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El país|Domingo, 25 de febrero de 2007
PROBLEMAS Y DESCONFIANZAS EN LAMBERTUCCI, EL BARRIO DONDE FUE SECUESTRADO EL ALBAÑIL

El barrio de Luis Gerez, a dos meses del caso

Ya era fin de año cuando fue a comprar carne para un asado en casa de su amigo. No volvió y todo derivó en una denuncia y una intervención presidencial. Un barrio que cambió después de aparecer en el centro del tema.

Por Alejandra Dandan
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Luis Gerez, militante, testigo contra Patti, centro de especulaciones sobre quién se lo llevó.

Es la primera vez que se anima a tocar el timbre. La casa parece la única peluquería del barrio, con carteles y lista de precios. La peluquera abre la puerta. Nelly se queda como sin animarse a pasar. “Quiero entresacarme algo”, explica. Algo de esa larga cabellera negra que en pleno verano le cubre la espalda. La peluquera rubia la escucha. Enseguida, Nelly pregunta el precio. Se toca los bolsillos como si no supiera que salió sin una moneda. Y si no, pregunta como acostumbrada al trueque: “¿Puedo decirle a mi marido que le haga unos trabajos de mantenimiento?”

Hace casi dos meses, a unos veinte metros, una denuncia daba a Luis Gerez como uno de los visitantes del barrio. Era 28 de diciembre. Gerez había llegado temprano a la casa de uno de los vecinos, también albañil y militante de uno de los frentes del kirchnerismo de la provincia. La reunión incluía un asado después de unas compras en la carnicería del barrio. Pero nunca se hizo, todo terminó poco después de las ocho de la noche con la denuncia que provocó la intervención del Presidente.

El barrio Lambertucci, dos meses después del sacudón provocado por las noticias y las leyendas que se tejieron en torno del caso, parece el lugar donde las hipótesis se derrumban. Un punto de origen en una historia aún oscura, donde los silencios dan permiso a cualquier posición. El Lambertucci comienza detrás de la Panamericana, poco después de Escobar. Con un pequeño surco de asfalto, la avenida de Los Inmigrantes abre camino en medio del polvo y lo divide en dos. De un lado, el Mercado de la Pancoche; del otro, el mercado de la comunidad boliviana y el trazado de calles que de algún modo se van metiendo dentro de un barrio de casas bajas, mayoritariamente boliviano, satélite de los mercados del lugar.

De las siete de la tarde a las diez de la noche los mercados reúnen todos los días a quinteros de Escobar que descargan sus productos. Llegan las camionetas de verduleros de distintos distritos de Buenos Aires para proveerse de productos. Y también los habitantes del otro lado del barrio, revendedores de frutas y verduras que por la mañana temprano salen cargados en combis colectivas hacia las puertas de los supermercados o las calles céntricas de Capital.

El caso

La de Nelly es una casa de dos piezas, una con afiches de algún Congreso Nacional de Mujeres entre trofeos dorados de torneos de jóvenes. Nelly llegó al Lambertucci hace unos ocho años y se trasformó en una de las referentes sociales y políticas locales con cierto arrastre. De su casa salió una de las marchas que convocaron a unos cientos de vecinos en diciembre, después del crimen de una pareja boliviana del barrio. A unos metros, una discusión convoca a un grupo de vecinos que no se acercan pero van abriendo las puertas. En la calle, un criollo corre hasta la casa de Nelly para decirle que ya no se meta con ellos. Al grupo se agregó una cartonera, preocupada por la situación. Hace dos días una camioneta verde a rayas blancas pasó por el barrio tomando fotografías. Los vecinos notaron un cartel de la provincia y a la camioneta detenida para fotografiar algunas casas del barrio. El joven criollo creyó que era la policía. Por eso, increpó a Nelly, convencido de que quería denunciarlo.

