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El país|Domingo, 29 de octubre de 2006
MARCOS SUAREZ, EL ULTIMO NIETO QUE RECUPERO SU IDENTIDAD

“Esto era algo que le pasaba a otra gente”

En septiembre supo que era hijo de desaparecidos. Había ido a Abuelas de Plaza de Mayo para que le aconsejaran sobre cómo buscar datos sobre su padre, pero no creía ser una víctima directa del terrorismo de Estado. La foto que salió en Montecristo. El reencuentro familiar. La reacción de sus hijos y de la que creía su tía.

Por Victoria Ginzberg
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Marcos Suárez llegó a la sede de las Abuelas de Plaza de Mayo por primera vez el 30 de marzo pasado. Su foto estaba en la entrada, pero no se dio cuenta. Nunca había visto una imagen suya de bebé. El quería que lo orientaran para iniciar una investigación sobre su papá, ya que su supuesta madre, que había fallecido hace tiempo, se había negado a darle siquiera una pista de quién era. Recurrió a la institución que busca a los hijos desaparecidos de los desaparecidos sin pensar que él mismo era una víctima del terrorismo de Estado.

–Me parece que no tenés que buscar a tu viejo. Me parece que acá tenés que buscar a tu viejo y a tu vieja –le dijo, después de escuchar su relato, Marcos, que lo recibió en la casa de Virrey Cevallos y que era su tocayo, aunque ninguno lo sabía.

En marzo, Marcos Suárez era Gustavo. Hoy sigue siendo Tavo para muchos, aunque también empezó a usar el nombre que le pusieron sus padres, Hugo Alberto Suárez y María Rosa Vedoya, dos estudiantes universitarios y militantes de la Juventud Peronista. Tiene un hijo de nueve años y una hija de ocho y desde hace diez años trabaja como mensajero con la moto, pero ahora decidió cambiar de ocupación.

Marcos supo que era Marcos y quiénes habían sido sus padres en septiembre. Se lo dijo Claudia Carlotto, directora de la Conadi (Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad). El 12 de ese mes, la mujer lo llamó y le contó que los análisis de sangre que se había realizado en junio en el Banco Nacional de Datos Genéticos del Hospital Durand confirmaron que era hijo de desaparecidos.

“Tu foto salió ayer en Montecristo”, le comentó Carlotto, en referencia a la novela que actualmente siguen más de dos millones de personas y cuya pareja principal está compuesta por una joven apropiada durante la última dictadura militar y el hijo de un juez asesinado por investigar los crímenes del terrorismo de Estado. Marcos no ve la tira, pero cuando supo la verdad, sintió que había algo del orden de lo público que acababa de atravesar su vida. “Yo sabía que había desaparecidos. Pero era como algo que veías en la tele, en el noticiero: `apareció un hijo de desaparecidos’. Era algo que le pasaba a otra gente”, dice ahora en la mesa de un bar, en donde accede a su primera entrevista. De camisa y pescadores, acalorado por la temperatura record de octubre, Marcos admite que los reportajes no lo enloquecen, pero que acepta hablar para devolver algo a las Abuelas, que mantuvieron, junto a su familia, su búsqueda durante más de treinta años: “Mi abuela, la mamá de mi mamá me buscó mucho. Pero el que más me buscó es el padre de mi viejo. Era boliviano. Falleció. Llegó un momento que me buscó tanto que se cansó. Se fue a morir a Bolivia”.

El tabú

Marcos nació el 20 de diciembre de 1975. Su mamá desapareció en octubre de 1976. El 10 de diciembre de ese mismo año fue secuestrado su papá, que lo llevaba en sus brazos. “Yo iba para todos lados con mi viejo. Algunos le decían ‘por qué no se lo dejás a tu suegra’. Pero él no quería saber nada. Ya le habían sacado a la mujer. Quería estar conmigo”, cuenta Marcos que le contaron.

