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El país|Domingo, 18 de agosto de 2002
SONIA TORRES, ABUELA DE PLAZA DE MAYO

“Esto fue una cachetada en la cara”

El ex director de una secundaria en Córdoba la acusó por injurias: ella había dicho que él entregó listas de alumnos a los militares en 1976. Fue juzgada, ganó el caso y el tribunal fue durísimo con su acusador, confirmando que efectivamente fue un delator.

Por Mónica Gutiérrez
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A Sonia Torres se la ve aliviada de haber regresado al trabajo en Abuelas, a la atención de su farmacia y de la casa en Argüello, después de las tres semanas de tensión que pasó. El martes fue absuelta en el juicio por calumnias e injurias que le inició Tránsito Rigatuso por decir que el ex director de la Escuela Manuel Belgrano había delatado alumnos ante los organismos de seguridad en los meses previos al golpe del ‘76. La sentencia fue tan contundente que no sólo absolvió a la abuela de Plaza de Mayo sino que además estableció con certeza que Rigatuso efectivamente entregó listas de chicos que más tarde desaparecieron. Sonia lleva consigo el dolor y la lucha de haber sido pionera del trabajo de Abuelas en Córdoba, que nació con ella en 1977. El 26 de marzo del año anterior los militares se habían llevado a su segunda hija, Silvina Parodi, embarazada de siete meses, y a su yerno, Daniel Orozco. “Cuando se aproximaba la fecha del parto me instalé en la Casa Cuna, les pedí que me permitieran ver a los bebés y a escondidas les revisaba las manitos, los rasgos, a ver si encontraba algún detalle que me permitiera ubicarlo”, recordó, en charla con Página/12.
–¿Qué sentimientos tuvo el martes, cuando escuchó el fallo?
–En el momento en que el juez dijo “la absuelvo”, se encontraron dos sentimientos: por un lado, haberme liberado de la angustia que tuve todos los días ahí y, por otro, el recuerdo de Silvina, de la tarea de todos estos años, de buscar primero a ella, luego a mi nieto. Pensé en que los chicos del Belgrano en La Perla jugaban, porque no tenían conciencia de que los iban a matar, todo eso se me vino a la cabeza, por eso me quebré.
–¿Cómo fue pasar la experiencia de un juicio en su contra?
–Sentarse en el sillón de los acusados fue algo terrible para mí, yo he sido formada en otros valores. Ocupar el sitial que generalmente ocupan los delincuentes fue una cachetada en la cara. Me sentí muy mal.
–Usted trabajó en el Belgrano en la época de Rigatuso...
–Yo era celadora del Manuel Belgrano, y seguí trabajando después de que Silvina egresó. Cuando vino la dictadura, nos echaron a una cantidad de gente. Nunca pedí la reincorporación, no quería ni pisar el edificio, de sólo recordar cómo quería mi hija a su escuela y pensar que de ese colegio salió la sentencia de muerte... Volví hace poco tiempo, cuando les hicieron un homenaje.
–¿Cómo era Silvina en su adolescencia?
–Leía todo el día, amaba los libros. Era muy buena alumna, uno de los mejores promedios. Una vez, por cuestiones de mi salud nos tuvimos que ir a Buenos Aires, pero ella se volvió porque no podía estar sin su escuela. Egresó en el ‘74 y al año siguiente comenzó a estudiar Ciencias Económicas. Daniel (Orozco) ya estaba en la facultad, era ayudante alumno de una cátedra y a fines del ‘75 se casaron. Silvina ya estaba embarazada, su hijo debió nacer a fines de junio o principios de julio. Desde entonces lo buscamos. Cuando se aproximaba la fecha del parto, me había instalado en la Casa Cuna y revisaba a los bebés, sus manitos, las facciones, los pliegues, a ver si encontraba una característica de Silvina o de su papá. Una persona que yo conocía me permitía hacerlo, a escondidas, pero yo no sabía que este señor me dejaba ver los chicos que se podían ver, pero había otros, en otras salas. De todos modos, yo le estoy agradecida, porque en ese momento tranquilizó mi espíritu, mi ansiedad.
–¿Cómo siguió la búsqueda en esos años?
–Visité hospitales y casas cuna de Buenos Aires, del Chaco... como los cambiaban de lugar y el Tercer Cuerpo abarcaba diez provincias, uno deambulaba por todos lados buscándola. Nunca pensé que la iban a matar, jamás; creí que si la encontraban culpable de algo por pensar distinto, por estar en la otra vereda, le iban a hacer un juicio, la iban a tener en la cárcel, pero nunca el genocidio que se vino. Silvina no portaba armas, sólo pensaba distinto, y lo expresaba, formó parte del centro de estudiantes del Belgrano, y luego también en la universidad.
