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El país|Domingo, 15 de octubre de 2006

Escenas desde una ruta, con una asamblea impulsada por el enojo

El nuevo corte de la ruta en Gualeguaychú iba a terminar hoy a las seis de la tarde. Pero la asamblea de ayer reflejó un enojo –con el Gobierno, con la Gendarmería sacando fotos– que hace posible que hoy se vote prolongarlo.

Por Marta Dillon
Desde Gualeguaychú
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El corte duró ayer hasta el final de la tarde, asamblea incluida.

Unos rayos de luz teñían de violeta los restos de la sudestada que asoló desde la madrugada de ayer, y vecinos y vecinas de Gualeguaychú volvieron a poblar la ruta 136, a la altura del arroyo Verde. Un rumor de sillas plegables que se acomodaban anunciaba el inicio de la asamblea que cada día de este bloqueo convocará al mayor número de manifestantes al mismo tiempo, todos con ánimo de hablar. “Estas reuniones siempre son más participativas, es como que la gente necesita descargar.” ¿Qué? “El enojo. Porque no puede ser que después de habernos apoyado, ahora nos quieran convertir en delincuentes”, se enoja Alicia Pereyra, directora de una escuela primaria. “No somos piqueteros, siempre actuamos a cara descubierta y con nombre y apellido.” Lo que cayó mal en la ruta es la medida de la fiscal Milagros Squivo, ordenando a la Gendarmería que labre actas y recopile filmaciones de los asambleístas para que sepan “que podrían estar cometiendo un delito”. “De todos modos –agrega otra docente, Alejandra Crivella– la adversidad nos fortalece y ya estamos evaluando si seguir el corte después del domingo. Porque al estar todo tan anunciado y levantar a las seis de la tarde es como que la medida no se siente. Y esa no era la idea.”

No es poca cosa para estos manifestantes ser tratados de delincuentes. Parte del orgullo de pertenecer a este movimiento nace de esa diferencia que cada vez que hay oportunidad se hace explícita: “No somos piqueteros, acá los únicos palos que se ven son los que sostienen las banderas. Somos ciudadanos de trabajo, familias enteras que dejamos nuestras cosas porque estamos defendiendo nuestro derecho”, señala Freddy, un hombre que enseñó hojalatería, moldeo y soldadura eléctrica hasta que se jubiló, hace cinco años. En la casita que hasta el mediodía protegió a quienes sostuvieron el corte cuando el clima era más desolador el olor de la carne asada tentaba a cualquiera. “Es un asadito que hacemos en la cocina cuando no se puede prender fuego”, dice Carmen, esposa de Freddy y ama de casa, quien donó su casa rodante después de haberla habitado los 45 días que duró el bloqueo en el verano.

Freezers, heladeras, vajilla, los elementos que una consigna policial protege desde el verano hablan por sí mismos de una organización que se alimenta de una clase media en auge en Gualeguaychú, con recursos culturales y económicos que gustan exponer para diferenciarse de quienes inauguraron en el país el corte de ruta como medida desesperada de acción directa. Y aunque muchos vecinos y vecinas se muestren desesperados por lo que llaman “la inacción del gobierno”, sobre el arroyo Verde no se habla de necesidades urgentes si no de pelear por “la herencia que dejaremos a nuestros hijos y nietos”.

“Esto para nosotros es una aventura –acota Alicia Pereyra esquivando el barro de las banquinas–, salimos del confort de nuestras casas pero llegamos acá y nos olvidamos del frío, de la tierra, de la incomodidad.” Hugo Cortese, presidente del Centro Juvenil Agrario que reúne a los jóvenes estancieros de la zona más algunos contratistas afirma: “Hay que destacar que acá estamos todos movilizados, la clase media, media alta y alta. Porque hasta los que venían sólo para controlar su hacienda ahora hacen donaciones y se muestran tan preocupados como los que vivimos acá. Lo peor, si las pasteras siguen, vendrá por abajo, por las napas de agua, así se arruinan las pasturas y hay que ver cómo afecta eso en el futuro a los caravaneros, que son los que preparan los animales de exportación. Queremos que el Senasa se pronuncie”.

