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El país|Sábado, 23 de febrero de 2008
OPINION

Samba de mi esperanza

Por Mario Wainfeld

Cuando realizó su primera visita internacional como Presidenta, Cristina Fernández instó a su par brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, a no recaer en el “reunionismo”. El vocablo, que proviene de la jerga militante (prosapia que la mandataria volvió a reivindicar ayer en su discurso de bienvenida al visitante), se reflotó en circunstancias más que peculiares. La región atraviesa una etapa auspiciosa de integración y simetrías políticas. Para cimentarlas, los gobiernos acordaron una secuencia de encuentros, escalonando el trabajo común.

Lula llegó el jueves en la primera visita de Estado del mandato de Cristina. Fue honrado con rito y circunstancia, incluyendo el periplo de ayer por los tres poderes del Estado.

Habrá, en principio, dos visitas de Estado por año, una en cada comarca. Durante el segundo semestre de 2008, Fernández de Kirchner irá a Brasil. En el medio se irán reencontrando en el consabido maratón de cumbres y multilaterales, pero la intención conjunta es diferenciar (enaltecer) las bilaterales, como parte de una alianza estratégica que integra el menú de ambos gobiernos.

El proceso de integración local es más disperso que el de la Unión Europea, la institucionalidad del Mercosur es incipiente y va lenteja. La acción concreta combina, entonces, bilateralidad y pluralidad. Las proporciones testimonian la flaqueza del proceso de supranacionalidad. La urgencia impulsa a la bilateralidad o la trilateralidad criolla. Por ejemplo, hoy mismo los dos mandatarios tratarán de acordar con su colega Evo Morales cómo distribuir “el gas que hay” en Bolivia, que es menos de lo que se esperaba hace un par de años. Fue designio compartido diferenciar los dos hechos, separados sólo por horas: desgasificar hasta donde se pueda.

En el camino varias comisiones mixtas, en general presididas por viceministros de las áreas respectivas, trajinaron proyectos nuevos. Ayer se conocieron varios. Las dos Cancillerías concuerdan en resaltar el compromiso de fabricación conjunta de un reactor nuclear, de un satélite para la observación de los océanos y de un vehículo militar, una suerte de jeep llamado “Gaucho”. También se avanzó en materia de derechos ciudadanos, suscribiendo un tratado en pos de instaurar la plena igualdad de derechos para argentinos y brasileños en ambos países.

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Lula hizo largo su discurso de brindis en el almuerzo realizado en el Palacio San Martín. Nadie podía quejarse: el brasileño es un orador formidable, capaz de transitar varios registros en la misma pieza. Ante los oídos argentinos lo favorece la cadencia del portugués hablado por brasileños, pero todo el resto del mérito es de su cosecha. Mientras lee, modula un tono institucional, cuando improvisa adquiere una calidez inusual. Jamás deja de ser conceptual ni de emitir mensajes políticos. Pero también sabe ser coloquial, bromear, mimar a su auditorio. Tras agradecerle al ex presidente Raúl Alfonsín (sentado en la mesa de los mandatarios) su aporte al Mercosur, evocó respetuosamente a Eduardo Duhalde, lo que le dio pie para una confidencia ya expresada antes pero que jamás pierde eficacia. “Le pregunté a Duhalde quién iba a ser Presidente, me contestó que Néstor Kirchner. Entonces, le pregunté quién era Néstor Kirchner”, rió e hizo reír. Hace cinco años de esto, pero mucho se ha andado. Lula no lo conocía, Kirchner lo miraba con recelo. La confianza se fue construyendo paso a paso hasta el día en que Kirchner le confió quién sería la futura presidenta, a quien Lula a esa altura conocía de sobra.

La empatía personal que Lula propagó a “la compañera Cristina” (así la nombró media docena de veces) es parte de la cuestión, un aderezo de las compatibilidades ideológicas y de proyecto.

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La unidad regional, la Patria Grande son banderas venerables de los movimientos nacionales y populares argentinos. No hay registro de una época en que esas intenciones conjugaran tan bien con la contingencia económica, propicia para los países emergentes y aún para el intercambio regional. En eso también queda mucho por hacerse: el comercio entre países del Mercosur, comentaba un importante empresario afincado en la Argentina, no supera el 25 por ciento del total. En la Comunidad Europea, redondeaba a ojímetro, se triplica esa cifra.

