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El país|Domingo, 20 de enero de 2002
PERFIL DE EMILIO CARDENAS, LOBBYISTA ULTIMO MODELO

De sillón en sillón

Por Martín Granovsky
El discurso de Fernando de la Rúa, el candidato de la Alianza en 1999, lo escribió Fernando de Santibañes. Y a los banqueros les gustó: medido, responsable, nada populista. Por eso lo ovacionaron. Eduardo Duhalde también recurrió a una mano mágica. Pero a último momento archivó el texto. Prefirió insistir en que el peso de la deuda externa impedía el crecimiento. Los banqueros quedaron decepcionados, y también los dos autores del discurso escrito. Uno era su candidato a ministro. Otro, un banquero con vocación full time de influyente. El primero siguió al lado de Duhalde, a tal punto que a poco más de dos años Jorge Remes Lenicov es, al fin, el ministro de Economía. En cuanto al segundo, esa vez perdió. “Lástima, porque Remes tenía una visión ortodoxa muy sana”, comentó Emilio Cárdenas a sus amigos, con el tono inmutable de quien sabe que habrá revancha.
Polista, tenista, jinete, boxeador, este abogado que se acerca a los 60 se convirtió en uno de los signos modernos del establishment. Viene de una familia tradicional. Su padre es un Cárdenas Montes de Oca y su madre una Ezcurra, como Encarnación, la mujer de Juan Manuel de Rosas. Su abuela, Sara Montes de Oca de Cárdenas, organizó en Buenos Aires el Congreso Eucarístico Internacional de 1934. Pero a diferencia de otros miembros del sector de mayor poder de la Argentina, Cárdenas no luce como un tipo apegado a las vacas o al estilo preconciliar de un Emilio Ogñeñovich, el antiguo obispo de Luján que un día de 1987 sacó a pasear a la Virgen para combatir la Ley de Divorcio. Cárdenas, dicho sea de paso, es separado y vuelto a casar.
Lo suyo es el cambio y la adaptación, como un experto en el diseño de negocios del poder económico siempre desde el costado que más rinda en cada momento y, siempre también, con un énfasis que cualquier grandilocuente llamaría “fundacional”.
Un ejemplo fueron las privatizaciones. La asunción de Menem encontró a Cárdenas asociado al abogado administrativista Juan Carlos Cassagne. Cárdenas asesoró a Roberto Dromi, el ministro de Obras Públicas que ejecutó junto con Rodolfo Barra y María Julia Alsogaray el pase a manos privadas de las empresas de servicios públicos gracias a la conversión de títulos de la deuda en activos físicos. Y asesoró a las privatizadas, donde Cassagne quedó como directivo. ¿Hizo lo primero sabiendo que terminaría en lo segundo? En todo caso, Cárdenas parece vivir el momento, una forma de anular la historia que quita eventuales culpas y estimula el espíritu práctico. Y además, su definición de corrupción es especial. Se la dijo en el ‘90 a Página/12 en una entrevista: “Para mí la corrupción va más allá de un acto ilícito que se realiza con la contraprestación de dinero; es todo accionar doloso que no se ajusta a las normas, y que también incluye la arbitrariedad”.
En esa época, Cárdenas se hizo famoso fuera de los círculos empresarios porque calificó de cleptocracia al régimen de Menem. Literalmente era “gobierno de ladrones”, pero poco a poco Cárdenas suavizó y amplió el sentido hasta hacerlo tan general que terminaba siendo vago. “Cleptocracia quiere decir que también hay corrupción arraigada en el gobierno”, explicó. O sea: si todos son culpables, nadie lo es.
Nunca más repitió la idea. Al parecer, la cleptocracia terminó cuando él se incorporó al Gobierno. Menem ya lo había tentado con la vicepresidencia del Banco Central, que Cárdenas no aceptó, y con el puesto de negociador alterno de la deuda, que tampoco aceptó. En cambio no dudó un segundo en decir que sí a la representación argentina en las Naciones Unidas. Por lo pronto, Nueva York sería para él tan familiar como Buenos Aires, acostumbrado como estaba a moverse en Wall Street en su papel de presidente del pequeño Bank of New York o en representación de la Asociación de Bancos de la República Argentina, la entidad que en esemomento reunía a los acreedores externos del país. Y las Naciones Unidas completarían su curriculum. A su experiencia como lobbyista, como abogado de grandes grupos económicos y financieros, como arquitecto de meganegocios, podría sumar un cargo de prestigio y acumular nuevos contactos, ya más políticos, que luego sin duda potenciarían su capital de relaciones.
