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El país|Viernes, 1 de septiembre de 2006

Misa con Bergoglio, el buen samaritano y Blumberg

El arzobispo de Buenos Aires dio misa en la Iglesia de San Ramón Nonato. Pero con Blumberg entre la feligresía, más que del aborto habló de la necesidad de conmoverse por lo que le pasa al prójimo.

Por Sandra Russo
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La misa estaba prevista en el marco de la campaña antiaborto a la que está lanzada la Iglesia.

La espléndida mañana acompañó las fiesta patronales de San Ramón Nonato. Una iglesia sencilla, allí donde termina Floresta, era ayer el centro de atención del barrio, porque desde temprano estaba en la sacristía el cardenal Jorge Bergoglio, para dar misa de diez. Entre las decenas de mujeres embarazadas que poblaban las naves y los asientos, una figura distrajo durante la hora de misa los flashes de los fotógrafos. Juan Carlos Blumberg hizo acto de presencia, acaso esperando una presencia recíproca por la tarde. Pero cuando la misa terminó, la puerta de la sacristía fue celosamente cerrada y Bergoglio prefirió evitar el saludo personal. No obstante, el cardenal instó a conmoverse con lo que le pasa al prójimo, especialmente al prójimo que ha sido víctima de la delincuencia, y abandonar el “no te metás”.

Que Bergoglio diera misa en la Iglesia de San Ramón Nonato despertó expectativas cuando hace apenas una semana la Conferencia Episcopal emitió un comunicado previniendo a los feligreses sobre una amenazante “cultura de la muerte”. De hecho, las palabras del cardenal estuvieron dirigidas a ejemplificar sobre la “cultura de la vida”, pero el eje fue desviado de lo que podía preverse en el santuario que honra a ese santo medieval que fue rescatado del vientre de su madre, fallecida el día anterior. Evidentemente, San Ramón no era un embrión, sino un niño que había llegado a término cuando su madre murió y sin embargo él vio la luz en 1204, en el pueblo de Portell, provincia de Lérida, España.

Ante los conocidos casos de niñas discapacitadas y violadas que interrumpieron recientemente sus embarazos bajo el amparo del Código Penal, fue que la Conferencia Episcopal se pronunció hace días contra la “cultura de la muerte”. Pero ayer el escenario era otro, y fue San Lucas el elegido para encontrar el ejemplo con el que acompañar la figura emblemática del “mensajero de la vida” que representa Ramón.

Bergoglio, que dejó el púlpito y avanzó entre la gente para hablar, se refirió a un hombre que le preguntó a Jesús cómo podía amar a Dios. Jesús se pronunció entonces sobre el buen samaritano. Y he aquí que el ejemplo narrado por Lucas encontró ancla en la actualidad, porque nadie en la iglesia ignoraba la presencia de Blumberg.

Jesús le respondió a ese hombre que amar a Dios equivale a amar al prójimo. “¿Pero quién es mi prójimo?”, preguntó el hombre. Y dice Lucas, y dijo Bergoglio, que un hombre que viajaba desde Jerusalén a Jericó fue interceptado por unos ladrones que lo despojaron de sus pertenencias, lo hirieron y lo dejaron abandonado. Primero pasó un cura, vio al herido pero siguió de largo. Después pasó un abogado, vio al herido y también siguió de largo. Finalmente pasó un samaritano y al ver al hombre herido lo ayudó, lo curó, lo llevó a una posada y dejó dinero para pagar sus gastos. Cuando Bergoglio avanzó entre la gente para darle vida al tramo del Evangelio, dijo: “Se nos pide que cuidemos a los demás, parece nuevo esto de cuidar al prójimo. Ustedes dirán: Padre, ¿no alcanza con que cuide a mi familia? No, no alcanza. No puedo decir ‘qué me importa’ o lavarme las manos. Han visto, primero pasó un cura, después un doctor de las leyes, y ninguno de ellos ayudó al herido. ¿Y quién se ocupó? El samaritano. ¿Y qué era un samaritano? ¡Un pecador! Los pecadores también pueden abrir su corazón”.

El resto de la homilía fue dirigido al llamado a “conmoverse con el dolor ajeno”. Fue nombrado Caín: “Ustedes saben lo que hizo Caín... y él preguntó: ¿acaso soy yo el custodio de mi hermano? ¡Sí! Hay que dejarse conmover por lo que le pasa al prójimo”.

En el contexto del día de ayer, con Blumberg monitoreando la misa desde un rincón, cada cual sabrá qué implicaba conmoverse con lo que le pasa al prójimo, activar para dejar atrás el “no te metás” y abrir el corazón para ser mensajero de la vida. Vale la asociación libre.

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