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El país|Domingo, 24 de marzo de 2013

Papamanía

Por Horacio Verbitsky

El campeonato mundial de fútbol y la invasión a las Malvinas ocurrieron durante la última dictadura, que los manipuló con su propaganda abrumadora. Hoy, en cambio, existen un gobierno legítimo y una oposición activa, funcionan el Congreso y la Justicia y la prensa es libre de publicar lo que le plazca. Pese a ello, la Papamanía de la última semana pertenece al mismo orden de cosas de aquellos episodios de hace tres décadas. Hasta se dispararon las ventas de remeras y bijouterie con cruces. Tanto el gobierno como la oposición coinciden en cortejar al nuevo obispo de Roma, de un modo tan desembozado que ayuda a entender por qué en otros períodos de la historia la Iglesia se sintió con derecho a intervenir en la vida política del país. Para unos será el líder espiritual que respalde las políticas de lucha contra la pobreza que lleva adelante; los otros se ilusionan con que fulmine al kirchnerismo con el mismo anatema que Perón lanzó en 1974 contra la tendencia revolucionaria. Son razonamientos tan ingenuos y prepolíticos como los de quienes imaginaban que el color de la piel de Obama cambiaria las políticas de Estados Unidos. Así avalan, aunque no se lo propongan, la concepción integrista de la religión, que debe manifestarse en todos los aspectos de la vida, tanto privada como pública. Cuando las olas del tsunami se retiren, llegará el momento de ver qué zonas fueron las más dañadas. Los grandes medios transmitieron en cadena durante varios días y no se cansaron de publicar semblanzas apologéticas del nuevo pontífice. En cambio, sólo se ocuparon de los antecedentes del ex jesuita para desacreditar a quienes los investigaron, con las mismas falsas acusaciones personales a las que recurrió el menemismo hace veinte años por las publicaciones sobre la corrupción en su gobierno. El torneo de adjetivos descalificatorios brinda un triste panorama del estado del arte aquí y ahora. También dejaron involuntarias constataciones de aquello mismo que intentaban negar. En Clarín, Sergio Rubin, amigo de Bergoglio y coautor de su autobiografía, entrevistó al presidente de la Comisión de Comunicación Social del Vaticano, monseñor Claudio Celli, quien se explayó sobre las virtudes de su nuevo jefe. Celli pasó muchos años en la Argentina, como secretario de Pío Laghi en la Nunciatura Apostólica. Allí recibió a las Abuelas de Plaza de Mayo, que le llevaron su reclamo por los nietos detenidos-desaparecidos. Les dijo que no se preocuparan, ya que se habían pagado cuatro mil pesos por cada uno, (1) lo cual demostraba que estaban con gente de muchos recursos. Así, “los chiquitos jamás padecerán las privaciones que impone la pobreza. Tienen el futuro asegurado”. (2) No es de asombrar. En aquella época Rubin actuaba como vocero paralelo de Primatesta y escribía en la revista Esquiú, donde se afirmó que las desapariciones eran simuladas en la arquidiócesis de París. (3) En cambio, la prensa internacional ahondó en el caso, con investigaciones propias. Para el New York Times, Francisco comenzó su papado con “ecos de la guerra sucia”, y reprodujo fragmentos de la carta de Orlando Yorio al Prepósito General jesuita, en la que pone en duda la honestidad de Bergoglio. En la revista Newyorker, Jon Lee Anderson escribe sobre “El Papa Francisco y la guerra sucia”, que “el Papa de los humildes, como le gustaría ser conocido, es un argentino de turbio pasado”. Después de contar su historia, concluye que “tiene mucho que aclarar sobre cómo pensaba, cuál fue su comportamiento y qué hizo durante la guerra sucia”. El sitio progresivo Salon.com se pregunta desde el título si el papa Francisco es un fraude y responde que su atractiva personalidad se ensombrece por su relación con la dictadura militar y por actitudes sobre la homosexualidad, que bordean el discurso del odio. La familia de Jalics le dijo al diario conservador alemán Frankfurter Allgemeine que Bergoglio era el superior contra el que Franz sentía impotencia e ira porque “había prestado falso testimonio sobre nosotros”. El