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El país|Domingo, 28 de octubre de 2007
OPINION

A la hora señalada

Los saldos de la campaña. Las elecciones precedentes en la era del bipartidismo y después. El voto en las provincias, lo que hubo y lo que viene. Un vistazo sobre Buenos Aires y Mendoza. El bagaje de Cristina, sus desafíos si pasa de pantalla. La oposición, sus ambiciones y su futuro. Y un festejo repetido.

Por Mario Wainfeld
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Los ciudadanos argentinos elegirán su president@, en ocho provincias se ungirá al gobernador. La reiteración de las rutinas democráticas es una buena noticia, celebrarla suena ingenuo pero es necesario. La famosa condición necesaria pero no suficiente sigue en pie, es el ecosistema imprescindible para acometer todo cuanto falta.

La campaña ha tenido un tono tedioso, connotado por varios factores. El más conspicuo es la presunción compartida acerca de las tendencias y, en buena medida, del resultado, profecías que se pondrán a prueba. También incidió el planteo propuesto por el oficialismo, convencido de su victoria y por ende dedicado a “enfriar” el partido todo lo que estuviera a su alcance. Los opositores bregaron desparejamente por entibiar el match.

Otro dato potente, atípico, es que uno de los principales emergentes de la oposición, Mauricio Macri, se autoexcluyó de la brega, privando a la oposición de un potencial líder. El mutis desmañado (y maquillado en los últimos días) prefiguró una contienda en la que no están todos los que son. El peso relativo del ausente será otra cuestión para desmenuzar desde esta noche.

Cristina Fernández de Kirchner es la favorita, nadie duda de que saldrá primera. Queda por verse si alcanza los porcentuales exigidos por la Constitución para ganar en primera vuelta. Cimenta sus chances en los desempeños económico-sociales de la gestión de Néstor Kirchner. Sus pilares son la reducción del desempleo y la pobreza, el crecimiento sostenido, la reactivación de las economías regionales, reservas impensables, cifras record de exportaciones y un aumento considerable de la masa de jubilados y de sus haberes especialmente en los escalones más bajos. La pertinente discusión acerca de cuánto se debe al viento de cola y cuánto a haber sabido capitalizar condiciones favorables es seguramente demasiado sutil para determinar masas de votantes.

La oposición con mayores pretensiones de votos, quizá con tino, prefirió hincar su diente en límites (o talones de Aquiles, según su punto de vista) del “modelo”: el estrangulamiento energético, la inflación, la escasa inversión privada. El abanico de discusión fue, si se mira en términos comparativo-históricos, pequeño. Los issues de calidad institucional formaron parte de la oferta alternativa, con buen martilleo mediático.

La izquierda propuso polémicas más amplias, como es lógico. Lo hizo fragmentada en un archipiélago de fuerzas, como es habitual. La novedad del sector fue la irrupción (la reaparición, en rigor) de Fernando “Pino” Solanas como candidato, poniendo gran énfasis en la propiedad de los recursos naturales, un tópico del pensamiento nacional y popular formulado con mucha radicalidad.

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Dos microclimas transitó la campaña que, pincelada de color local, no tuvo fecha formal de iniciación. Un buen tramo pareció dominada por torpezas, errores, barbaridades o conductas sospechosas del Gobierno. La nómina, variopinta, incluye el caso Skanska, la violencia en Santa Cruz, la destrucción del Indec, la penosa caída de Felisa Miceli, el escándalo en torno del valijero Antonini Wilson. La sensación térmica en muchos de esos momentos era la de un país en crisis y un Ejecutivo incompetente o (cosa peor) casi sin otra agenda a la vista. Como muchos de esos sucesos transcurrieron en otoño o invierno, el supuesto espectro de un colapso energético les añadía emoción y un horizonte a pedir de boca para la oposición.

El final fue bastante más parecido a lo que podría ser el deseo oficial. Los escándalos aminoraron y primaron en escena la vida cotidiana, el boom de consumo, los últimos fines de semana largos con caravanas de visitantes a centros de veraneo VIP o populares, los picos de ventas de electrodomésticos, celulares, autos nuevos o usados.

Entre tanto, se condenó al represor Christian Von Wernich en el tránsito a la búsqueda de verdad y justicia, dinamizado por la política de derechos humanos de Néstor Kirchner.

El conflicto social, gran fantasma de los primeros años del presidente que se va, existe pero se encarrila razonablemente y tiene como principales sujetos a trabajadores con empleo y no a desocupados, como antaño.

El diseño general explica la preeminencia del oficialismo, que aspira a ser el tercero desde 1952 que consigue imponer su candidato tras haber ganado la elección precedente. Juan Domingo Perón fue el primero, Carlos Menem el otro. Desde esa fecha, sólo cuatro veces se llegó al final del mandato: las dos citadas, la segunda presidencia de Menem, la actual. Pertenecer al peronismo, la empiria lo corrobora, tiene sus privilegios. La estabilidad es un bien raro en la Argentina, si Adam Smith tenía razón ha de ser valioso.