Todo a pulmón

Gualeguaychú es una ciudad próspera. La cantidad de comercios de ropa de marca abiertos incluso los fines de semana parece excesiva para un municipio de 90 mil habitantes. Es cierto que buena parte de esos comercios se alimentan con lo que compran los uruguayos que cruzan a la Argentina en busca de precios bajos. Pero no se puede desmerecer el crecimiento del turismo que, dicen, se debe a que “hicimos del carnaval algo de lo que nos podemos enorgullecer y que empezó en los colegios, con las madres cosiendo los trajes, los clubes y las asociaciones sociales trabajando con un mismo objetivo: que nuestra ciudad crezca”, relata Mirta Muller, odontóloga y dueña de un hotel de campo que ella misma atiende y hasta hace las tareas de limpieza. “Cualquier visitante se sorprende de la cantidad de ONG que hay acá, algunas sin personería jurídica, pero que trabajan por los demás. Si te fijás, no se ven bares en el centro como en otras provincias porque nosotros somos de juntarnos en el club, en lugares familiares”, agrega Quito Piquet, también dedicado al turismo. Los dos confiesan que se sumaron al movimiento ambientalista después de haber decidido invertir sus ahorros en el turismo. “Imagínese –dice Mirta– si una construye una casa de descanso y después el olor que llegaría de las pasteras arruina un proyecto en el que se puso todo.”

“Los de enfrente” o “los hermanitos” es como se llama peyorativamente a uruguayos y uruguayas, y también “muertos de hambre”, “bagayeros”, “quedados”. “Los uruguayos eligieron el dinero, nosotros a nuestros hijos, eso no se negocia, es irreconciliable”, dice Amalia Casella, asambleísta desde 2002, para graficar una separación más ancha que el río.

Ir por más

Las medidas que tomó el gobierno nacional para desacreditar los cortes de ruta, las apelaciones de la secretaria de Medio Ambiente en quien ya no confían, parecen haber tenido un efecto contrario. Si la decisión de la asamblea había sido levantar el corte hoy a las seis, ayer las discusiones sobre la conveniencia de extender el bloqueo empezaban a inclinarse por la radicalización de la protesta. “La mayoría ya quiere quedarse hasta el lunes –dice la directora de escuela–, nos vamos a ir turnando porque fuerza no nos falta pero sí tenemos que atender a nuestros trabajos. Como ves, acá no hay desocupados.” El convencimiento de que están haciendo huella es tal que buena parte de las asambleístas –casi todas mujeres– ahora quieren formar a otros grupos. “Como a los montaraces, la gente analfabeta que vive en el monte y a veces viene a la ciudad por necesidad. Para ellos hacemos miniaturas de dinero, en papel –agrega y muestra los impresos que recorta–, para que no los estafen.” También, en el tiempo detenido al costado de la ruta, las mujeres ovillan lana, tejen, preparan clases magistrales para dar a colegios de otras zonas de la provincia y el país.

“Yo trabajo en una escuela técnica –describe Alejandra– y ahí hay hijos de gente humilde, que trabajan en el parque industrial, gente... ¡obreros! Y te puedo asegurar que también están concientizados. Porque imaginate que muchos pescan bagres, viejas de río, sábalos, peces que nosotras no comeríamos pero que llenan la mesa y saben que si se contamina el río tampoco van a poder comer.”

Alfredo Casella, guardafauna de uniforme y borceguíes, muestra hechos concretos para demostrar cuál es la voluntad de las y los asambleístas: “Esos parantes que se ven ahí los hemos plantado en estos días, es para hacer un quincho más grande, para tener cómo resguardarnos en el verano, cuando tengamos que resistir tres meses completos”. Si la intención del Gobierno es frenar, si no éste, al menos los bloqueos que podrían dañar la relación con Uruguay justo cuando las vacaciones la hacen más fluida –al menos en términos de ir y venir por las fronteras–, es evidente que le va a costar lo suyo. Nadie en la ruta desconfía que el verano convertirá en playas a las banquinas. Y así lo dicen los carteles que se siguen pintando, a cara descubierta y sobre el asfalto.

Hoy, cuando la última asamblea programada defina si el corte se prolonga hasta el lunes, también desfilarán las carrozas que preparan los colegios secundarios. El 80 por ciento, dicen los docentes, hablan del “No a las papeleras, Sí a la vida”, que es la consigna que adorna cada vidriera, cada auto, cada tranquera en esta zona del Litoral.

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