En los últimos meses policías federales, bonaerenses, fiscales y asistentes sociales pasaron por el Lambertucci con o sin identificación buscando información sobre el caso. Una comisión policial relevó nombre por nombre de los vecinos para convocarlos. Como obligados, muchos se acercaron a la fiscalía, otros lo hicieron como testigos protegidos ante el Ministerio de Seguridad. En la mayoría de los relatos no aparecieron datos de peso. Lo que apareció en cambio, y aparece, es la sensación permanente del barrio acosado.

Alrededor

En 2000 la comunidad boliviana empezó a ser víctima de ataques frecuentes. Una serie de robos con características xenófobas y torturas se sucedió entre los quinteros y la gente del barrio. Los ladrones supuestamente buscaban dinero en efectivo, convencidos de que por costumbre la comunidad no acudía a los bancos. Pero las características de los aprietes y de las palizas fueron brutales, y terminaron asociadas a bandas de la policía de la provincia que operaba en el radio del jefe político de Escobar, el ex comisario Luis Patti.

Para entonces, las primeras denuncias públicas lograron ponerles un freno a los ataques. Para cuando el Ministerio de Seguridad de la provincia estaba en manos de Ramón Oreste Verón, el barrio consiguió un compromiso del gobierno para instalar una patrulla especial de policías con agentes bolivianos. El proyecto tomó el nombre de grupo Enlace. Funcionó como un destacamento en el polideportivo de la comunidad durante algunos años, y en relación directa con el ministerio. Cuenta la gente que con el tiempo, el grupo cambió de manos y jurisdicción, y comenzó el desguace. Primero perdió los policías bolivianos, luego los móviles, las direcciones y el prestigio: en diciembre funcionaba con un solo patrullero en una oficina dormida que, según los testigos, el día 18 de diciembre se desactivó.

Gerez desapareció el 28 de diciembre. Su denuncia instaló muchas hipótesis. Tras la desaparición de Julio López, su caso se leyó inmediatamente en esa clave. Gerez era el testigo clave de las denuncias que impidieron en el Congreso la asunción del ex subcomisario Patti, denunciado entre los responsables operativos de la represión de la última dictadura militar. La hipótesis incluyó la presencia de grupos parapoliciales o paramilitares en la zona. Y en esa lógica la posibilidad de una zona liberada para planificar el secuestro. El barrio vinculó su propia historia con ese dato.

En tanto, Nelly discute con su vecino sobre la combi de las fotografías. A la esquina se suma un viejo Renault 12 descascarado del que sale un policía. Los de aquí lo conocen como Pablito, es el nuevo hombre del Grupo Enlace y hace diez días está en el barrio, agazapado en el Renault rojo y armado. “A ver, quién está acusando a quién”, intenta poner orden. “¿Por qué, señor, no me acompaña a la comisaría? ¿Pero cómo no va a venir? Si un hecho que no se denuncia, no existe”.

Nadie lo acompaña a ningún lado. Nelly deja al vecino y avanza pesadamente sobre Los Claveles, una de esas calles del barrio que se obstinan en llevar nombres de flores. En la esquina con Tulipanes, está la casa de Jorge Altamirano, el amigo de Gerez. Los dos estuvieron en su casa dos noches seguidas, el 26 y 27 de diciembre. La primera noche caminaron juntos unos doscientos metros hasta la carnicería El Maná, uno de los locales más ruidosos de la calle Corrientes. Al día siguiente, la historia cuenta que Gerez apareció de nuevo en lo de Altamirano. Que llegó por sorpresa. Y que su amigo esta vez no lo acompañó. El Maná no cierra hasta las nueve y media de la noche. Varios pedidos se amontonan sobre el mostrador. Dos empleados se encargan de los despachos. ¿Luis Gerez? Es como que el nombre molestara. Altamirano, sí, es cliente.

Nelly se quedó varias cuadras atrás. La peluquera le corta un flequillo, y tomará un rato con un baño de crema. El “entresacado” quedó para la próxima vez. Ellas hablan. Nelly menciona la camioneta verde y blanca. La peluquera Magui dice si no será que la habrá mandado Montoya.

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