A cuenta de una descripción más minuciosa puede anticiparse que los desempeños del kirchnerismo lo emparientan con ese primer peronismo, apoyo de sectores populares e inflación por demanda incluidos. La situación política, un tono bajo de exigencias de recambio, evoca lo ocurrido en 1995.

El favoritismo oficial es sencillo de explicar en términos de sustentabilidad económica y política. Su magnitud será puesta a prueba hoy día.

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Perón y Menem necesitaban conservar su mayoría electoral, el kirchnerismo debió construirla desde la Casa Rosada. Arribado en una coyuntura exótica, con un 22 por ciento de votos mayormente prestados, su intento es duplicar ese tenue bagaje, con apoyos más genuinamente propios. Si le sale, rondará el porcentaje histórico del peronismo en los últimos 24 años. La existencia de una opción “peronista explícita”, la que comanda Alberto Rodríguez Saá, puede elevar el conjunto de votos justicialistas. Roberto Lavagna, haciendo yunta con una fracción del radicalismo, completa una terna. También la hubo en 2003.

Elisa Carrió y Ricardo López Murphy, de estirpe radical, se han abierto de su partido desde hace años. Comparten el afán de interpelar al ciudadano boina blanca. No es ya un voto de pertenencia sino funcional: ser la mejor oposición posible.

Por primera vez desde 1916 no hay un candidato a presidente con los colores del partido de Hipólito Yrigoyen. En 2003 esa divisa rozó el suelo con Leopoldo Moreau a la cabeza.

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Alfonsín, Menem y De la Rúa accedieron al sillón de Rivadavia en comicios marcadamente bipartidistas. Se alzaron, redondeando, con el 50 por ciento de los votos contra algo así como cuarenta por ciento del segundo. La reelección del riojano parió un esquema novedoso, con el advenimiento del Frepaso, segundo relegando a la UCR. En perspectiva, era cantada la Alianza entre frepasistas y radicales que desplazó a Menem. Fueron tiempos de estabilidad y alternancia, también de penosas performances de las fuerzas populares que fueron plebiscitadas cada vez. La crisis de 2001 arrasó con ese esquema, insatisfactorio en sus logros.

En 2003 compitieron en inédita paridad cinco candidatos. Kirchner podría haber batido a Menem con un gap histórico, pero la irresponsabilidad de éste obturó el desenlace. Ahora el Presidente está representado por la primera ciudadana, mientras Adolfo Rodríguez Saá y Menem van tras “el Alberto”. Carrió y López Murphy reprisan, con virtualidades distintas. Lavagna y Jorge Sobisch son primerizos.

Todos los ex presidentes de la etapa transitan entre el segundo plano y la inexistencia. Ninguno es candidato. La fervorosa consigna de 2001 no coló del todo (una utopía imposible en democracia) pero algunos se están yendo.

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En la era del bipartidismo la distribución territorial del voto no era uniforme pero sí relativamente pareja. El cataclismo de 2003 puso patas arriba la tendencia, hubo candidatos top en algunas latitudes, casi ignotos en otras. El boom de Adolfo Rodríguez Saá en Gran Cuyo y en las estribaciones cordobesas de San Luis fue un botón de muestra.

El panorama actual seguramente será desparejo. Los clivajes entre regiones, entre ciudades grandes y pequeñas, entre clases justificarán poner la lupa días después.

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Las elecciones en provincias cierran una seguidilla escalonada. La condición de local pesa, primaron los oficialismos aunque en menor medida que en 2003.

Como en las copas de fútbol, el gol de visitante vale doble, lo que amplifica el valor de las provincias que cambiaron de mano. Tres quedaron para fuerzas que nunca habían tenido un gobernador: PRO en Capital, el ARI en Tierra de Fuego, el socialismo en Santa Fe. El Frente para la Victoria tuvo revancha parcial en Chaco. Los cambios son sugestivos y airean el sistema político, amén de agregar dos figuras de proyección nacional: Macri y Hermes Binner. Con lo ya acumulado, queda un saldo de relativa renovación y alternancia.

Entre los distritos que eligen hoy, tres sobresalen, leídos desde el ágora nacional.

- Buenos Aires, por su magnitud y por la virtualidad bifronte que puede tener Daniel Scioli, para el FPV o para una alternativa no (o anti) kirchnerista al interior del justicialismo.

- Santa Cruz, por ser el flamígero territorio de la pareja presidencial.

- Mendoza, por ser la única provincia en que se presenta una fórmula cabalmente concebida como Concertación Plural. Su candidato, el radical César Biffi, confronta con un pretendiente del FPV, el kirchnerista Celso Jaque. Se pone en juego parte del futuro político de Julio Cobos, de los radicales K y de la propia coalición oficialista. Los dos cuentan con apoyos del staff del Gobierno. Esa praxis fue recurrente. En Córdoba el rebusque le salió fatal: puso fichas a los dos favoritos, perdió igual y terminó enojado con todos, una prueba de cuán insondable es la acción política. En otras comarcas quedó mejor parado. Ya se corroborará si las alquimias potencian los votos a Cristina Kirchner, uno de sus designios primordiales.

