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El país|Domingo, 19 de noviembre de 2006
IRENE LOPEZ, ESPOSA DE JORGE JULIO, DESAPARECIDO HACE DOS MESES

“A esta altura, yo pienso lo peor”

Acepta que sus hijos “no pierdan la esperanza” pero cree que “está secuestrado, está agarrado”. Niega que tuviera problemas.

Por Martín Piqué
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Irene con su hijo Ruben (sin acento, a la uruguaya). Ella ya es pesimista, él todavía espera.

Irene mantiene las rutinas, esos pequeños rituales que se van convirtiendo en el paisaje cotidiano de cada día. Uno de ellos es mirar televisión los sábados a la tarde. Puede ser algún partido de fútbol, una película o el noticiero de las siete que emite Canal 2. Esta vez en la vivienda de Los Hornos están viendo las noticias. Irene está acompañada de uno de sus hijos. Dos meses antes, lo más probable hubiera sido que la pantalla no se despegara mucho de los canales deportivos que son tan vistos los sábados. Pero el principal consumidor de fútbol televisado del hogar no se encuentra en casa. Está desaparecido desde el 18 de septiembre. Irene, de 78 años, es la esposa de Jorge Julio López. “A esta altura yo pienso lo peor. Que está secuestrado, que está agarrado. No sé cómo decirlo”, dice a Página/12 con una voz suavecita y algo cansada. Hasta ahora Irene había preferido eludir a la prensa.

Irene no necesita aclarar que ya pasaron dos meses desde que se despertó aquella mañana y notó que su marido no estaba. Algo le pareció raro cuando vio que no se había llevado las zapatillas y que tampoco le había arrojado las llaves por la ventana. Tito solía hacer eso cuando salía a caminar por la esquina de 69 y 140 o cuando se iba a otra audiencia del juicio al ex comisario Miguel Etchecolatz. Irene vuelve a relatar otra vez los detalles de aquel lunes de septiembre.

“La noche anterior se había quedado mirando Fútbol de Primera. Con mi hijo nos acostamos después de escuchar a Gimnasia (ese domingo Gimnasia jugó contra Banfield en último turno, a las 21, sin televisación en directo). Después ya no sé, porque yo tomo un remedio para dormir y tengo un sueño muy profundo. A la mañana, la cama estaba desarmada pero no me fijé en la almohada para ver si había dormido en casa.”

–Sus hijos al principio dijeron que creían que estaba perdido.

–Sí, creen. ¡Qué sé yo! Uno piensa lo mejor. Ellos creen que sí.

–Todavía siguen pensando eso.

–Sí.

–¿Por qué? Ya pasaron dos meses y todo el mundo está muy asustado.

–En estos momentos uno se pone cada vez peor. Desde ya.

–¿Y usted cree que está perdido, que lo secuestraron o algo peor?

–A esta altura yo pienso lo peor. Que está secuestrado, que está agarrado. No sé cómo decirlo.

–En los primeros días se decía que su marido podía haber sufrido un ataque de pánico o un problema psicológico. ¿Lo considera posible?

–No. Si él andaba lo más bien. Así que no, creo que no.

–¿Quiénes son los responsables de que no aparezca?

–No sabría decirle, no tengo ni idea.

–¿Qué opina de la actuación del gobierno nacional y del de la provincia?

–Están interesados en buscarlo y todo, pero bueno... Esto ya no tiene... No tienen pistas.

–¿Cree que Kirchner se está manejando bien ante la desaparición de su marido? Es el Presidente.

–Pienso que sí. Qué sé yo. El dijo que se iba a encargar.

–Pero su marido no aparece.

–...

Irene tiene un año más que su marido. Y tenía treinta cuando lo miró por primera vez. Era el jornalero que trabajaba en la quinta vecina a la de sus padres y que venía desde General Villegas. Corría 1958. Se casaron cuatro años después. Jorge, o Tito como ella lo llama desde entonces, luego dejaría las verduras por la construcción. Se hizo albañil. Tuvieron dos hijos, Ruben (sin acento, como lo pronuncian los uruguayos) y Gustavo. Peronista desde siempre, en los ‘70 Jorge conoció a un grupo de jóvenes que militaban en la JP y Montoneros. Los fines de semana solía ir a la Unidad Básica que habían abierto en Los Hornos.

La vida de los López cambió para siempre en octubre de 1976, cuando una patota dirigida por Miguel Etchecolatz secuestró a Jorge en su casa. Irene presenció el operativo pero dice no recordar al ex comisario. “A Etchecolatz no lo vi. No me acuerdo casi nada. Me acuerdo que rompieron las puertas, entraron y se lo llevaron. Comieron todo lo que estaba en la heladera. Habrán estado quince minutos”, rememora. Su marido estuvo desaparecido y luego detenido hasta junio de 1979. Fueron casi tres años.

–¿Nunca habló de esos tres años que estuvo detenido?

–No. Nunca contó nada. El no era de hablar mucho.

–¿Con usted tampoco?

–No. Yo sabía por todo lo que había pasado. Pero de conversar todos los días no. Aparte, yo tampoco quería eso.

–¿Usted cree que Etchecolatz o gente vinculada a él puede tener algo que ver con la desaparición de su marido?

–No sé qué decirle. A Etchecolatz nunca lo vi en persona.

–¿Y cuando declaró su marido no fue al juzgado?

–No. Fueron los chicos y yo no.

–Hay organismos que dicen que la carátula de la investigación debería cambiar de averiguación de paradero a desaparición forzada. ¿Qué opina?

–Yo de eso no entiendo nada. No tengo ni idea.

–¿Cree que la sociedad argentina la está acompañando, que entiende la gravedad de la desaparición de su marido? ¿O siente indiferencia?

–Yo pienso que nos están acompañando. Pero la gente tiene que darse cuenta. El tema de mi marido sigue estando presente en los medios. Hay días que más, días que menos, pero sigue estando presente.

–¿Hubo alguna declaración sobre su marido que la haya molestado?

–Se dijeron muchas cosas pero si uno va a hacer caso a todo...

–¿Tiene esperanzas de que su marido vuelva?

–Sí, la esperanza es lo último que se pierde.

–¿Es creyente? ¿Cómo alimenta esa esperanza?

–Rezar nada. Pensar que vuelva y nada más.

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