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El país|Miércoles, 10 de enero de 2007

El barrio que las Madres de Plaza de Mayo construyen en Ciudad Oculta

Es un complejo de 36 viviendas que se lleva a cabo a través de un acuerdo con el Ministerio de Derechos Humanos y Sociales del gobierno porteño. Trabajan 80 personas; la mitad, mujeres.

Por Martín Piqué
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Los vecinos de Ciudad Oculta se acostumbraron a ver a Hebe de Bonafini en el barrio.

Un complejo de 36 viviendas está en plena construcción en Ciudad Oculta, la villa 15 de Lugano. El proyecto avanza a un costado del hospital de tuberculosos que Perón nunca llegó a inaugurar –lo impidió el golpe de Estado de 1955–, y desde entonces está abandonado. Los vecinos llaman el “Elefante Blanco” a la gigantesca mole de cemento que se vislumbra desde varias cuadras a la redonda. Es lo único que se ve desde lejos. Paredes y muros de fábricas abandonadas cubren al resto de la villa. No por casualidad este barrio humilde lleno de casillas y pasillos, con años de militancia y trabajo social, es llamado de esa forma. “En poco tiempo deberán llamarlo Ciudad Luz”, dice Hebe de Bonafini. Los lugareños están acostumbrados a verla seguido. Bonafini suele llegar por la avenida Piedrabuena en una combi, casi siempre acompañada por el abogado Sergio Schoklender y otros colaboradores. Desde octubre, la Asociación Madres de Plaza de Mayo está construyendo esas 36 casas gracias a un acuerdo con el Ministerio de Derechos Humanos y Sociales del gobierno porteño.

Las viviendas tendrán 60 metros cuadrados con planta baja y dos pisos. Según maquetas y planos, cada unidad dispondrá de living, dos baños y tres dormitorios. Pero lo más novedoso de todo es el método de construcción. Las paredes no llevan ladrillos ni necesitan cimientos: se levantan a partir de paneles de telgopor envueltos en una doble malla de acero a los que se les proyecta concreto con un compresor y una pistola especial. El sistema fue creado por la compañía italiana Emme Due, en la Argentina lo representa sólo la empresa Cassaforma. “La pistola dispara el concreto a alta presión y poca humedad, después se aplica con un fratacho. El resultado es una pared de catorce centímetros de ancho, ignífuga, térmica e indestructible. No lleva encofrado y es mucho mejor que un ladrillo de treinta centímetros”, cuenta a Página/12 el uruguayo Juan Carlos de los Santos, uno de los responsables de la obra.

Avalado por el Programa de Emergencia Habitacional, el proyecto se inauguró el 16 de octubre. Comenzó a avanzar con bastante urgencia porque se habían quemado 29 casas y muchas familias no tenían dónde vivir. En los primeros días se fijaron los paneles de telgopor cubiertos por mallas de metal. Los vecinos miraban al obrador y las planchas blancas de poliestireno se movían al compás del viento. Parecían muy frágiles y nadie les tenía confianza. Las desconfianzas se terminaron luego de que los trabajadores –unos ochenta, la mitad mujeres, casi todos vecinos de Ciudad Oculta y miembros de organizaciones sociales– cubrieran todo el telgopor con una espesa capa de concreto. La estructura comenzó a tener la apariencia de una edificación tradicional. A simple vista tiene la forma de un pequeño monoblock, aunque más habitable y con aire libre alrededor. Los trabajos comenzaron el 16 de octubre. Supervisados por De los Santos y los ingenieros Diego Zaina y Juan Minghetti, docentes de la Universidad de las Madres, los flamantes albañiles empezaron a fijar paneles, atar mallas y apuntalar vigas. Entonces quedó a la vista el contenido social del proyecto. De los ochenta obreros y obreras, muchos eran desocupados y hasta hace poco sobrevivían juntando cartones. “Vivo en el barrio desde los cuatro, al lado del Elefante Blanco. Ahí tenemos el comedor de la CTA Desde Abajo. Antes trabajaba de limpieza en casas de familia”, dice Graciela Leiva, 42 años. “No hay que picar paredes. Con una pistolita ya está”, se asombra Félix Narváez, de 38. “Se me facilita mucho el trabajo”, asegura Daniel Lasarte, también de 38. Todos llevan uniforme de trabajo azul, casco de protección y guantes. La jornada laboral tiene dos turnos, 7 a 12 y 13 a 17, más sábados de 7 a 14.

“Acá hay muy buena onda, la gente quiere cambiar su vida. Es la mejor gente con la que trabajé en mi vida”, cuenta Claudia Sobrero, 44, ojos azules y remera del Che. Claudia estuvo 21 años en la cárcel, ahora es la tesorera y encargada de uno de los dos obradores. En esas construcciones se dictan cursos de Derechos Humanos, Productividad y Seguridad Laboral. Hasta ahora el proyecto no había tenido demasiada repercusión en los medios. Quizá la explicación se deba a lo barato de sus costos: alrededor de 50 mil pesos por cada vivienda de 60 metros cuadrados. Son cifras que contrastan bastante con las que maneja el Plan Federal de Viviendas.

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