El joven se crió con una enfermera que lo anotó como hijo propio y le ocultó la verdad. La mujer trabajaba en la Casa Cuna y, al parecer, de allí se llevó al niño, que estaba cerca de cumplir un año. Marcos creció con su “mamá del corazón” –como él le dice– y su supuesta tía, pero sin figura masculina a la vista. Esto último fue lo que lo llevó a indagar sobre su identidad, pero nunca sospechó no lo uniera un vínculo sanguíneo con la enfermera de la Casa Cuna: “Siempre preguntaba por mi viejo, pero ése era un tema tabú. Una vez me dijeron que era corredor de una empresa y que se había pegado el palo en una ruta. ¿Cuándo? ¿En qué ruta? Nada, no me decían nada. Nadie de la familia. Yo pensé que mi viejo la había cagado. Por ahí habían tenido una aventura y la dejó tirada. Mi vieja se murió hace 16 años. Pensé que una vez que falleció me iban a contar. Pero nada que ver, al revés. Toda la familia había hecho una promesa para no decir nada”.

Después de pensarlo mucho y superar el miedo de “lastimar” a su supuesta tía, Marcos se decidió y fue a Abuelas, pero sólo para pedir consejo: “Me atendió un chico Marcos, creo que es psicólogo. Le planteé que no había fotos mías de chico, eran de los dos o tres años. Y que tenía la misma fecha de nacimiento que mi vieja y eso no es muy común. La partida de nacimiento figuraba el nombre de mi vieja y una partera. Como que hubiera nacido en la casa. Y ella siempre laburó de enfermera. Trabajó en Casa Cuna, de ahí es de donde me saca a mí, me encuentra a mí. Esas son cosas que te dan para pensar. A mí no me cerraba. Pero yo siempre buscaba a mi viejo, el que me faltaba era mi viejo. Le conté todo esto a Marcos y me dijo: me parece que acá no tenés que buscar a tu viejo, tenés que buscar a tu viejo y a tu vieja. Nunca en mi vida se me había ocurrido”.

Así comenzó la investigación, que estuvo a cargo de la Conadi. Lo primero que hicieron allí fue buscar datos sobre la historia clínica de la supuesta madre de Marcos para comprobar si había estado embarazada. Pero los registros ya no estaban. El paso siguiente se realizó en el Hospital Durand, donde le sacaron sangre para compararla con las muestras del Banco Nacional de Datos Genéticos, que reúne los datos de las familias que buscan niños –hoy jóvenes– desaparecidos durante la última dictadura. Dos meses después, Marcos confirmó que la historia que había escuchado durante su infancia –su historia– era falsa. Supo que no había nacido el 2 de diciembre sino el 20, pero de un año antes del que suponía. Ganó un año y una familia.

–¿Cómo fue el encuentro con tu familia?

–Fue muy groso. Tengo una foto del encuentro con mi abuela. Ella le dice el abrazo de Yatasto. Fue en Abuelas, al otro día de saberlo. Fui con mi nene, que tiene nueve años.

–¿Cómo les explicaste todo esto a tus hijos?

–Ese día mi nene no entendía mucho, porque todos me decían Marcos y él me tiene como Gustavo. Le expliqué más o menos. ¿Cómo le podés explicar al chico que a mis viejos los mataron por lo que pensaban, porque estudiaban? Medio que lo entendió, pero mi nena no lo entiende. Lo primero que me preguntaron fue dónde estaban mis viejos. Yo les expliqué que desaparecieron. Pero todavía no lo entienden y menos que mi tía no me haya dicho nada. A mi nene no le gusta. Ya me lo dijo varias veces. Ella dice que no sabía. Yo le creo, pero no sé, yo hubiera hecho otra cosa. Ya la perdoné.

–Pero tuviste un momento de bronca.

–Y... es que son treinta años. Es mucho. No es una vez que te cagué, no fue un desliz. Son treinta años de mentirte, es mucho.

–¿La confrontaste?

–Al otro día que me enteré, me levanté y le dije... arrancó en llantos. Me dijo que la perdonara y que no me había dicho nada en estos treinta años porque su hermana se lo había pedido.

–¿Y qué te dijo sobre la forma en que llegaste a ellas?