Kirchner reincide en la táctica de poner huevos en varias canastas, de perceptible raigambre peronista. Es discutible si lo hace para surfear en el desorden que no puede controlar del todo o para exacerbarlo. No son desdeñables hipótesis mixtas.

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La inconsistencia de los partidos políticos se patentizó y se acentuó en alianzas y candidaturas urdidas en mesas chicas, chicas. Nadie se privó del enjuague de las listas colectoras para sumar por abajo, a como fuera. La industria del papel, agradecida. La política, desmerecida. Las mesas electorales, desfondadas por la cantidad de boletas. Fue un pobre aporte a la calidad democrática, que ojalá no haga estragos en los escrutinios. De cualquier modo es un estropicio indigno de repetición que toda la corporación política debería revisar, en sus conductas y en la legislación respectiva.

Vaya un homenaje a priori a las autoridades de mesa y a los fiscales que tendrán a cargo un recuento con aroma a estrés.

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La dispersión de los apoyos y avales pone en estado de asamblea a las encuestas. En general, éstas sobreestiman la voluntad de corte, quizá porque los propios entrevistados se animan más “de boquilla” que en el cuarto oscuro. Algunos cortes de boleta catapultarán observaciones sabrosas y posicionamientos ulteriores. Sin agotar para nada la nómina, serán dignos de estudio la suerte de Francisco de Narváez o la “interna” entre Cristina Fernández y Scioli.

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Toca a su fin el mandato de Néstor Kirchner que dio un paso al costado, muy subestimado por la mayoría de los análisis. Su culminación feliz sería el triunfo de Cristina, hoy mismo, sin exposición a la doble vuelta. Ese resultado le valdría dominar el Parlamento, aunque no es inexorable que logre quórum propio en Diputados.

Ese fue el norte de la campaña, mucho más empecinada en conservar caudal que en acrecentarlo. Su discurso, consecuentemente, se centró en narrar los logros del Gobierno relegando mucho las promesas o insinuaciones del futuro. La enunciación del acuerdo social fue la solitaria, sí que sugestiva, excepción a la regla.

El Presidente se percató del desgaste del segundo mandato. Esa iluminación no se propaga, en la retórica oficialista, a la caducidad de su ciclo político y de la coyuntura económica que lo albergó. Si la senadora deviene presidente deberá computar que lo que fue fecundo de 2003 a 2007, difícilmente lo siga siendo en otra etapa. Los cambios mundiales, los acontecidos en el propio país, producen nuevas demandas y dilemas. La fascinación con las herramientas es un karma de los gobernantes, la falta de adecuación a horizontes distintos también. Los ejemplos de Perón y Menem no remiten exclusivamente al deterioro de su carisma sino también a su impotencia para hacerse cargo de problemas de segunda generación. Pasar de pantalla en política es aún más trabajoso que en la compu.

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La oposición compite por el segundo puesto, conservando la ilusión de que venga con el bonus del ballottage. Sería un logro impactante y un sismo en el sistema político. La medalla de plata, en cualquier supuesto, dará alguna eminencia. Más melancólico será el porvenir de los demás.

Si las encuestas dieron en el clavo, son imaginables realineamientos y también desapariciones de las alianzas respectivas. Los diputados son trashumantes por lo general, la dispersión y la derrota fertilizan ese comportamiento. En cualquier caso, cuando existan las nuevas autoridades nacionales, Macri y Binner recobrarán la potencialidad nacional que se ganaron y que se disimuló tras sus éxitos locales.

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El gran protagonista de la jornada será, claro, el pueblo expresado en el padrón electoral. El sufragio universal y obligatorio, una conquista sobre la que todavía se oyen demasiadas sandeces, le otorga la facultad indelegable de elegir sus autoridades. En toda la historia, el voto popular ha producido cambios, castigando o premiando. En este año los argentinos mostraron aptitud para innovar cuando hubo propuestas interesantes y no mostraron apego inmutable a ninguna bandería. La versatilidad, tan ensalzada en su momento, deberá computarse para comprender el veredicto de hoy.

Nadie se queda con la verdad en democracia, porque eso no se dirime. Pero el pueblo sí confiere poder y responsabilidades sujetos a la temporalidad y los límites republicanos. Nada más aleccionador que la voz de las urnas que eleva o abate en períodos regulares y reglados.

El escrutinio dará la talla actual de los dirigentes y una medida de su pertinencia. Y conferirá autoridad al únic@ funcionari@ elegido por todos los argentinos (bueno, y el vice...).

La representación política es un hecho formidable y también un mito fundacional que se debe alimentar, para sostener el piso común innegociable.

Volvamos al principio de esta columna. La perseverancia democrática justifica un festejo, quizá menos estrepitoso según pasan los años. El veredicto popular, sea cual fuere, merece respeto, acatamiento y esencialmente comprensión.

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