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El país|Jueves, 4 de noviembre de 2010

Igual que antes, más que nunca

Por Oscar González *
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Si el conmovedor mensaje con el que la presidenta Cristina Fernández vino, paradójicamente, a consolar a quienes todavía nos cuesta internalizar la intempestiva ausencia de Néstor Kirchner, las imágenes que condensan la evolución de la conciencia popular en la Argentina, la de la multitud en la Plaza, con su fervor militante, despidiéndolo y acompañando a su compañera y continuadora, son contundentes. Es que la desaparición del ex mandatario tuvo la virtualidad de habilitar la explosión de un sentimiento colectivo de adhesión que venía siendo condicionado, y aun reprimido, por la sistemática ofensiva de la derecha mediática subordinada al núcleo rentístico-financiero, que durante años trazó un muro de mentiras para estigmatizar al Gobierno y dividir a la sociedad. El mensaje de la Presidenta terminó por derrumbar, con la implacable contundencia de los sentimientos más puros, ese perverso artilugio comunicacional.

La marea humana autónoma y consciente que se movilizó la semana pasada logró instituir una nueva realidad que se venía incubando en la espesura de la sociedad y logró quebrar la intentona de segmentar a la ciudadanía, construyendo un “afuera” donde alojar y aislar a los partidarios del proceso de reformas progresistas iniciado en 2003. Son esos mismos medios y sus columnistas –estado mayor de la oposición– quienes ahora tratan, desorientados y jadeantes frente al impacto que les causa tanta devoción popular, de condicionar el rumbo del Gobierno y farfullar sobre una repentina e idílica armonía, olvidando tanta descalificación y tanto hostigamiento. Verdadera conducción estratégica de los grupos opositores, piden gancho mientras se ofuscan porque no entienden –no entienden– qué se incuba en esa irrupción masiva de jóvenes que de pronto colonizan el espacio público y ocupan el centro de la escena.

“El fervor irá decreciendo a medida que pasen los días”, se consuelan unos a otros, mientras varios, más temerosos, alertan sobre un hipotético trasvasamiento setentista a las nuevas generaciones, en una increíble simplificación de la historia y la política. Ignoran que lo que perdura de aquellos años no son gestos y ademanes que serían anacrónicos, sino exigencias que nunca han perdido vigencia entre los grandes movimientos de masas de nuestra historia: el anhelo de protagonismo popular, de que la política no se amuralle en los despachos sino que se nutra, y a la vez alimente de los sueños y esperanzas de las mayorías.

La evolución de la crisis de las representaciones políticas, que se hizo dramáticamente visible en 2001, halló con Kirchner su destino superador, un país que se encarriló mediante el programa de cambios impulsado por un gobierno que es, en cierto modo, hijo de esa crisis y del rechazo unánime a las reformas de mercado de los ’90. Una gestión que nació poniendo el eje en la vigencia de los derechos humanos y la lucha contra la impunidad, siguió devolviendo a la vida el conjunto de derechos sociales que arrasó la dictadura y se expresa ahora en la consolidación de una nueva ciudadanía.

Estas decisiones, que permitieron ir modificando sustancialmente las condiciones de vida y de trabajo de millones de personas, así como hacer de Argentina un emblema de la integración latinoamericana y de respeto a los procesos populares y democráticos en el subcontinente, conforman un presente que nadie imaginaba en los días en que se aplicaba a rajatabla el paradigma neoliberal. Mientras este nuevo modelo de país se va profundizando, el declive de los partidos tradicionales se agrava y la cohesión ideológica cede su lugar a las tácticas de ocasión, dictadas por las urgencias de garantizar presencia y visibilidad.

La muerte de Néstor Kirchner, esa enorme pérdida, detonó la vigencia de una nueva sensibilidad política nacida de las transformaciones alcanzadas mediante las políticas públicas que se aplicaron durante los dos últimos gobiernos. El coro popular, esa polifonía de voces de todas las edades que repetía “gracias Néstor, fuerza Cristina”, “me hizo volver a creer en la política”, “nos devolvió la dignidad a los trabajadores” y otras del mismo signo esperanzado, hizo emerger aquello que proscribían los grandes medios y que negaban los opositores, ya sea por convicciones conservadoras, intereses de sector o mero sentido oportunista.

A partir de ahora, las tramas políticas de todos los signos y los herederos de las varias tradiciones políticas populares tendremos que reconfigurar este nuevo mapa marcado por la ausencia del mayor estratega político que ha dado este tiempo. Pero en este nuevo universo, ocupado el vértice por una Presidenta a la que el infortunio le atraviesa el corazón, pero al mismo tiempo fortalece su compromiso, no puede ignorar a los miles y miles de argentinos que se hicieron ver y oír en estos días. Presagio de una nueva identidad colectiva, expresión de un estado de conciencia más avanzado, quienes se lanzaron a la calle para reconocer al estadista que se fue y apoyar a quien continúa su obra evidencian que no hay velo que pueda ocultar eternamente la realidad ni motivo para desistir de la maravillosa aventura de seguir transformando la Nación.

* Secretario de Relaciones Parlamentarias; fue secretario general y diputado del Partido Socialista.

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