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El país|Jueves, 2 de julio de 2009
El fracaso electoral en Córdoba inició la despedida de Jaime

El chofer perdió el control

El rol de Jaime en la campaña en Córdoba terminó condenándolo. Pero su acumulación de tropiezos en seis años de gestión, sumada a las denuncias opositoras, habían mellado su figura.

Por Raúl Dellatorre
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Acumuló más denuncias que cualquier otro funcionario a lo largo de estos últimos seis años al frente de la Secretaría de Transporte. Sin embargo, lo único que logró desplazarlo de su cargo fue el resultado electoral del domingo último. Más precisamente, en la provincia de Córdoba. Como jefe de campaña del candidato a senador Eduardo Accastello, recolectó apenas el 9 por ciento de los votos emitidos y colocó a la lista en un incómodo cuarto puesto. Más que su desprestigio fuera de las filas del Gobierno, fue la amarga derrota en su provincia natal lo que lo descolocó. La sensación de oxigenación que provoca su salida también aportó lo suyo al momento de tomar la decisión. Su traspié político fue lo que lo convirtió en el elegido.

La renuncia de Ricardo Jaime era una de las más reclamadas desde la oposición, e incluso en voz baja desde filas propias. Tanto que ayer la flamante revelación porteña, Fernando “Pino” Solanas, lanzó un comunicado agradeciendo y felicitando por la decisión. Horas antes, el diputado electo por Proyecto Sur había reclamado la dimisión del titular de Transporte, la de Guillermo Moreno y de Julio De Vido. Difícilmente obtenga satisfacción plena, pero por lo obtenido en menos de 24 horas Pino se consideró más que conforme.

Para un funcionario que maneja una cartera con fondos millonarios como Transporte –en la que los servicios son prestados por concesionarios privados que reciben subsidios a cambio de cobrar tarifas baratas–, las denuncias por supuesta malversación de fondos no pueden resultar extrañas. Sobre todo, cuando el funcionamiento del área no es muy apegado a cumplir con reglas de control independiente. Nadie podría discutirle a Jaime la enorme complejidad de los problemas que debió afrontar a partir de 2003, cuando se hizo cargo de la dependencia. Pero igualmente nadie, ni entre sus más entusiastas allegados, podría negar la sumatoria de fracasos que enhebró a lo largo de su gestión, con desaciertos o proyectos inconclusos que mellaron la gestión kirchnerista.

Para diferenciarse de la etapa menemista, la del “ramal que para, ramal que cierra”, el kirchnerismo puso énfasis en consagrar al ferrocarril como el transporte popular y federal. Sin embargo, a lo largo de seis años de gestión, Jaime no logró ni volver a unir los distintos puntos del país aislados por el levantamiento de vías de los ’90, ni articular un servicio urbano y suburbano mínimamente digno en el área metropolitana. Para estos últimos, insistió en prestarlos con los mismos concesionarios de la década anterior, cuestionados y sospechados. Los subsidió con generosidad, evitando actualizar los pasajes, y renegoció contratos para aliviarles los incumplimientos. Sólo se permitió el retiro de la concesión ante escandalosas situaciones generadas en las líneas Roca, San Martín y Belgrano Sur, pero terminó derivando su prestación hacia los concesionarios del servicio en las restantes líneas. Y la prestación siguió oscilando entre muy mala y pésima, salvo raras excepciones, como el tren que corre a la coqueta zona Norte del Conurbano.

En trenes de larga distancia, fracasaron sucesivamente los intentos por asociar al capital privado o a las provincias. Y la idea superadora fue la construcción de un tren bala a Rosario y a Córdoba, y el Tren de Altas Prestaciones a Mendoza, jamás concretados.

Tampoco resultó muy feliz su gestión en el renglón aerocomercial. Su gestión pasó por un bocado difícil de tragar cuando la empresa Southern Winds quedó en medio de un escándalo de narcotráfico por parte de “viajeros frecuentes”. Ya para entonces los desaguisados de los empresarios españoles en Austral y Aerolíneas eran moneda corriente. Y la desaparición de SW y otras compañías de cabotaje menores dio lugar a la creación de Lafsa como firma aérea estatal. Así, logró darles trabajo a cientos de desocupados, pero jamás puso un avión en el aire.

En el caso de Aerolíneas, el Gobierno encontró una salida al tomar la demorada decisión de reestatizar la empresa, pero habiendo sumado varias decenas de millones de pesos de aporte al funcionamiento de la línea de bandera en manos privadas durante un largo tiempo. El traspaso a manos estatales es un proceso aún inconcluso, y la incorporación de aviones a la flota aún debe hacerse por extrañas ingenierías legales que ponen en cabeza de la Secretaría de Transporte la responsabilidad de la operación.

El autotransporte urbano es otro capítulo que representa un flanco de fácil pegada para los rivales de Jaime. Al costo de un millonario subsidio, tanto por aportes directos a las concesionarias como por facilidades para acceder al gasoil a menor precio, logró sostenerse un servicio de transporte urbano en el que, sin embargo, siguen desapareciendo compañías y la prestación se va concentrando cada vez en menos manos.

Ni la Autopista Ribereña en Buenos Aires, ni el subterráneo en Córdoba capital lograron superar el estado de promesas. Sin embargo, ya en sus últimos días de gestión, Ricardo Jaime logró ver el alumbramiento de la tarjeta SUBE, pero no llegará a ver como secretario su plena implementación.

Subsidios anuales por 3000 millones de pesos, controles poco transparentes y el uso de fondos de fideicomisos no incluidos en el Presupuesto han sido la base de su gestión. Pero lo concluyente fue intentar manejar la campaña electoral en Córdoba, juntando al kirchnerismo provincial con el Partido Comunista para armar la lista que fracasó contundentemente en las urnas. Un viaje de ida.

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