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El país|Martes, 28 de octubre de 2003

Carlitos dejó un clavito

Lobbista en dictadura y en democracia, con todos hizo grandes negocios. “Los funcionarios pasan y nosotros quedamos”, es su lema.

Por Raúl Dellatorre
Cuando su padre fundó Bridas SA, Carlos Alberto Bulgheroni tenía sólo 13 años. Pero ya desde muy joven se ligó a la empresa que marcaría su vida y a la que le daría su sello personal. A los 24, ya recibido de abogado, conoció allí a una joven secretaria con la que poco tiempo después se casaría. Era apenas el inicio de los ‘70 y pasaría todavía una década antes de que su flamante suegro, Juan Ramón Aguirre Lanari, se convirtiera en el último canciller –el primero tras la guerra de las Malvinas– de la sangrienta dictadura parida en 1976. Un buen puente al poder que le facilitó más de un negocio entre su joven empresa petrolera y la todavía poderosa empresa estatal YPF, por entonces ya embarcada en generosas concesiones de áreas ya exploradas para beneficio de consorcios privados.
Pese a ser el menor de los dos hermanos, muy pronto asumió el liderazgo de la empresa, desde que la salud y la voluntad de su padre, Alejandro, empezaron a declinar tras el secuestro del que fue víctima en 1974 a manos de un grupo insurgente. En ese mismo año, Carlos superó un cáncer de ganglios que lo tuvo al borde de la muerte. No había cumplido todavía los 30 años, pero salió adelante. Su historia posterior indicaría que, a partir de allí, perdió el miedo y los escrúpulos.
Se convirtió en lobbista de su propia empresa, se granjeó amistades duraderas en comités partidarios y en los cuarteles, y hasta nombró a un diplomático de carrera para sus contactos en el exterior (Antonio Estrany Gendre). Su gran momento empezó en las épocas de la dictadura, en las que no paró de hilvanar negocios, para continuar durante el gobierno alfonsinista. No le falló la puntería cuando eligió como su principal interlocutor al operador y luego ministro del Interior Enrique “Coti” Nosiglia. Esa misma “confianza” con gente influyente con quienes solía “reflexionar” –según sus propias palabras– le valió convertirse en mediador durante el levantamiento carapintada de 1987. El Coti y Enrique Venturino, acompañante de Aldo Rico en aquella aventura, fueron sus interlocutores de entonces. No se sabe con qué suerte: lo seguro es que Carlos Bulgheroni “estuvo allí”.
Los dictadores Jorge R. Videla, Roberto Viola, Leopoldo Galtieri y Reynaldo Bignone también compartieron el “privilegio” de la confianza del empresario. Y también sus ministros. Ese mismo lapso fue el de mayor crecimiento del grupo empresario, que de nueve empresas que comprendía en 1976 pasó casi al doble en seis años, con la “diversificación” hacia la pesca, química y petroquímica, servicios petroleros, turismo y transporte. Eso, sólo en el país y registrado a nombre del grupo. La última cosecha de esas amistades bien sembradas fue la transferencia al Estado de una deuda externa por 619 millones de dólares.
El alfonsinismo fue testigo (como mínimo) de otra etapa de expansión de los Bulgheroni. Curiosamente, Bridas disputó la privatización de la planta de tubos sin costura del complejo Siam con Techint, se la ganó para inmediatamente después venderla. Se lanzó, de la mano de un plan oficial para el desarrollo de la industria informática, a incursionar en el negocio de la computación creando TTI, beneficiaria tiempo después de jugosos contratos estatales. Luego vendrían los bancos. Y el gobierno de Menem, con el que llegaría a desplegar todas sus dotes de cortesano.
Fueron los tiempos de los negocios con los talibanes (un increíble contrato de explotación de gas en Turkmenistán), la íntima relación con Zulema Yoma a través de su preocupación por la salud primero y tras la muerte, finalmente, de Carlitos Menem. Y el famoso “arreglo” para el arbitraje de una deuda con el Estado que en 1996 se estimaba en 1200 millones de dólares, la negativa de Cavallo a firmar y el acuerdo con Roque Fernández después de la salida de aquél del gobierno. Como alguna vez dijo Bulgheroni en una de sus tantas visitas a la residencia de Olivos, “los funcionarios pasan y nosotros quedamos”. Esta vez, ¿también estará esperando otra oportunidad?

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