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El país|Sábado, 8 de julio de 2006

Confesiones de represores en el bar pegado al chupadero

José Horacio Perelló declaró en el juicio oral contra Miguel Etchecolatz y relató las visitas que la patota de Camps hacía al almacén de su padre, ubicado cerca del centro clandestino Arana.

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Ayer se realizó la quinta jornada del juicio contra el represor Miguel Etchecolatz.

El padre de José Horacio Perelló tenía un local de ramos generales a cincuenta metros del Destacamento de Arana, que en la dictadura funcionaba como un centro clandestino de detención de la policía de Ramón Camps. Todas las noches escuchaba gritos, disparos y, cada tanto, el comercio se inundaba con el olor acre del plástico al quemarse. Frecuentemente, recibía la visita de los represores. “Los policías venían de 7 a 8 de la mañana y se disfrazaban, cambiaban su aspecto, algunos se vestían de mujer y tomaban whisky. Decían que era para tener coraje. Y luego se iban en autos particulares”, relató Perelló en el proceso al ex director de Investigaciones de la Policía Bonaerense Miguel Etchecolatz, que era la mano derecha de Camps.

Etchecolatz está siendo juzgado por seis asesinatos y siete secuestros y torturas. En la quinta jornada del juicio, además de Perelló, declararon el sobreviviente Nieves Luján Acosta y Nilda Noemí Aued, cuyo hermano y cuñada embarazada de 5 meses están desaparecidos. “El 1º de agosto de 1977 Mariani iba a casa de mi hermano, pero antes había llegado gente a la casa y desde adentro lo acribillaron cuando llegó”, explicó Aued en referencia a Daniel Mariani, el esposo de Diana Teruggi, por cuyo asesinato se juzga al represor. “Me secuestraron el 3 de agosto de 1977 y me entero por otro detenido, Roberto Aued, que habían matado a Mariani, a quien había visto una semana antes, cuando me contó que habían asesinado a su esposa y secuestrado a su hijita”, explicó Acosta. La hija de la pareja, Clara Anahí, sigue siendo buscada por su abuela, Chicha Mariani, que declaró el miércoles pasado.

Por su parte, Perelló explicó que su familia tenía un comercio cerca del centro clandestino de detención, donde “era frecuente” que llegaran vehículos de los que “bajaba gente encapuchada”. También explicó que era usual que “se quemaran gomas” en el destacamento, aunque no precisó si se utilizaban para incinerar cuerpos. “Hubo enfrentamientos grandes con gente en el techo de nuestra casa disparando a la comisaría. Y se comentó que habían quedado granadas colgando de los eucaliptos que están detrás de la casa”, dijo el comerciante, quien afirmó que, por los tiroteos, su familia se fue a vivir a una casa en el campo y quedó sólo su padre en el almacén.

Durante su testimonio se mostró muy cauteloso (“por lo que me contaba mi padre”), aunque había sido más expansivo en su declaración en noviembre de 2000 en el Juicio por la Verdad de La Plata. El comerciante había sido llamado a testificar porque, durante un reconocimiento ocular en septiembre de ese año, una vecina contó que Julia Perelló, su madre, había dicho que se quemaban cuerpos en el Destacamento de Arana. Perelló explicó que conocía a los policías desde chico y finalmente afirmó: “Se comentaba que quemaban cadáveres de subversivos”.

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