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El país|Viernes, 22 de septiembre de 2006
OPINION

Una mudanza para cambiar de aire

Por Mario Wainfeld
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Bastante antes de la primavera, cuando terminaba el verano para ser más precisos, el gobierno argentino proponía, en conversaciones informales y como una salida negociada, la relocalización de las pasteras ubicadas en Fray Bentos. Tal como informó por entonces este diario, el gobierno nacional había sugerido al uruguayo la posibilidad de compartir los costos respectivos, asumiendo (para su propio coleto) la posibilidad de que Argentina cubriera el gasto total. En materia de medio ambiente el principio usual es que “el que contamina paga” los gastos reparatorios. Aliviar a Uruguay de ese sayo era una concesión para hacer más digerible la mudanza. Los ojímetros oficiales (calibrados muy a grosso modo) ponderaban el costo de los traslados en alrededor de cuarenta millones de dólares.

La iniciativa quedó en agua de borrajas. Según los uruguayos se divulgó en los medios con más precisión y entusiasmo que en las mesas bilaterales, aun las más amigables. Según los argentinos, los vecinos de la otra orilla nunca quisieron escuchar razones ni arrimar posiciones. Como fuera, lo que pudo ser un bosquejo de solución integral pactada se relegó al olvido. Y ahora, una de las pasteras se relocaliza, por voluntad de la empresa española Ence. La medida es un logro parcial de la presión argentina, tanto como una desautorización severa al gobierno uruguayo. Pero no es una solución al conflicto.

Con guante de seda. “Este gobierno (de Uruguay) del cual nos sentimos orgullosos de ser amigos porque nos ayudan mucho, heredó esta situación. (Nosotros) También hemos heredado una situación concreta en la Empresa Ence, llevamos muy poco tiempo en ella. (...) Lo hemos heredado, ni es bueno ni es malo, es lo que es”, explicó ayer el titular de la papelera española en conferencia de prensa. El tono hidalgo y en apariencia lisonjero no alcanza a disimular una vasta recriminación al gobierno de Tabaré Vázquez, envuelta en guante de seda. Por decir lo mínimo, parafraseando la imagen familiera de Arregui, el presidente uruguayo fue un heredero que se apegó plenamente a los designios de sus precursores. En cambio, la flamante conducción de Ence pensó desde el vamos que la sucesión era un peludo de regalo, optando por ejercer el beneficio de inventario.

Todas las crónicas refirieron que una de las acciones inaugurales de Arregui al comenzar su presidencia fue sobrevolar la zona de las plantas y que se sorprendió malamente por la disfuncional cercanía entrambas. Los funcionarios argentinos, que venían hablando con él de modo esporádico y mucho más frecuentemente con colegas del gobierno español, sabían de su malhumor. Los directivos de la papelera española se autodescribieron como el pato de la boda entre Uruguay y la empresa finlandesa Botnia. El contrato entre éstos fue ulterior al celebrado con Ence y alteró la escala de la actividad en la región. En números redondos, con ambas empresas funcionando a pleno, Botnia procesaría el triple de material que Ence. “En un momento se introduce la concesión a Botnia a muy poca distancia una del otro, que es la que ha creado este problema de imposibilidad material de hacerlo, con lo cual teóricamente nosotros teníamos que haber tenido el derecho preferente”, reprochó Arregui con todas las letras, ornadas con todos los rodeos de que es capaz.

Lo esperado, un día inesperado. Desde el otoño, el eje central de la estrategia argentina fue asfixiar financieramente a las pasteras, en especial a Botnia, la más grande, la más activa, la que no detuvo su actividad. La propia obstinación de los finlandeses hacía esperable que la primera movida proviniera de los menos hostigados, los españoles. El anuncio esperado se produjo un día inesperado. El Presidente, el canciller y el jefe de Ministros están en Nueva York, en otra pantalla. Los encargados de articular las presentaciones judiciales en La Haya –Susana Ruiz Cerruti, otros especialistas de Relaciones Exteriores, abogados contratados ad hoc, los representantes de los vecinos de Gualeguaychú que Jorge Taiana convocó a cooperar– tenían una reunión de trabajo en el Palacio San Martín. Para ellos lo de ayer fue buena noticia, pero todos saben que el entuerto sigue sin resolver.

¿Adónde y cuándo? Ence insistió: seguirá en Uruguay, aumentará su producción. Nada precisó acerca del lugar de la relocalización ni sobre las tratativas que se vienen, pero es seguro que los españoles no repetirán su faux pas anterior y que no se expondrán a que Argentina denuncie la violación del tratado del río Uruguay. O sea, la relocalización será consensuada entre tres partes.

La mera mudanza disminuirá el impacto ambiental en Gualeguaychú, los especialistas dirán cuánto pero es verosímil pensar que será algo más que la matemática cuarta parte que dispensa Ence. En cualquier supuesto, esa merma no será bastante para conformar a los asambleístas entrerrianos ni al gobierno argentino que ha terminado plegado ciento por ciento a sus demandas. La ilusión de unos y otros es que Botnia se contagie de Ence, no por simpatía ni por emular una acción sensata. El cálculo, en esta orilla del Plata, es que la asfixia financiera avanzará y obligará a los finlandeses a retroceder. Eso es, para el gobierno y los vecinos, un escenario optimista.

Una lectura más sistémica, no muy en boga en los despachos oficiales, debería computar mejor un “daño colateral”: cuánto podría erosionar el futuro bilateral, y el de la región, que el conflicto se resolviera sólo por vía de la pulseada o de la asfixia.

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