–¿Cuándo dejó de buscarla?
–Cuando se instauró la democracia y Alfonsín, en quien yo creía, no supo dar cuenta de qué pasó con los desaparecidos. En ese momento empezaron a llegar de Europa testimonios de sobrevivientes de La Perla.
–¿Cuánto logró avanzar en la investigación sobre su nieto?
–Hemos detectado varios chicos que podrían ser el hijo de Silvina, en la Justicia federal se tramita un juicio por la búsqueda, pero todavía no han decretado los análisis. Como nació en un campo de concentración la búsqueda es muy difícil, pero no imposible. La primera noticia que tuvimos la dio una monja de Casa Cuna. Mi otra hija, Giselle, era voluntaria allí y todos los fines de semana llevaba uno o dos chiquitos a casa, de visita. Una vez, una hermana le dijo: “No la sobrecargues a tu madre de trabajo, si ya nació el bebé de Silvina”. Ahí le dio la noticia de que había dado a luz en la cárcel de mujeres del Buen Pastor. Cuando fuimos allá, la monja directora admitió que mi hija había estado ahí, pero dijo que los militares se la habían llevado al sur con el chiquito.
–¿Esas religiosas testimoniaron en la Justicia?
–Sí, fueron a declarar al juzgado, pero negaron todo, aunque reconocieron que le habían dicho eso a Giselle, dijeron que no sabían más nada. Hay que recordar que también ellas formaron parte del aparato represivo, por omisión o por acción.
–¿Cómo se imagina el encuentro con el hijo de Silvina?
–La experiencia nos dice que cada encuentro es diferente. Los chicos tienen mucho temor de encontrarse con su historia, hay pocos encuentros francos, abiertos. Lo único que quiero de él es que conozca a su familia de sangre, mostrarle fotos de sus padres, contarle cómo eran, qué hicieron durante toda su vida hasta que los desaparecieron, los proyectos que tenían para él cuando lo encargaron. Estoy segura de que nació, tengo testimonios y tengo la certeza interior de que vive. Estoy segura de que lo voy a encontrar. Todos los días lo busco, eso pasó de ser una obligación moral a ser un hábito, no me puedo acostar sin haber hecho algo por mi nieto, un llamado, una carta, una averiguación. El domingo, el único día que no trabajo, voy a llevarle unas flores a donde está mi hijo Luis, y allí también a Silvina, y les pido a los chicos que me ayuden a buscarlo. Así la vida es más llevadera.
–¿Recuerda los primeros tiempos del trabajo en Abuelas?
–Trabajábamos en el local del Servicio de Paz y Justicia, en lo de otros familiares, pero era todo muy escondido, no era algo abierto. Después, en la calle Montevideo, donde creo que fue el primer local de Abuelas, entrábamos de a una, con mucho miedo, me acuerdo de una escalera oscura, así fueron los primeros tiempos de la búsqueda, como los primeros tiempos de la Plaza. Eramos muy amenazadas por entonces, además, ser familiar de un desaparecido era objeto de discriminación.
–La tarea de ustedes logró cambiar eso en la sociedad.
–La gente ha ido conociendo la verdad y nosotros hemos mantenido la memoria viva, es el pequeño granito de arena que hemos aportado. Hacer marchas, conmemoraciones, ir a los barrios y a las escuelas a difundir, todo ese trabajo ha reivindicado la lucha de nuestros hijos, ha tratado de explicar por qué hicieron lo que hicieron, a puro corazón y a puro amor. Ellos querían a su país, amaban la Argentina, no querían esta cantidad de excluidos. Mi hija tenía todo en casa, no lo hizo por carencias, ella trabajaba por los necesitados, daba todo lo que tenía, su ropa, su tiempo, todo le parecía superfluo, menos la solidaridad.
–¿Qué experiencias valiosas guarda de la militancia en estos años?
En los últimos tiempos aumentó el número de jóvenes que aparece en el local de Abuelas buscando su identidad, muchos no son hijos de desaparecidos; nuestra experiencia hace que cuando nos cuentan su historia nos demos cuenta. Ellos quisieran a toda costa ser hijos de desaparecidos, es mucho menos traumático que haber sido abandonados por los padres. A todos esos jóvenes también los ayudamos a buscar y en algunos casos hemos conseguido reunirlos con el padre o la madre. Eso también nos llena de satisfacción, aunque no sean nuestros hijos o nietos.
–¿Cuántos chicos buscan las Abuelas en Córdoba?
–Son como once los bebés apropiados; sucede que pocas madres desaparecieron acá, hubo cordobesas que se llevaron de otros lugares y hay casos en que los padres no quieren reconocer que sus hijas estaban embarazadas, o que cuando las llevaron no sabían que lo estaban.

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