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El país|Jueves, 3 de septiembre de 2009
Opinión

El pensador irrelevante

Por Sergio Kiernan
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Uno de los cansancios que generaba Mohamed Alí Seineldín era tener que aclararles a los extranjeros que no, no era un fundamentalista islámico sino un fundamentalista católico. Y después aguantarse las especulaciones sobre cómo un hijo de inmigrantes con semejante nombre se hace fanático de la peor versión de la fe dominante en el país, se hace militar y se hace nacionalista hasta el borde indefinido del fascismo.

Seineldín hubiera sido un oficial reaccionario más si no fuera por Malvinas, la guerra que perdió y lo radicalizó. Según contó él mismo en su memoria de combate, el coronel ya era un insoportable maníaco religioso cuando aterrizó en las islas. Quizá por la tensión de la situación, terminó teniendo visiones místicas y a cada momento se hincaba a rezar con sus colimbas. Que por supuesto tenían que hincarse también. Como todo extraviado, Seineldín rememoró orgulloso con qué fe rezaban sus soldaditos y nunca se le pasó por la cabeza que lo hacían por obligación.

Como para vengar la afrenta inglesa, el coronel se dedicó a combatir la democracia, peligrosa noción de la sinagoga radical. Aunque al principio daban la cara el más elemental Aldo Rico y un elenco de mayores y capitanes que más que nada gruñían, pronto quedó claro que Seineldín era el alma del movimiento carapintada. No aparecía en público porque oírlo hablar era notar su extravío existencial, su necesidad de medicación y un lugar silencioso. Pero era el “ideólogo”.

La última rebelión carapintada tuvo algo de búsqueda del martirio, tema que Rico evitó con astucia. Solito, Seineldín asesinó civiles y militares, y logró ser el único golpista en la historia argentina que fue reprimido por las fuerzas armadas. Su nombre, paradoja de paradojas, quedó asociado al final de una época de pronunciamientos, fragotes, chirinadas y golpes.

Preso y luego indultado, el coronel se dedicó a pensar y a escribir. De sus penosos párrafos –escribía peor que Caponnetto, sin ir más lejos– se desprende un difuso fascismo, antisemita y corporativo, tan diluido en un misticismo de estampita que nunca llegó a hilarse. Seineldín fue una persona que no entendía siquiera que hubiera otras diferentes y consideraba una utopía vivir entre los que parecieran iguales a él. Cuando podía, como cuando rezaba en Malvinas, ni siquiera veía las diferencias. Irrelevante y olvidable, quedará como otro negador de la realidad intentando vender sus prejuicios como ideología.

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