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El país|Jueves, 1 de marzo de 2012
Tres trenes fueron sacados de servicio y enviados a talleres

El arranque, con menos servicios y más gente

Por Carlos Rodríguez
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Valentín Herrera (45) está acodado sobre el mostrador de un local que vende panchos en la Estación Once. Son las seis de la tarde y el andén cinco está que arde, lleno de gente. “Es lo normal, viajamos como ganado. No es de ahora, es desde siempre. ¿Si puede cambiar? La esperanza es lo último que se pierde. Ojalá que el Estado asuma su rol y enderece las cosas de una vez por todas, pero es difícil”, dice Valentín con la misma paciencia con que esperan todos que se detengan los ocho vagones que están llegando desde Moreno y que se aprestan a salir de nuevo, rumbo al oeste.

En el primer día de intervención estatal de la ex línea Sarmiento, a cargo de la concesionaria Trenes de Buenos Aires (TBA) desde 1994, tres formaciones fueron sacadas de servicio y enviadas a los talleres por “problemas en los frenos, en dos casos, y porque las puertas no cerraban, en el otro”, relatan a Página/12 empleados que atienden al público en la terminal de Once. Ellos recibieron también denuncias de pasajeros sobre “fogonazos” entre vagones de otras tres formaciones, cuando circulaban a la altura de las estaciones Castelar, Liniers y Flores. Los mismos empleados minimizaron esos incidentes asegurando que fueron “chispazos en tramos donde las vías no están en óptimas condiciones. No hubo principios de incendio, sólo chispazos”.

El panorama que describen como “normal” muchos pasajeros es preocupante para cualquiera que relate la situación, tomando distancia de esa pretendida “normalidad”. Ayer, en el horario pico de 18 a 19.30, los trenes partían hacia Moreno cada quince minutos, en lugar de la habitual frecuencia de ocho minutos entre servicio y servicio, que en algunos casos se reduce a cinco minutos. Por eso, la concentración de pasajeros era más de la habitual. Cuando todavía no habían descendido los que llegaban, los ocho vagones ya se habían llenado.

La gente ingresa por puertas y ventanas. La mayoría lo hizo por el andén cinco, como correspondía, pero otros se habían cruzado al andén seis caminando sobre las vías, cuando el tren que llegaba estaba a menos de doscientos metros. Cuando partió hacia el oeste el tren de las 18.15, el 90 por ciento de las puertas estaban abiertas, retenidas por los propios pasajeros, parados sobre el filo del tren y del abismo.

“Todo nos parece normal. Esos chicos (por los que mantenían las puertas abiertas) se juegan la vida como si fuera eso, un juego. Es que todos queremos viajar y hacemos cualquier cosa por subir al tren”, reflexiona María Luisa (38), vecina de Haedo, que había logrado treparse al cuarto vagón, pero luego se bajó porque “empecé a ver imágenes...”. Su relato queda trunco, pero es obvio que alude a la tragedia de la semana pasada.

De tan “natural” va la cosa que en ese mismo tren, el policía que iba custodiando al motorman, en el primer vagón, también entró por la ventana. En la formación que partió de Once a las 18.30, la mayoría de las puertas estaban cerradas, como corresponde, pero el vidrio de una de ellas, en el vagón 2317, estalló sin que nadie hiciera presión alguna. “Se rompió el vidrio al cerrarse las puertas”, confirma un policía, mientras con su bastón –siempre temido– esta vez saca restos del vidrio para evitar que alguien se lastime.

A pesar de la aparente calma de los pasajeros, los ecos de la tragedia siguen presentes sobre los andenes cuatro y cinco. “Un jefe de bomberos me dijo hoy (por ayer) que si hubieran usado a los perros (adiestrados de la policía) lo hubieran encontrado mucho antes. Todo se hace mal en este país. Cómo no vamos a viajar con miedo. A lo mejor el chico (Lucas Men-ghini Rey) estuvo con vida algunas horas y podrían haberlo salvado.” El párrafo resume la charla entre Sofía (42), Maricel (29) y Natalia (35), tres “compañeras de viaje” que viven en Ramos Mejía.

Ayer hubo quejas por la brecha mayor en las frecuencias y porque “los trenes venían muy lentos, en algunos tramos a paso de hombre”, aseguraron varios pasajeros que se dirigieron a las ventanillas de atención al público. Algunos afirmaron que “un viaje que se hace habitualmente en cuarenta minutos se extendió hasta una hora y media”.

Víctor Muñoz (67), un hombre de aspecto apacible que se paseaba ayer por los andenes, sin subir a tren alguno, se presenta como “un ex trabajador ferroviario” y opina ante quien quiera escucharlo. “Es una vergüenza lo que viene pasando, sobre todo desde los tiempos del menemismo. Quieren desprestigiar al tren, que es el transporte masivo más seguro del mundo. El Gobierno tiene la obligación de revertir esta situación. No podemos desechar al medio de transporte más rápido, barato y seguro. El Estado tiene que tomar las riendas y dejar afuera a las empresas privadas. Esto se lo debemos a aquella frase que decía: ‘Ramal que para ramal que cierra’”, en referencia a los dichos del ex presidente Carlos Menem para justificar las privatizaciones.

En la entrada a los andenes de Once, se ha ido formando un nuevo santuario, similar al que montaron los familiares de las víctimas de Cromañón sobre la calle Bartolomé Mitre. En la puerta por la que ingresan los discapacitados, han instalado numerosos carteles y flores, en memoria de las víctimas. Las leyendas le apuntan a TBA: “50 son los que ya no están. 50 inocentes vigilan tu andar. 50 espinas en tu camino hallarás. 50 plegarias deberás rezar, pues 50 almas no te dejarán en paz”. El dibujo de un tren, que parece hecho por una mano infantil, está acompañado por una frase que parece definir el sentimiento general: “Queremos viajar mejor. Muchas personas murieron viajando mal”.

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