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El país|Martes, 17 de octubre de 2006

La historia, de Olivos a la Chacarita y al Mausoleo

Cuando se mudó a Olivos, Videla ordenó el retiro de los cuerpos de Perón y Evita. Isabel quiso llevarlo al Panteón Militar, pero no la dejaron. Por eso fue a la bóveda familiar en la Chacarita.

Por Alejandra Dandan
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Para el traslado de hoy, se utilizará la misma cureña que se usó en 1974 cuando murió.

Todo empezó después del último golpe de Estado. El dictador Jorge Rafael Videla ocupaba la Casa Rosada pero todavía no vivía en Olivos. Lo hizo poco después, y entre las primeras medidas ordenó el retiro y traslado del cuerpo de Eva Duarte y de Juan Domingo Perón que hasta ese momento estaban alojados en una pequeña cripta, construida especialmente en un sector de la quinta residencial. Isabel Martínez de Perón autorizó ese traslado como hace ahora con el último viaje de Perón hacia el panteón de la quinta de San Vicente. En aquel momento, ella intentó que los militares lo pusieran en el Panteón Militar: “¡Ni lo sueñe!”, le dijeron.

Cuando se ordenó el traslado del cuerpo, la viuda de Perón pasaba sus días detenida, a puertas cerradas, en la residencia del gobernador de Neuquén, recuerda ahora su apoderado en Buenos Aires, Humberto Linares Fontaine. “En ese momento, Videla no quería los cadáveres en la residencia de Olivos. Y mandó a un subordinado para que hablara con los familiares de los dos”. En el caso de Isabel, “le golpearon la puerta de la habitación donde estaba detenida y le dijeron: ‘Tiene que ir a la oficina del coronel’. La llevaron acompañada por un centinela armado, la pusieron en la oficina y le dijeron que tenía que retirar el cadáver”.

Según Linares, la viuda “quiso llevarlo al Panteón Militar, como correspondía a su grado de teniente general, pero no la dejaron”. Y como los militares se lo impidieron consultó a un sobrino de Perón para preguntarle si podía usar transitoriamente la bóveda de la familia en la Chacarita.

En la bóveda estaban el hermano de Perón, su madre y otros familiares. La dictadura autorizó excepcionalmente que pusieran al extinto general en un nicho ubicado bajo la vereda de acceso a la bóveda. Y al mismo tiempo montó un impresionante dispositivo de seguridad: taparon el cajón con un blindex de 70 kilos de peso y lo cerraron con doce cerraduras. Las llaves, según el abogado, quedaron en manos del escribano mayor del Gobierno y luego de sus sucesores. “Los escribanos sólo podían entregar las llaves si mediaba una orden expresa de quien fuera presidente de la Nación. Por eso Kirchner –continúa el letrado– tuvo que hacer ahora una autorización.”

El cuerpo de Perón está reconocible, dicen quienes asistieron el viernes pasado a la bóveda para la extracción de muestras destinadas al examen genético que ordenó la Justicia en el marco del expediente de filiación de Martha Holgado. “Pero el cuerpo no está embalsamado”, aclaró una y otra vez Linares durante los últimos días. Para el momento de su muerte fue sometido a un procedimiento, pero no lo embalsamaron. Como se preveía que el sepelio iba a durar cuatro o cinco días y a “cuerpo expuesto”, sometieron el cadáver a un proceso para evitar el mal olor y las emanaciones naturales. “La funeraria le inyectó formol a presión en las venas –cuenta Linares– para preservarlo.” La funeraria Paraná fue la empresa que siguió de cerca todo el proceso. Ellos mismos volverán a encargarse del cuerpo en el día de hoy durante el –aparentemente– último viaje del general, como si los últimos treinta años no hubiesen pasado.

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