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El país|Viernes, 19 de julio de 2002
A OCHO AÑOS DEL ATENTADO CONTRA LA AMIA HUBO TRES ACTOS DE MEMORIA

Dolor por la falta de justicia

A ocho años del atentado contra la sede de la AMIA, el reclamo de justicia unificó las diferencias aunque no los actos convocados por los familiares de las víctimas. Acusaron a los sucesivos gobiernos por “obstruccionismo”, “complicidad” y “encubrimiento”. La impunidad potenció el repudio común.

Por Raúl Kollmann
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Los Familiares y Amigos de las Víctimas de la Masacre de la AMIA se reunieron en Pasteur al 600.
Los multitudinarios actos de recordación del atentado contra la AMIA liberaron ayer toda la bronca de la comunidad judía por el fracaso de la investigación, el proceso de empobrecimiento de la sociedad e incluso por la aberrante designación de un embajador en temas judíos. La concurrencia fue asombrosa: dos cuadras repletas frente a Pasteur 633, donde se produjo el ataque, convocados por DAIA, AMIA y Familiares; el centro de la Plaza de Mayo cubierto por los integrantes de la Agrupación por el Esclarecimiento de la Masacre Impune de la AMIA (Apemia) y ya el lunes hubo una multitud en el acto de Memoria Activa. Las concentraciones fueron, además, vibrantes: el público se cansó de silbar, abuchear y repudiar al poder y la Justicia. El ranking del rechazo lo encabezaron Carlos Menem, Eduardo Duhalde, Carlos Ruckauf, el juez Juan José Galeano, las policías Federal y Bonaerense, la SIDE y el principal imputado en la causa, Carlos Telleldín.
Los propios asistentes al acto frente a la AMIA no lo podían creer: nadie esperaba tanta gente –cerca de 8000 personas– y todo indica que esa multitud, que no llegó organizada ni en micros, vio la concentración de ayer como un ámbito donde juntarse, llorar, mostrar su indignación. En el ambiente flotaba el “que se vayan todos” y la palabra “mafia” se repitió como nunca en los ocho años transcurridos desde la masacre.
El ulular de la sirena a las 9.53, la hora del atentado, cargó aún más emoción a la gente y después, el encendido de una vela y la lectura del nombre de cada uno de los 85 muertos en aquella mañana del 18 de julio de 1994. Ya en el inicio del acto, los padres y los hijos, las parejas y hasta los amigos se abrazaban o tomaban de la mano, lagrimeando, tal vez como una forma de descargar la bronca, no sólo por el atentado sino por toda la crisis del país. Se percibía que era el caso AMIA, pero que también se juntaban la desesperación por la falta de trabajo, el temor a la ruina, a la separación de las familias.
Los discursos también reflejaron ese clima. Fueron de una dureza inusual y por primera vez se habló –incluso lo hicieron así los dirigentes– de la muerte de los piqueteros, del hambre y del manejo mafioso de la clase política. Este diario hasta pudo constatar que algún orador se fue de su discurso preparado e incursionó en los problemas sociales. Los dirigentes indudablemente percibieron que el ambiente reclamaba discursos duros, más duros de los que alguna vez pronunciaron. No faltan quienes sostienen que una vez terminado el acto volverán a su moderación, aunque no parece haber clima para una DAIA o AMIA como las que hacían buenas migas con el menemismo.
Como suele suceder, el discurso más ardiente, el que recogió más ovaciones, fue el que pronunció Sofía Guterman, la madre de Andrea, muerta en el atentado cuando había ido a tantear alguna oportunidad en la bolsa de trabajo de la AMIA.
“Carlos Saúl Menem, en su último viaje a los Estados Unidos, visitó el lugar donde fue el atentado terrorista a las Torres Gemelas, alegando que lo hizo impulsado por su gran sensibilidad –ironizó Sofía–. Nosotros, los familiares de las víctimas de la masacre de la AMIA conocemos de sobra su gran sensibilidad. Fue tan sensible que jamás se acercó a este lugar, porque nuestros muertos nunca los consideró importantes.” La madre de Andrea recordó que la ineficiencia del gobierno de De la Rúa se vio reflejada en la causa y que por ello se perdieron dos años. Criticó incluso a Elisa Carrió por prometer datos reveladores sobre la AMIA y no haber cumplido: “Nos enoja mucho que se utilice a nuestros muertos en la carrera política”.
La acusación contra Eduardo Duhalde fue, sin duda, la más dura: hubo incluso una comparación con el ministro de la Propaganda nazi, Joseph Goebbels, a raíz de la designación hace unos días de Saúl Rotztain como embajador para cuestiones judías. Pero, además, no se olvidaron de los años de Duhalde como gobernador al frente de la Maldita Policía.
Finalmente, Sofía reclamó que Telleldín y Ribelli se pudran en la cárcel. “Telleldín sabe la verdad, la oculta y se le nota. Es un delincuente que puede haber colaborado con el atentado de la AMIA. Queremos que se pudra en la cárcel por asesino. Y lo debe acompañar su socio, el maldito ex comisario Ribelli, maestro de otro maldito asesino, el comisario Franchiotti, asesino de los piqueteros.”
También fue ovacionado el flamante presidente de la AMIA, Abraham Kaul. “Vivimos una época donde confluyen años de destrucción de las redes sociales, plagadas de comportamientos mafiosos en distintos sectores del poder.” Por primera vez, un presidente de la AMIA marcó diferencias serias con el juez Galeano: “Esta investigación, realizada por este mismo juez, está plagada de obstrucciones, interferencias políticas y actuaciones irregulares, no profundiza sobre todos aquellos factores que no están siendo juzgados y que evidentemente tocan de cerca intereses muy poderosos”. Hasta ahora, la AMIA prácticamente le había dado un cheque en blanco a Galeano.
En otro tono, con otra moderación, el titular de la DAIA trató igualmente de zafar de los años en que silbaron a su antecesor emblemático, Rubén Beraja. “La comunidad judía ha podido comprobar, profundamente asqueada, cómo la causa AMIA ha desnudado la dimensión que el cáncer de la corrupción ha adquirido en nuestro país. No podemos estar satisfechos cuando tantos ámbitos del Estado en la investigación fueron ineficaces, lentos y corruptos.”
La gente, al final, se desconcentró como celebrando una complicidad: impuso su bronca, dejó una marca que se parece mucho, mucho, a la de los cacerolazos.

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