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El país|Miércoles, 8 de febrero de 2012
Opinión

El acto es el mensaje

Por Mario Wainfeld
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Volvieron a la Casa Rosada asiduos asistentes a los actos oficiales, que habían dejado de serlo en los últimos tiempos. Dirigentes sindicales y sociales, en general, con la restallante (dada la coyuntura) presencia del secretario general de la CGT, Hugo Moyano. Hugo Yasky y Luis D’Elía, que habían dejado de ser habitués también estaban, en lugares visibles destacados por el protocolo y la transmisión por tevé. También fueron de la partida empresarios muy cuestionados, como el banquero Jorge Brito. Ninguno de ellos había estado la semana pasada cuando la Presidenta anunció el aumento de las jubilaciones. El retorno no dictamina sobre las discusiones que mantiene el Gobierno con el líder cegetista y con un abanico amplio de empresarios: sencillamente los subordina a la dimensión que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner quiso darle a su presentación.

Integrantes de partidos opositores también fueron de la partida, se los invitó con todo celo y muchos honraron el ágape. Es inusual (y por ende muy significativo) ver en los salones de la Casa de Gobierno a los diputados Patricia Bullrich, Federico Pinedo o Ricardo Gil Lavedra, entre otros. El convite y su sensata aceptación subrayan la dimensión institucional de este tramo de la política exterior, que se redondeará con la presentación ante el Comité de Descolonización y el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el 14 de junio.

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La desclasificación del Informe Rattenbach estaba anunciada, el decreto número 200 le da forma, haciéndose cargo de la posibilidad (muy relativa, indicó la oradora) de que subsista material que amerite ser conservado como secreto. La puntillosidad con que se aclaró ese punto tributa a la experiencia parlamentaria de Cristina y a la “pluma” del secretario Carlos Zannini.

La acción ante las Naciones Unidas es la mayor novedad de ayer junto (a los ojos del cronista por debajo en importancia) a la convocatoria ecuménica que se puso en escena.

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En 25 minutos, la oradora mantuvo puntos firmes de discursos previos. Y amplió algunos aspectos o datos. Agregó al relato sobre el colonialismo, la mención a las Invasiones Inglesas, que tenía en mente refrescar días atrás pero que, involuntariamente, “le quedó en el tintero”.

Enfatizó el afán pacífico de la Argentina, marcando su contradicción con el anacronismo colonial inglés. “Que le den una oportunidad a la paz”, “falsos chauvinismos”, “sentarse a dialogar y negociar” fueron los tópicos más rotundos.

Entroncó la soberanía popular con los auténticos reclamos de soberanía, marcando la polaridad con la dictadura y la “aventura bélica”.

El mensaje estuvo lejos de medidas tonantes como las que rumoreaban medios de aquí o de allá (y que por eso había generado una suerte de expectativa internacional), y muy cerca de lo realizado desde 2003. El apoyo pleno de los países de la región, un activo que la Argentina jamás tuvo (menos que menos durante la infausta guerra) le concede un potencial inédito, de cara a un objetivo al que habrá que acercarse paso a paso. La flamante recidiva del reclamo español por Gibraltar añade un argumento colorido.

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La política exterior marca una estrategia lógica, concordante con el mandato de la Constitución de 1994. El aniversario del desembarco quizá no es la fecha más adecuada para un ejercicio colectivo de introspección sobre Malvinas. La propia Presidenta viene comentando que el año que viene se cumplirán 180 años de la invasión británica a Malvinas, más expresivo del hecho colonial que la guerra lanzada por la dictadura.

De cualquier modo, la ocasión propicia debates sobre todo lo ocurrido en Malvinas, abordaje en el que la opinión de la Presidenta es un aporte entre muchos.

La agresión de un grupo de veteranos de guerra al diputado José María Díaz Bancalari, repudiable desde ya, advierte sobre un aspecto que vino saliendo a la luz. Es la diversidad del universo de los ex combatientes que dista de ser un colectivo homogéneo. Dicho más en detalle, hay polémicas y denuncias que recobraron volumen a partir de la política de derechos humanos del kirchnerismo. En especial, las violaciones de derechos, que incluye muertes y tormentos de soldados argentinos a manos de sus oficiales, en las islas. Varias asociaciones de ex combatientes conscriptos han iniciado causas judiciales pidiendo que esos delitos (cometidos durante la dictadura, por integrantes de las Fuerzas Armadas responsables del terrorismo de Estado) sean sancionados como crímenes de lesa humanidad. Se trata de otra llaga que dejó la guerra, otra demostración de la irrepresentatividad del gobierno militar y de su naturaleza.

El Poder Judicial debe ir resolviendo las demandas, que sin duda complejizan cualquier narrativa sobre Malvinas. El Informe Rattenbach, acaso eche alguna luz sobre esos episodios tremendos, pero por definición será insuficiente. La película Iluminados por el fuego tuvo el acierto de poner esta dolorosa cuestión en la palestra, en un ejercicio de arte masivo, en el momento adecuado.

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Serena y minuciosa en los temas de Estado, la Presidenta confirmó un rumbo político correcto, abriendo el juego a la oposición y a representantes de la sociedad civil.

Las respuestas británicas en corto plazo seguramente serán obvias y arrogantes. De cualquier manera, el creciente aislamiento internacional y el fortalecimiento argentino en foros de todo tipo hablan de un avance. Paulatino, seguramente, muy trabajoso pero en pos de las metas correctas.

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