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El país|Domingo, 30 de junio de 2002
LAS IMAGENES QUE PRUEBAN QUE HUBO EFECTIVOS DE CIVIL ARMADOS

Civil, armado y tirando a matar

La televisión capturó el accionar de este hombre de civil dirigiendo efectivos uniformados, tirando, recogiendo los cartuchos para eliminar las pruebas de que se usaron balas de plomo en la represión del miércoles en puente Pueyrredón. Otra prueba de que las muertes no fueron un accidente.

Por Raúl Kollmann
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De frente y armado: el policía de buzo polar y vaqueros.
Rodilla en tierra, el hombre se toma su tiempo para apuntar y abre fuego. Su compañero se le une. Fue en Plaza Alsina.
Luego se inclina para recoger el cartucho rojo, de plomos.
Con la evidencia en el bolsillo y acompañado por un plácido colega de uniforme que no lo detiene, sigue su “trabajo”.
Las imágenes son nítidas: el hombre, vestido de civil, con zapatillas blancas, pantalón vaquero, un buzo polar con la parte inferior roja y la de arriba gris, les apunta a los piqueteros con su escopeta Itaka y dispara. Después corre entre los árboles y da instrucciones a policías de uniforme que corren cerca. De repente, pone la rodilla en tierra y vuelve a disparar. Esta vez se nota claramente: levanta del piso el cartucho –la vaina del proyectil que acaba de disparar– y se la pone en el bolsillo. ¿Por qué? Porque es una bala de plomo y no quiere dejar rastro. Un par de minutos más tarde, el individuo de civil, al que también se le ve una pistola en la cintura, participa de la detención de un piquetero. Se lo ve claramente agarrando por el cuello a un muchacho y violentamente, ya con la ayuda de uniformados, lo mete en una camioneta de la Bonaerense. Incluso participa cuando al joven lo esposan por la espalda con un precinto de plástico.
Mentira del Gobierno número uno: no es verdad que los muertos hayan sido producto de un comisario loco que actuó en la estación de trenes. Estas escenas se produjeron en la Plaza Alsina, lejos de allí. Mentira del Gobierno número dos: no sólo actuó personal uniformado, sino policías de civil, en forma clandestina. Mentira del Gobierno número tres: los efectivos no disparaban únicamente con balas de goma, el policía de civil levanta el cartucho para esconder que tiró a matar con bala de plomo. Eso explica la existencia de heridos de bala sobre la avenida Mitre, tal cual se testimonió ayer en Página/12 en exclusiva. Mentira número cuatro, y la principal: no es la acción de policías a los que se les dio la orden, una y mil veces, de no matar a nadie, de evitar muertes a cualquier costo. Es la acción de policías a los que se les dio como única instrucción aplicar la mano dura y reprimir a los piqueteros.
La Masacre de Puente Pueyrredón desnudó las irregularidades y trampas que realiza la Bonaerense en este tipo de operativos y que esta vez fueron alentados por el discurso oficial de la mano dura. Arrepentidos de la fuerza que participaron de la acción contra los piqueteros revelaron a este diario que, con el comisario inspector Alfredo Franchiotti a la cabeza, se hicieron todas esas maniobras y trampas. El miércoles a la mañana, al salir al operativo, el número y tipo de arma que llevaron los suboficiales quedó asentado en el libro de guardia. Pero no ocurrió lo mismo con los oficiales, sobre todo los de más alto rango. Salieron de la dependencia diciendo “dame aquella”, sin que quede registro alguno.
Esta maniobra, que es habitual en la Bonaerense, tiene un objetivo evidente: en caso de disparar, los oficiales pueden evitar dejar rastro de su acción, ya que no quedará claro de qué arma salió el disparo. Lo que ocurre –y aquí está la clave– es que los oficiales usan proyectiles de plomo, no de goma. En un operativo como el del miércoles, hay prohibición absoluta de llevar armas de fuego, justamente para evitar muertes: las balas de goma producen heridas, en algunos casos serias, pero no matan. En la acción contra los piqueteros –y como hacen siempre– los oficiales tenían cargadas sus armas con proyectiles de plomo, o sea que podían tirar a matar. Según le contaron los arrepentidos a este diario, también algunos suboficiales llevaban cuatro o cinco proyectiles de plomo, teniendo en cuenta que el arma es la misma. Con una Itaka se pueden disparar proyectiles 12/70 que contienen plomo, o proyectiles de goma que se abren en cinco bolitas. Cuando la tropa lleva proyectiles de plomo, como ocurrió en este caso, lo hace con absoluta autorización del jefe.
Hay pruebas categóricas que demuestran que los policías tiraron con balas de plomo en lugares completamente distintos de Avellaneda:
- En la secuencia obtenida por Crónica TV y que hoy muestra este diario se ve al policía de civil disparando y levantando el cartucho para no dejar el rastro de que disparó con proyectil de plomo. Eso ocurrió en Plaza Alsina. Así se explican los heridos caídos en esa zona.
- En otra secuencia, tomada por Azul Noticias, se ve el momento en que suben a la parte de atrás de una camioneta policial a Maximiliano Kosteki, ya muerto. En ese instante se escucha nítidamente al comisario Franchiotti preguntando a un subalterno: “¿Levantaste el cartucho?”. También el jefe del operativo se preocupaba por borrar las evidencias, ya que en una pericia se puede determinar de qué escopeta salió el tiro.
