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El país|Domingo, 10 de febrero de 2008
EL SOCIOLOGO RICARDO SIDICARO ANALIZA LOS PLANES DE REORGANIZACION DEL PJ

“Crear un partido peronista sería inédito”

El investigador señala que el peronismo nunca fue un partido, pero que convertirse en uno es una deuda con el país. Además, las consecuencias de la “normalización” para los “transversales” y para la oposición.

Por Javier Lorca
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Ricardo Sidicaro, sociólogo, docente e investigador.

“El peronismo nunca fue un partido político”, por lo que “crear un partido peronista sería algo inédito, una completa novedad”, dice el sociólogo Ricardo Sidicaro, investigador del Conicet. En esta entrevista, el autor de Los tres peronismos analiza los movimientos de Néstor Kirchner en relación con el PJ, su acuerdo con Roberto Lavagna y las consecuencias sobre el escenario político nacional.

–Si hace un par de años usted y otros intelectuales veían la consolidación del kirchnerismo como una señal de “la disolución del peronismo”, e incluso Kirchner se mostraba lejano a la tradicional liturgia justicialista, ¿cómo interpreta hoy la pretensión del ex presidente de normalizar y encabezar el PJ?

–No son cuestiones contradictorias, en la medida en que crear un partido peronista sería algo inédito, una completa novedad. Lo que estaba en disolución es el movimientismo peronista, sus representaciones colectivas y también la idea un tanto romántica de los peronistas de que ellos eran la mayoría del pueblo y la Nación. La gran herida narcisista que conoció el peronismo –un movimiento político que cree que el pueblo nunca se equivoca– fue la derrota en las elecciones del ’83. También se deterioró la base social del peronismo, que era una sociedad más integrada. El Proceso, mediante el terror, la hiperinflación, la exclusión social, crearon una fragmentación del cuerpo social que necesariamente se reflejó en la fragmentación del peronismo. Y Menem terminó de suicidar al viejo peronismo al asumir el programa que siempre había sido combatido por los peronistas.

–¿Cómo se explica esta apelación al PJ en un contexto que los politólogos vienen definiendo como de crisis y desaparición de los partidos?

–En Argentina y en muchos países occidentales, los partidos están en crisis porque las sociedades han cambiado mucho, hay una mayor flexibilidad de las relaciones sociales, existe una fuerte destradicionalización que se refleja en la crisis de la familia, las identidades colectivas, las autoridades. Y eso vale tanto para la Iglesia hasta los partidos políticos. Los viejos partidos que representaban sociedades más integradas hoy se han visto obligados a reformularse, han dado lugar a la aparición de liderazgos nuevos... El peronismo nunca fue un partido político, prefiero caracterizarlo como una fuerza político-electoral. En su primera época, fue una fuerza organizada desde el Estado. Después se convirtió en algo parecido a eso que los peronistas llaman “el movimiento”, donde sectores distintos se peleaban pero coincidían en reclamar el retorno de Perón y aceptar su liderazgo. Todo eso explotó cuando llegaron al gobierno entre el ’73 y el ’76. Después, la dictadura militar, la derrota del ’83, etcétera, llevaron a la fragmentación del peronismo. El intento de construir un partido político entre el ’84 y el ’87 quedó superado con el éxito electoral de Menem y la idea de conservar esa institucionalidad vertical en base a un sistema de intercambios con los dirigentes. Y el peronismo puede tener una atracción por los puestos y las recompensas materiales, pero siempre aparecen fracciones que reivindican lo simbólico, la tradición. El kirchnerismo terminó apareciendo como el redespertar de un componente simbólico, como una superación del peronismo.

–Entonces, desde su perspectiva, ¿la novedad sería que el peronismo constituya un partido?

–Claro. Para decirlo de una forma grandilocuente: desde hace 60 años el peronismo le debe a la Argentina y al sistema político nacional la constitución de un partido, de un lugar donde se encuentran sectores sociales con ideas que confrontan para buscar equilibrios y producir programas de gobierno, sin subordinarse a orientaciones ocasionales o caudillistas, generando condiciones para que una masa de afiliados pueda competir en elecciones internas para renovar la dirigencia. En un partido normal tendrán que tener fundamentos, publicaciones, actualizaciones doctrinarias. Según los primeros indicios, parecería que quieren crear un partido plural, que soporte las discusiones internas. Hoy se haría con el liderazgo de Kirchner, pero quién sabe qué pasaría en diez años. Si crean las condiciones para que haya discusión y tendencias internas, no disciplinas verticalistas, sería una contribución muy importante para la democracia. No puede haber democracia sin partidos políticos. Puede haber otras entidades que participan de la democracia, pero los partidos son fundamentales para seleccionar dirigentes y desarrollar políticas públicas.

–El vuelco de Kirchner hacia el partido, ¿supone el fracaso de los enunciados proyectos de transversalidad y concertación –y, en ese sentido, estaría mostrando una pérdida del potencial renovador que pretendió connotar el kirchnerismo– o implica un intento de llevar al PJ hacia un polo de centroizquierda?

–Creo que en la idea de concertaciones o de frentes está implícita la idea de un partido. El PJ mostró su techo de sufragios con el 38 por ciento que sacó Duhalde cuando fue sin alianzas en 1999 y fue derrotado por la Alianza. Si el peronismo logró mayorías que fueron más allá del 40 por ciento, fue porque, por ejemplo, Menem concitó la adhesión de la derecha y el centroderecha. La mayoría que pudo hacer Cristina Kirchner se basó en sufragios peronistas más sufragios de centroizquierda. El peronismo necesitó prácticamente siempre crear acuerdos con otras fuerzas. Perón siempre lo hizo. El peronismo no es el 60 por ciento del electorado, como se suele decir. Por eso creo que van a mantener esa política de formar coaliciones. Los kirchneristas van a buscar que sigan existiendo esas fuerzas aliadas.