Cárdenas se tomó su papel en serio. Fue movedizo, se preocupó por seguir los temas, los encaró con el hiperpersonalismo de siempre, logró conducirse como si toda su vida hubiese sido diplomático y tejió un lazo fuerte con la representante de Bill Clinton en Naciones Unidas, Madeleine Albright, que luego terminaría siendo la secretaria de Estado del segundo mandato. Actividad había. Era el tiempo del apogeo de las misiones de paz, que el secretario general Kofi Anan alentaba, y del final de la guerra en la ex Yugoslavia, donde la ONU reemplazaría a los Estados Unidos tras la etapa más cruenta del conflicto.
El abogado trabó una excelente relación con Anan, a tal punto que éste lo convocó para el diálogo especial con Irak que terminaría con la flexiblización del embargo mediante la fórmula de acreditar las ganancias por exportación de petróleo a una cuenta especial para comprar y llevar medicamentos a Bagdad. Gracias a la ONU Cárdenas puede presentar ahora el curriculum típico de los CEOs norteamericanos, que como diría María Elena Walsh si actualizara su canción irían del sillón al avión y de un sillón privado a otro público, para volver anchos al privado.
A esa altura, cuando Menem recién comenzaba su segundo mandato, Cárdenas había trocado la admiración por Domingo Cavallo en trabajo de zapa. Junto con Raúl Granillo Ocampo, fue uno de los que intento influir en Wall Street para que los operadores se convencieran de que Cavallo era un accidente en el modelo y que con Menem debía bastarles. La maniobra fue la preparación para el aterrizaje posterior de Roque Fernández y el desplazamiento de Cavallo, por quien Cárdenas siempre manifestó en público su admiración.
En general, por estilo no personaliza las críticas. Los que lo quieren afirman que esa actitud se debe a que Cárdenas no quiere quedar como un resentido, un sentimiento que, suele decir, “fluye de la envidia, alimenta odios y construye malicia” y provoca que los resentidos no reconozcan los éxitos de los demás, demonicen a los líderes y ataquen a “todo aquel que por algún motivo triunfe”.
Es más probable que la preferencia por la maniobra privada, por la influencia discreta y el lobbyismo de susurros en la oreja del funcionario apropiado, responda a un criterio de eficacia y de selección propia de las batallas a librar. Es típico de este criterio que, puesto una vez ante el desafío de un cuestionario tipo ping-pong, Cárdenas dijera que no se identifica con ninguna figura histórica, que no tiene ídolos, que le gustaría estar donde está y que cualquier época le hubiera resultado igual para vivir. Solo respondió concretamente sobre sus libros preferido (Las Bases, de Juan Bautista Alberdi) y sobre el mayor villano. Como lo hubiera hecho cualquier estadounidense, señaló a Saddam Hussein, de la misma forma en poco antes del escándalo IBM-Banco Nación afirmó que las empresas norteamericanas no caen fácilmente en la corrupción por la ley que pena el pago de coimas a funcionarios extranjeros.
A Cárdenas le gusta la polémica, que suele desarrollar a través de artículos en algunos diarios. El año pasado en Ambito Financiero escribió contra los piqueteros y el “activismo que ignora derechos de las mayorías”. Decía un párrafo: “La historia enseña que en momentos de fuerte desempleo, las frustraciones han provocado reacciones. Y hasta desorden. Cabe recordar la revuelta de Londres, en 1780, y los desórdenes de 1919 en Saint Louis y Chicago, en los Estados Unidos. O los de Nueva York, y Los Angeles, que explotaron en la de.cada del 60. En todos los casos en queesos desórdenes no fueron controlados, la autoridad de quienes optaron por la indulgencia se debilitó sensiblemente”.
Firma sus artículos como “embajador y ex representante argentino en las Naciones Unidas”. Elige hacerlo así a pesar de que su título actual lo ubica como vicepresidente ejecutivo del HSBC, uno de los grupos extranjeros más poderosos y, puede escucharse en la City, perpetuo aspirante a quedarse con sucursales de los bancos que, Dios no lo quiera, el diablo se lleve consigo.
No es extraño que el ex funcionario de Menem, que fue también fugaz funcionario en la Corporación de Empresas Nacionales en tiempos del peronismo 1973-1976, aparezca ahora en reuniones importantes tratando de seducir a la Administración Duhalde. Por un lado, Cárdenas nunca ha sido desleal al núcleo más concentrado del sector financiero, desde donde conviene leer su historia. Y por otro, muchos suspicaces se preguntan si estaba dirigido a él aquel aviso que circuló años atrás. Hacía propaganda de un presunto estudio Cadenas-Casañe y publicitaba la desconocida especialidad “fast ethics”, ética rápida, “representación de contrapartes, simultánea o sucesiva”.

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