Efectivos arrepentidos que estuvieron en el operativo también reconocen que había autorización para portar el “arma perro”, usada exactamente en casos como el del miércoles: policías que se lanzan a una cacería de manifestantes y quieren tirar en forma ilegal. Si lo hacen con el arma reglamentaria, obviamente serán descubiertos por las pericias. Para eso es que tienen el “arma perro”, en general una pistola de calibre 22 o 38, guardada la mayoría de las veces en la bota, a veces en la cintura pero en la espalda. Es de estricta norma que nadie lleva “arma perro” sin autorización del jefe, porque al final del operativo sería sancionado. Es más, habitualmente el jefe pregunta: “¿Llevás el perro?”.
La secuencia televisiva de Crónica TV que hoy exhibe Página/12 y que fue analizada por expertos en seguridad demuestra que también el miércoles se repitió otra de las trampas habituales de la Bonaerense: el uso de efectivos clandestinos, vestidos de civil, que no figuran en ningún listado oficial del operativo. Supuestamente, esos hombres de civil son refuerzos convocados a última hora y que por ello no figuran en la nómina oficial. En verdad son grupos operativos, con sus jefes, a los que en la jerga interna se conoce como “patotas”. Como se puede apreciar en la secuencia, portan armas y munición de guerra, no antitumulto, y habitualmente hacen gran parte del trabajo sucio. Toda esta evidencia confirma algunos datos y abre un enorme interrogante sobre uno de los hechos más llamativos ocurridos el miércoles.
u Lo que se confirma: las armas y los disparos de plomo provinieron únicamente de las fuerzas policiales. A ninguno de los detenidos se le secuestró un arma. Alguien podría argumentar que las tiraron por ahí, pero tampoco apareció ninguna pistola, revolver o escopeta tirada. Tampoco hay un solo policía herido por un balazo. Los únicos heridos con proyectiles de plomo, cerca de la estación y lejos de allí, en avenida Mitre, fueron piqueteros.
u El interrogante: se abre ahora respecto del micro de la empresa San Vicente incendiado. Según el chofer, subieron dos personas, una de ellas con Itaka, hicieron bajar a los pasajeros y después incendiaron la unidad. La secuencia que hoy exhibe este diario demuestra que un hombre de civil, probadamente policía, andaba con Itaka y los arrepentidos reconocen que fueron varias las patotas que actuaron. No en vano el propio chofer decía “los que subieron al micro no parecían piqueteros” y, además, nunca se vio, ni esta vez ni antes, a un piquetero con Itaka.
El análisis de los expertos en seguridad consultados por Página/12 apunta también a otro factor: la increíble violencia e impunidad con la que se movieron el miércoles los policías. Quienes conocen muy de cerca a la Bonaerense admiten que la Departamental Lomas de Zamora tiene una aureola muy especial en la Bonaerense: es la policía de la zona de Eduardo Duhalde. Se trata de una Departamental de gran envergadura –por el territorio que abarca, el increíble monto de su recaudación ilegal y por ser territorio del Presidente– y sus jefes siempre se designaron con la venia del ex intendente, ex gobernador, ex vicepresidente, ahora primer mandatario y principal vecino de la Departamental. “Cuando sos jefe de la Departamental Lomas tenés poder”, dicen en la Bonaerense.
Hay un dato hasta ahora no publicado: algunos de los que participaron del operativo señalan que vieron en el teatro de operaciones al segundo de la Departamental, Mario Alberto Mijín, un superior de Franchiotti, considerado un hombre de enorme poder en la Bonaerense.
Todos estos ingredientes aparecieron en el operativo. Pero sin dudas el elemento fundamental está en las instrucciones y el clima político que rodeó el operativo. Los gobernantes conocen perfectamente que la maquinaria de la Bonaerense, como las demás fuerzas de seguridad, producen desastres y masacres cuando les toca reprimir. Por lo tanto, es el Gobierno el que da las instrucciones precisas de lo que puede pasar y lo que no puede pasar. La actuación en el Puente Pueyrredón demuestra que no hubo un Gobierno que dijera y repitiera una y otra vez: “No puede haber muertes, de ninguna manera se puede disparar con proyectiles de plomo, haremos responsable a cualquier jefe por el uso de una sola arma irregular, seremos inflexibles con quienes usen personal clandestino. Repetimos: no puede haber muertes”. El mensaje fue otro: “Los piqueteros no pueden cortar el puente, hay que impedirlo cueste lo que cueste”. El jefe de Gabinete, Alfredo Atanasof, fue la cabeza del reclamo de mano dura, hubo un coro de gobernadores –incluyendo al salteño Juan Carlos Romero, al jujeño Eduardo Fellner y al cordobés José Manuel de la Sota–, y por supuesto en la misma línea están desde siempre Carlos Ruckauf y un vasto grupo de empresarios, con lo cual el clima de guerra estaba planteado.
Esto se tradujo en la vía libre a los policías y prácticamente en una licencia para matar. Es lo único que explica la inhabitual imagen del máximo jefe corriendo por cuadras a manifestantes, el avance inusual de filas de policías y prefectos alejándose del puente que supuestamente debían custodiar. Es lo que explica las balas de plomo, a los policías de civil con la rodilla en tierra disparando y después agachándose a agarrar el cartucho para que no queden huellas de la matanza.

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