–¿Qué puede ganar y qué puede perder el kirchnerismo al adentrarse en el PJ? Por ejemplo, ¿podría ganar respaldo, el sello, cuadros políticos? O, al convivir en el partido con figuras cuestionadas, ¿podría perder parte de su electorado de centroizquierda no peronista y el apoyo de movimientos sociales?

–La dinámica de polarización tendría que ver con un criterio de eficacia del voto. Es decir, si la escena se polariza entre una fuerza de derecha y el nuevo peronismo aparece como una fuerza más progresista, el voto de sensibilidad de centroizquierda haría una opción favorable al peronismo. Seguramente el peronismo no pondrá como candidatos a estas figuras cuestionadas. Por eso no creo que el kirchnerismo resulte dañado. Si se conforma un partido que se adapte a las diferentes orientaciones del peronismo, podría llegar a tener un perfil simpático para sectores medios no peronistas, como pasó con la candidatura de Scioli en Buenos Aires.

–¿Qué lecturas del resultado electoral están implícitas en la decisión de normalizar el partido y de acordar con Lavagna?

–Creo que necesitan recomponer la dirigencia partidaria para mantener asegurado el caudal de sufragios del peronismo. Esos votos se deben en parte a una tradición, y también están atados a mediadores. No hay sólo una tradición peronista, como una cuestión metafísica que flota, sino que hay una serie de dirigentes municipales, provinciales, locales, que son los que ayudan a sostener esos votos. Ahora están tratando de encauzar institucionalmente a todos esos mediadores que, eventualmente, podrían moverse hacia otras fuerzas políticas. Si las fracciones del justicialismo no kirchnerista se aliaran con otros sectores políticos, podrían poner en duda la mayoría peronista. Por otra parte, el acuerdo con Lavagna no sorprende: en la construcción de un partido político no se puede poner un cerrojo y decir quién se afilia y quién no. El hecho de que Lavagna o De Narváez participen de la organización del partido es normal y anuncia la existencia de un partido de fracciones, que es característico de un partido democrático. Pero en Argentina nos hemos desacostumbrado al funcionamiento de los partidos políticos.

–¿Cómo conviviría la tradición peronista de concentración de poder en un líder –continuada por Kirchner– con la coexistencia del ex presidente a la cabeza del PJ y de Cristina Fernández en el Poder Ejecutivo? ¿No hay riesgo de que uno opaque a otro?

–No lo creo. La idea de que el jefe de gobierno tiene que ser el jefe del partido ha sido bastante negativa en Argentina. No creo que los perjudique, al contrario pienso que puede contribuir a la neutralización de presiones y conflictos, que podrían conciliarse orgánicamente, más allá de los vínculos personales.

–En los sectores opositores, ¿ve el resurgimiento de cierta virulencia que algunos emparientan con lo que fue el discurso “gorila”?

–Hay sectores de la sociedad que votan sistemáticamente contra la distribución de los ingresos: si ven gobiernos con sensibilidad social, votan en contra. En Capital Federal sería el voto de la circunscripción 20, el Socorro: si el que va contra la distribución del ingreso es un peronista como Menem, votan a Menem. Votan con sensibilidad antipopular. Pero esto no es un fenómeno social generalizado. Sí hay sectores a los que no les gustó la estética kirchnerista, que yo diferenciaría de su proyecto político. Con su estética me refiero a un discurso muy confrontativo. Esto parece estar presente en el cambio que muestra Cristina Kirchner, que trabaja más por la sutura que por la ruptura. En los sectores más modernos de la sociedad, no necesariamente reaccionarios, la estética kirchnerista despertó rechazo. Y así se explica el voto de las grandes ciudades. No tanto porque ese voto sea contrario a la distribución del ingreso o a la secularización de las costumbres o a las políticas de castigo a los genocidas, sino porque estos sectores vieron a la política institucional del kirchnerismo como un poco avasalladora. La derecha ideológica, y estoy pensando por ejemplo en el diario La Nación, se acuerda del avasallamiento de las instituciones cuando las políticas económicas no le gustan. Si las políticas económicas le gustan, no habla. Son actores que alimentan la visión del avasallamiento institucional, cuando las libertades públicas no han sido tocadas durante este período.

–¿Qué consecuencias puede tener en la oposición la reorganización del PJ?

–Los puede ayudar a constituirse como partidos. Los jefes de la oposición que no tengan convenciones, no discutan programas, no fabriquen ideas, se van a encontrar con un problema si el kirchnerismo reconstruye el partido peronista. Los que mejor ubicados están para reconstruir su partido son los radicales; aunque se han deteriorado frente al electorado, tienen tradición, estructura institucional, cuadros valiosos. También la experiencia de Binner en Santa Fe puede ser un ejemplo de cómo recuperar la acción de los partidos. Esta puede ser una oportunidad para dar vuelta de hoja a la crisis de representación política de 2001. Esa es la gran responsabilidad de la dirigencia. No están en juego solamente los partidos, sino también la democracia: si las políticas públicas no salen de los partidos, los que están siempre organizados son los elementos del capital.

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