–Me dijo que la hermana trabajaba en Casa Cuna y que un día pasó caminando y me vio en una camilla. Eso es lo que me dice. Me lo rejuró que no sabía quiénes eran mis viejos. Mi vieja laburaba ahí, le pidió a una partera la partida. Eso es lo que me dicen a mí, yo les creo. Pero yo figuro como desaparecido desde el 10 de diciembre de 1976 y a mí me anotan el 23 de diciembre. Son quince días que no se sabe qué pasó. Además soy más grande. Nací en 1975 y me anotaron en el ‘76. Un año y 18 días después. Es más, mi tía me dijo que mi mamá me anotó el 2 de diciembre, el día de su cumpleaños, para no olvidarse nunca la fecha, no equivocarse nunca.

La verdad

Marcos es el cuarto hijo de desaparecidos que recuperó su identidad este año y el 85 desde el regreso de la democracia. En febrero, las Abuelas de Plaza de Mayo anunciaron el hallazgo de Sebastián, el hijo de Gaspar Onofre Casado y Adriana Leonor Tasca. El joven, a quien sus padres habrían llamado José, nació durante el cautiverio de su mamá. Sebastián –como Marcos– se presentó por inquietud propia en Abuelas. Quería averiguar por una causa en la que se lo mencionaba como posible hijo de desaparecidos. Sin embargo, tardó nueve meses en definir que quería hacerse el análisis de sangre. Los otros dos casos resueltos en 2006 se hicieron por vía judicial e incluyeron una nueva medida que ayudó a destrabar expedientes que estaban paralizados porque los jóvenes involucrados se negaban a someterse al estudio genético: el allanamiento a sus domicilios en busca de muestras de su ADN en pelos, cepillos de dientes o toallas. El juez Arnaldo Corazza, en La Plata, y la jueza María Servini de Cubría, en Capital Federal, tomaron esta decisión para determinar la identidad de la hija de María Elena Corvalán y Mario César Suárez Nelson y del hijo de Liliana Fontana y Pedro Fabián Sandoval.

La medida implementada por esos magistrados responde en cierta medida a una inquietud que plantearon varios jóvenes que recuperaron su identidad y cuyos apropiadores fueron sometidos a un proceso penal. Esto es, que no dependa de ellos la decisión de hacer el estudio genético. A través de los allanamientos, los involucrados no tienen que definir si prestan su brazo para que les saquen sangre. Es la Justicia quien procura la prueba que necesita.

No fue éste el caso de Marcos. En cambio, él fue uno de los jóvenes que todos los días llaman o se acercan a las Abuelas porque tienen dudas sobre su identidad: “Para mí fue muy bueno, conseguí la verdad. Aunque tampoco sabía que iba a ser tan fuerte. No estaba preparado, pero me agarré de los amigos, ellos me ayudaron mucho. ¿Lo más fuerte? Saber que mis padres eran buena gente y que terminaron mal.”

Este despertar de la incertidumbre en quienes nacieron entre 1976 y 1983 también tiene que ver con la tarea de las Abuelas, que ya hace diez años entendieron que los nietos que buscaban se estaban convirtiendo en adultos y que era necesario interpelarlos directamente. De allí surgieron los ciclos Teatro por la Identidad y Música por la Identidad y por eso las Abuelas aparecieron, por ejemplo, en las canchas de fútbol. Por la misma razón, la semana pasada, cuando el organismo de derechos humanos que preside Estela Carlotto cumplió 29 años, lo acompañaron en la Plaza de Mayo los grupos Miranda y Me darás mil hijos, pero también el Payaso Mala Onda y Hugo Midón (es que los más de 400 nietos que buscan las Abuelas ya pueden ser padres).

La telenovela Montecristo potenció la difusión y multiplicó las consultas, tanto en Abuelas como en la Conadi. Marcos dice que ahora conoce otra gente con dudas sobre su identidad. “Es más –agrega– mi ex mujer, con la que ahora voy a volver, también es adoptada y quiere que la acompañe a Abuelas.”

–Si el análisis le da positivo habría que hacer otra novela.

–Síííí. Si le da, superamos lejos la ficción.

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