Una lectura inmediatista o sectorial se empaca en minimizar ese proceso polifacético midiendo sólo la balanza comercial argentino-brasileña. Un eventual déficit, como el actual, es traducido como un fracaso. Ni siquiera se repara en que las exportaciones argentinas al país vecino son las mayores de la historia y que, calculado en términos proporcionales y no en valores absolutos, el déficit comercial es inferior al de otros momento menos pródigos.

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La fortuna, lo escribió Maquiavelo, es un ingrediente básico para el desempeño del Príncipe. Suele comentarse que Néstor Kirchner tuvo suerte durante su gobierno. Un factor de esa fortuna no siempre sopesado fue la contemporaneidad con Lula, que se prorrogará hasta la mitad del mandato de Fernández de Kirchner. El metalúrgico llegado a presidente (una fantasía propia del imaginario peronista) explicó ayer que si él hubiera fracasado, hubieran debido pasar “ciento cincuenta años para que se eligiera a otro obrero” y le calzó a Cristina (y a Michelle Bachelet) un sayo similar, pero vinculado a su género.

La creación democrática permitió que en este confín del planeta, un obrero, un indígena y dos mujeres de fuerzas populares llegaran a regir sus países, un logro revolucionario que llegó por vías reformistas.

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Tramar una alianza estratégica progresista en lo político y redituable para ambas economías capitalistas es bien arduo, tras décadas de nacionalismos militaristas necios (fustigados por la presidenta en su discurso), de parroquianismo autonomista o de fascinación ruinosa por modelos de acumulación financiera. Un futuro sensato y moderado –la construcción de un eje político y un mercado común– puede parecer una quimera. La economía internacional, más allá de los delirios financieros de grandes países del norte (que Lula no se privó de señalar con sutileza), abre márgenes auspiciosos. Pero, como dijo el mandatario brasileño, “no concebimos la historia como fatalidad” para mal pero tampoco para bien. “La historia –predicó– es una construcción humana.” La etapa alboreó con presidentes que se reconocen aliados, ese plus no alcanzará si no se afinan la mira y el lápiz.

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Lula marcó una identidad, explicó que representa a todos pero que, al preguntarse para quién gobierna, se responde que para aquellos que no pasan ni “perto” de Palacio, los que menos tienen y más fieles son. Ratificado plebiscitariamente en las urnas, el estadista que viene del PT suele ser elogiado por cierta prensa argentina como un ejemplo para sus pares argentinos. Un ejemplo no imitado, se entiende. Sin embargo, la gran prensa de su país lo ha cuestionado y vituperado hasta la calumnia. Una referencia que no siempre se toma en cuenta, de este lado de la frontera.

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Los anhelos comunes, los sueños independentistas, las citas a Bolívar o San Martín solían encontrar un escollo pétreo en la existencia de economías competitivas entre países hermanos. Los valores acercan, pero la comunidad de intereses materiales tira más que varias yuntas de bueyes. La diversificación de la economía y la perspectiva de integración energética han cambiado promisoriamente el escenario.

La complementación energética puede ayudar a un cambio cualitativo. El gas en especial puede cambiarle la cara al Mercosur. A todos beneficia comprar y vender gas a los vecinos, la demanda es creciente, la oferta también. El descubrimiento de gas en Bolivia es una nueva oportunidad para un país jaqueado por la carencia, la inestabilidad y, aun, la inviabilidad. Pero, como en todo, la oportunidad se rodea de riesgos y se complica por necesidades acuciantes. Bolivia no consiguió cumplir sus metas productivas y cumplir al pie de la letra los convenios con Argentina y Brasil.

Los tres países deben ahora compartir un capital menor al que esperaban, mientras sus necesidades aumentan. La ecuación no es sencilla, las situaciones argentina y brasileña son divergentes, los dos gobiernos son asediados por legítimos portadores de intereses. Hoy Evo, Lula y Cristina tratarán de cubrirse con esa manta, ay, inexorablemente corta.

Esa parte de la historia, que es coyuntura pero que puede impactar en el futuro, se contará en el diario de mañana.

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