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El país|Martes, 15 de julio de 2008
Opinión

El precio de los alimentos

Por Alejandro Otero *

En su célebre carta abierta a la Junta de la última dictadura militar, Rodolfo Walsh dedica un párrafo a los dichos del entonces presidente de la SRA: “Llena de asombro que... sigan insistiendo en que los alimentos deben ser baratos”, dijo el tal Celedonio Pereda. De un modo u otro, ideas semejantes hemos escuchado de boca de dirigentes rurales a lo largo del amargo conflicto del presente. Por ejemplo, los diarios difunden los dichos del entrerriano más mediático: “Si quieren comer lomo que paguen 80 pesos el kilo”. Lindo, los mejores cortes no son para todos. Y es de presumir, dada su encendida oposición a las retenciones, que los ingresos que generan sus ventas tampoco. Para el pueblo lo que es del pueblo, para el pueblo la privación. Doble privación. A privarse del lomo y de los ingresos que genera. Pasaron más de 30 años. Aquella cita de Walsh es contemporánea de una de las frases emblemáticas de la dictadura, emitida por aquel ministro de Economía: “Este es un país para 10 millones de argentinos”. Por entonces ya éramos 30 millones de almas. A su juicio sobraban dos tercios. La relación de causalidad entre una y otra frase es directa. Un país con alimentos a precios internacionales no es un país para todos. No importa que ese país, nuestro país, produzca alimentos que superan por lejos las necesidades de consumo de la población (hoy 40 millones de personas). Si nadie hace nada y todos hacen lo que les conviene, en un mercado globalizado y con los precios de los alimentos en alza, los precios internos de la producción se alinearán con los internacionales. Como ilustra el ruralista entrerriano: el lomo, por ejemplo, podría llegar a 80 pesos. Evidentemente, hay quien piensa que esta situación no constituye un problema. Quienes pensamos que sí es un problema, defendemos la intervención del Estado sobre la economía en general y la agropecuaria en particular, para evitarlo y asegurar el derecho a la alimentación de todos y cada uno de los habitantes del país. Obsérvese que si se eliminan las retenciones seguramente sucederán dos cosas. La primera, tal como los mismos productores rurales prometen, el conflicto se pacificará. Las cacerolas de teflón se convertirán en aplausos, las calles y rutas se despejarán y hasta es posible conjeturar que los medios harán lucir a CFK mejor que a la Bruni. Sin embargo, lo que la SRA anuncia (y defiende) desde hace más de 30 años también ocurrirá. Los alimentos aumentarán más, mucho más que lo que ya percibimos. No es necesario ser un visionario para prever las consecuencias de esa situación. Antes de que el lomo llegue a los 80 pesos algo va a explotar y no será en el campo. Las retenciones móviles tal como fueron ratificadas por Diputados están lejos de ser la panacea. Tampoco resuelven todos los problemas. Pero son necesarias.

* Presidente Frente Grande, Capital.

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