hermano de Jalics dijo que Ferenc (que es el nombre húngaro de su bautismo) “estaba convencido de que Bergoglio los había delatado a él y a Yorio a la junta militar al indicar que en el Bajo Flores se escondían guerrilleros. Esa acusación la pronunció varias veces en el círculo familiar”. El hermano le escribió al nuncio apostólico y a Bergoglio: “He oído que usted y mi hermano habrían tenido diferencias de opinión en materia religiosa, social y política. Eso es normal. Pero no puedo imaginarme que como hijo de San Ignacio no vaya a intentarlo todo para liberarlo. Inténtelo una y otra vez”. Bergoglio le respondió en latín, el 15 de setiembre de 1976, que “las dificultades que su hermano y yo hemos tenido a lo largo de la vida religiosa no tienen nada que ver”, que lo amaba como a un hermano y que estaba haciendo gestiones para que fuera liberado. Según la periodista Marie Katarina Wagner, luego de un encuentro en el que Bergoglio le pidió disculpas, “Jalics quemó todos los documentos de la época”. El Washington Post tituló su nota “Por qué algunos argentinos son escépticos sobre el rol del papa Francisco en la guerra sucia”. En el diario italiano Il Manifesto, el profesor de Sociología Claudio Tognonatto constató que “de repente, no se puede decir, por ejemplo, que Bergoglio (que ya no es él, sino el papa Francisco), miente acerca de su pasado. Existen principios en la realidad que hay que respetar y por principio el papa no miente. Magia. Cuando un hecho histórico no nos gusta, lo eliminamos. Magia, solo magia porque por desgracia, los testimonios de las víctimas existen y también los documentos. No se trata de a favor o en contra, de hacer un discurso equilibrado, ecuánime, para describir una figura. Cada uno tiene un pasado, una biografía, y es responsable, ésta es la modernidad. Los hechos nos atan a lo real. Desgraciadamente los testimonios, las torturas y los desaparecidos son reales. Demasiado reales. Los militares pendientes de proceso por crímenes contra la humanidad, que se han presentado al tribunal con los colores del vaticano en el pecho para celebrar el nombramiento de su amigo, lo confirman. La realidad es una construcción social, pero la historia no está hecha de ficciones”. El hermano de Yorio, Rodolfo, le dijo a la revista alemana Spiegel: “Conozco gente a la que ayudó. Eso es lo que revela sus dos caras y su proximidad con el poder militar. Era un maestro de la ambigüedad. Cuando el Ejército mataba a alguien, Bergoglio se lo sacaba de encima, cuando se salvaba alguien, era él quien lo había salvado. Por eso hay gente que lo ve como un santo y otra que le teme”. En su blog, que escribe en París, Marie-Monique Robin (autora de Escuadrones de la Muerte y de El mundo según Monsanto), transcribió fragmentos de la última entrevista concedida por Yorio antes de su muerte: cuenta que Bergoglio los presionó para que renunciaran voluntariamente a la Compañía, porque no quería asumir la responsabilidad de darles la orden de hacerlo. Yorio firmó el pedido, pero nunca obtuvo respuesta, así como no consiguió un obispo que lo recibiera. Allí donde iban, les decían que había graves acusaciones secretas contra ellos y cuando preguntaban cuáles eran “nos decían que habláramos con el provincial de la Orden”. En Roma, adonde viajó luego de cinco meses de cautiverio y torturas, el secretario del General de los Jesuitas “me abrió los ojos”. Ese jesuita colombiano, el padre Cándido Gaviña, “me informó que yo había sido expulsado de la Compañía. También me contó que el embajador argentino en el Vaticano le informó que el gobierno decía que habíamos sido capturados por las Fuerzas Armadas porque nuestros superiores eclesiásticos habían informado al gobierno que al menos uno de nosotros era guerrillero. Gavigna le pidio que lo confirmara por escrito, y el embajador lo hizo”.

(1) María Isabel Chorobik de Mariani, testimonio ante la Cámara Federal de La Plata en el Juicio por la Verdad, 7 de abril de 1999.
(2) Historia de las Abuelas de Plaza de Mayo, pp. 3233.
(3) “Una misa inoportuna”, Esquiú, 26 de febrero de 1978.

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