué “seguridad” podría prevenirse un ataque como el de ayer a las cinco de la tarde? “A lo mejor el tipo estaba drogado”, decía un vecino canoso. “No sabemos si se estaba escapando de la policía”, proponía una vecina de abrigo marrón. “Si hubiera habido un policía, le pegaba un tiro en la cabeza.”

A esa altura, como en una película demasiado obvia, apareció un pibe de unos 20 años que se llevaba a la cara una bolsita de pegamento. “Son todos iguales. ¡Mírele la caripela que tiene!” El pibe, morocho y con algún diente de menos, sonreía vagamente y cumplía en dejar escapar, desde la bolsita, el olor a poxirán.

“Si hubiera más policía, los drogadictos y los delincuentes tendrían más respeto y temor a que puedan ser agarrados”, insistía María Rosa mientras el del pegamento se retiraba. El comisario Torre aseguró que “estamos trabajando en la detención de este loco, que subió a un colectivo, escapó y luego bajó para seguir su huida”.

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