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El país|Miércoles, 1 de febrero de 2012
Opinión

Escenas y daños

Por Mario Wainfeld

“Ninguna escena/ningún daño/simplemente fue un adiós/inteligente de los dos” cierra el tango “Por la vuelta”. Es inolvidable, por su belleza y (tal vez) por la rareza que cuenta. Las rupturas generan (acaso requieren) escenas y daños. El enfrentamiento entre el secretario general de la CGT y el Gobierno provee escenas cotidianas, que escenifican el antagonismo y lo agravan.

Como puede pasar en rencillas personales, la discusión cotidiana no es lo más grave, en algún sentido es un síntoma. No se trata, se aclara, de subestimar las negociaciones que discurren en el Ministerio de Trabajo. Todo conflicto laboral donde haya despidos numerosos es serio... pero la intransigencia gremial para tramitarlo tributa a un antagonismo mayor. Tampoco sería novedad que un conflicto de empresa, que está sustanciándose institucionalmente, sea acompañado por medidas de acción directa, cortes, bloqueos o piquetes. Dista de ser el ideal o aún lo legal, ha sucedido con frecuencia en la etapa kirchnerista. La complejidad de esta discusión es que hay en juego otras cuestiones, más densas: una disputa política (genérica si se quiere) y una sindical (más definida y con fecha fijada para su resolución).

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Hugo Moyano no hace buen pie (pero porfía) en la disputa política, que implica discutir el liderazgo de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner dentro del peronismo. Ese es el desafío que menos se le tolera en la Casa Rosada y en el que es mayor la asimetría de fuerzas.

La renuncia del líder cegetista al PJ bonaerense fue recibida en silencio (similar al desdén) por casi todos los compañeros dirigentes. El gobernador Daniel Scioli le pidió que la revisara pero es improbable que haga mucho más. Por un lado, debe custodiar su imagen que (por decirlo con un eufemismo) no ganaría mucho si se acercara al “Negro”. El territorio virtual que siembra Scioli con miras al 2015 es amplio: limita a su izquierda con Cristina y a la derecha con Mauricio Macri. Moyano está fuera de ese campo. Por otro lado, hay un frente interno bonaerense digno de atención: está colmado de intendentes (conurbanos, en especial) que arrastran largas cuitas contra los sindicatos de transporte. Tanto el gobernador cuanto los alcaldes saben que si “el plan de lucha” escala, la recolección de basura estará en riesgo. Una semana fétida sería, para cualquiera de ellos, una semana trágica.

Para redondear, gravita el 54 por ciento de los votos, de los que Moyano reivindica una fracción para sí, argumento que casi nadie comparte, ni siquiera en su entorno.

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La elección de nuevas autoridades en la CGT es un escenario más abierto. Hoy y aquí, concuerdan tirios y troyanos, nadie tiene los porotos necesarios como para prevalecer. Moyano conserva predicamento y capacidad de movilización pero jamás ha tenido un núcleo amplio de aliados. Su fuerza propia consiste en gremios de transporte, no todos poderosos, judiciales y algo más. El resto han sido compañeros de ruta que en estas semanas marcan distancia aunque sin conjugar un liderazgo propio.

El quid pro quo entre Moyano y el oficialismo lleva unos buenos años. Mientras funcionó, Moyano disimuló sus recelos contra los Kirchner, olvidó que acompañó a Adolfo Rodríguez Saá en las elecciones del 2003 y a Eduardo Duhalde antes. Del otro lado, también se dejaron de lado esas y otras querellas del pasado.

Ambos socios ganaron mucho con la alianza, lo que les hizo leve pagar algunos precios. Mirado desde el lado del Gobierno, hay uno que ahora cobra un nuevo relieve: aceptar que sindicatos vinculados a sectores prioritarios para el “modelo” estuvieran bastante afuera del armado cegetista, lo que forzaba a negociar con ellos “de a uno”. Hablamos de ramas de actividad que crecieron (hasta podría decirse resucitaron) desde 2003: los mecánicos automotrices del Smata, los metalúrgicos, los trabajadores de la industria alimentaria, los textiles. Son sectores estratégicos de la política económica, con fuerte incidencia en la formación de precios, detalle que se tonifica en época de “sintonía fina”. Es lógico que en el Gobierno miren para ese lado cuando imaginan un prospecto de nuevo secretario general de la CGT.

La pulseada sigue, indefinida por ahora.

Entre tanto, escalan las declaraciones, las escenas y se amenaza con daños. La semana pasada, los ministros Florencio Randazzo y Carlos Tomada fueron objeto de denuestos de parte de Hugo Moyano. Pablo Moyano añadió a la lista a Julio De Vido, uno de los funcionarios favoritos de la cúpula cegetista. Son puentes que se rompen, mientras al unísono recrudecen los rezongos por la falta de diálogo y de interlocutores.

En las sagas individuales, puede haber reconciliaciones. En la política también, máxime si de peronistas se trata. El pragmatismo es tanta doctrina como las 20 verdades, los intereses dinamizan indultos o regresos.

De momento, la puja se encarniza y parece encarrilarse a un desenlace tanguero convencional, más parecido al de “Los mareados”: “Qué grande ha sido nuestro amor y sin embargo, ay, mirá lo que quedó”.

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