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El país|Jueves, 27 de mayo de 2010
Los peligros y las previsiones del gran desfile histórico

En zona de riesgo

Hubo que hacer cálculos casi milimétricos. Por dónde iban a pasar las carrozas y prever cables, balcones y árboles. Un miembro de Fuerza Bruta explica los detalles técnicos.

Por Facundo García
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Es probable que no haya habido en estas tierras una concentración popular como la que se vio durante el Bicentenario. Para los artistas que participaron de la fiesta, el intento de impactar sobre tal cantidad de gente se pareció a manejar un barco en medio de la tempestad. Decenas de variables que el espectador distraído no considera, como la necesidad de que los cables del tendido eléctrico no ahorcaran a los actores, tuvieron una importancia enorme. Por eso es que el staff de la compañía Fuerza Bruta –responsable del desfile de carros que partió de Plaza de Mayo y se desplazó por 9 de Julio, atravesando una ciudad absolutamente colmada– se abrazó con emoción en la madrugada de ayer. Era el fin, la tranquilidad. Una alquimia de planificación y trabajo en equipo había permitido montar la puesta basándose en hechos clave de los últimos dos siglos, ante una de las celebraciones más grandes de que se tenga memoria. La dicha de haber superado los desafíos técnicos, entonces, se combinó con satisfacciones profundas: la de regalar a muchos un primer contacto con la experiencia teatral; y la de haber aportado, de paso, carnadura estética e ideológica a un recuerdo colectivo.

El director de Fuerza Bruta, Diqui James, había anticipado que la intención no era imponer un relato fijo, sino “un gran espectáculo en el que todos se vieran reflejados”. Para eso hizo falta manejarse a escala faraónica. Las cifras hablan por sí mismas. Más de dos mil artistas y cuatrocientos técnicos de distintos rubros se embarcaron en el proyecto, que venía preparándose desde noviembre del 2009. Hubo acróbatas, músicos, actores, herreros, escenógrafos y un número no precisado de obreros que pusieron lo suyo para dar los últimos retoques a la movida. Fabio D’Aquila, el coordinador general del grupo, asegura que desde el arranque estuvo claro que la movilidad iba a ser el ingrediente del que dependía lo demás. “Teníamos que inventar algo que se trasladara, para que pudiera disfrutarlo un máximo de personas”, explica.

El ensamblaje de estructuras se inició en febrero, y la “mudanza” a la Plaza se concretó el 13 de mayo. Mientras, el astillero naval Tandanor y el Museo de la Memoria funcionaron como sedes para los ensayos, que se fueron poblando tras los castings. Hubo que planificar con cuidado el recorrido que iba a seguir la troupe. Las vías porteñas están llenas de imprevistos, y detalles como un cable mal puesto o un balcón que sobresaliera podían hacer que la mujer de la grúa se estrolara mortalmente contra una baranda, por no hablar del peligro que hubiera conllevado la electrocución de un bailarín de malambo. “Debimos analizar a conciencia cuál era el camino seguro –sigue D’Aquila–. Arboles, semáforos y carteles eran obstáculos a evitar, de modo que cuando salimos ya sabíamos perfectamente que en el circuito no nos íbamos a chocar con nada.” El entrevistado dice que para minimizar riesgos, “cada una de estas moles era una especie de ‘paisito’, con sus propios coordinadores, operadores de luces, etcétera”.

Y llegó el gran día. El itinerario se inició a las 20, después de que las proyecciones en el Cabildo elevaran la euforia a su nivel más alto. En el mundo existen pocas compañías que se atrevan a dar un show en esas condiciones. Quizá los franceses de la agrupación Royal Deluxe podrían entrar en la lista, aunque jamás tienen que vérselas con un público tan numeroso. D’Aquila: “Al toque nos tranquilizamos. No hizo falta hacer muchos metros para comprobar que la respuesta era alucinante, y más teniendo en cuenta que había algunos que estaban ahí desde las cuatro de la tarde, atrapados entre las vallas. Escuchabas cómo cada carroza despertaba reacciones diversas. Las ‘reflexivas’ eran recibidas con un silencio atento, como pasó con la de las Madres de Plaza de Mayo o la de la guerra de Malvinas. Otras eran ‘para arriba’, y se oía una ovación atronadora. En cada uno de esos casos nosotros sentimos que se cumplía nuestra misión, que fue tomar las calles y alcanzar a muchos que no están acostumbrados a vivir una experiencia de teatro”.

Para construir las escenografías fue preciso recurrir a varias entidades. El Ejército aportó transportes, los bomberos, agua, y así. Se asumía sin tapujos que iba a ser algo grande. Pero a pesar de todo, Carolina Constantinovsky –una de las cuatro productoras ejecutivas de la intervención– admite que la realidad empequeñeció cualquier expectativa. “A esa escala se te complica hacer cálculos y previsiones. Nadie conoce ciento por ciento cómo reacciona un conjunto humano de ese tamaño”, admite. La serie de postas no se hubiera completado de no haber sido por la buena predisposición de los que estaban abajo. Sobre todo cuando la caravana llegó a la esquina de Diagonal Norte y 9 de Julio, punto en el que tenía que girar a la izquierda atravesando la zona más poblada de la noche, en dirección a Independencia. “Ese momento fue genial, porque vi personalmente cómo la multitud se abría sin lastimarse ni agredir. Se notaba que eran millones, pero tenían ganas de festejar con alegría. Y dudo que antes se haya reunido esta masa en otra ciudad del continente”, observa Constantinovsky.

Hubo alusiones al éxodo jujeño, la Patagonia rebelde, el 17 de octubre, el folklore, el tango, la guerra de Malvinas, las Madres de Plaza de Mayo, la industria nacional –con un auto Siam Di Tella colgante– y el efecto de las crisis económicas. Sin embargo, los que estuvieron detrás de bambalinas juran que uno de los modelos difíciles de llevar a cabo fue “La embarcación de los inmigrantes”, por su porte y por la variedad de técnicas que involucraba. Otro dolor de cabeza fue “El cruce de Los Andes”, porque lograr que la nieve se viera verosímil a lo largo de un recorrido tan extenso fue un verdadero reto. Podían fallar y salieron bien: a lo mejor los ancestros también pusieron –vaya a saber desde dónde– su granito de arena.


Pensar dos siglos

La tarea más delicada del megadesfile del martes fue encontrar una carga conceptual acorde para una exhibición que había nacido con la esperanza de transformarse en un mensaje a los argentinos del futuro. En consecuencia, los contenidos se elaboraron a través de varias reuniones de Fuerza Bruta en las que Felipe Pigna se sumó para garantizar rigor histórico. Cada pancarta en la escena de las protestas sociales, por ejemplo, era reproducción exacta de una consigna que existió realmente.

Fabio D’Aquila, coordinador del grupo Fuerza Bruta, recalca que otras voces importantes en ese intercambio de ideas fueron las de las autoridades de la Secretaría de Cultura de la Nación. “Con Pigna armamos una lista y desde Cultura nos ayudaron a quedarnos con diecinueve motivos, que fueron los que se representaron. En esto hay que destacar el talento que puso Diqui James, que se esforzó por plasmar en un lenguaje sintético tantas palabras que andaban dando vueltas. Ahora soñamos con que esto no se acabe y podamos salir de gira por las provincias”, concluye.

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