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El país|Miércoles, 16 de noviembre de 2005

Incertezas y riesgos

Por Mario Wainfeld
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Santiago de Estrada le comunica a Ibarra la suspensión.
La iniciación del juicio político contra Aníbal Ibarra convulsiona el escenario electoral porteño para 2007, pues le añade elementos de incerteza, incluido el riesgo de avances sobre la institucionalidad. El desarrollo ulterior del juicio, se diga o no, puede anticipar la campaña por venir. La prolongación del trámite legislativo impacta sobre el eventual resultado de la votación y también sobre la gobernabilidad porteña. En el Gobierno de la Ciudad se discurría hoy, con buena lógica, que cuanto más se demore la resolución sobre Ibarra más difícil será el cometido de Jorge Telerman. En tiendas de Mauricio Macri, debían estar pensando lo mismo.
Hasta, digamos, el domingo la prospectiva de Capital ya era compleja, requirente de (y al unísono abierta a) una hábil acción política del kirchnerismo. El Gobierno no tenía candidato, pero sí podía aspirar a coagular el voto progresista que se fragmentó mucho el 23 de octubre. La suma de los apoyos recibidos por Rafael Bielsa, Elisa Carrió, Norberto La Porta y algunas esquirlas partidarias afines supera largamente el 40 por ciento del padrón y posibilitaba una búsqueda de coalición, esforzada mas no imposible.
Por su parte, Mauricio Macri acreditaba un caudal propio nada desdeñable, conservado en dos elecciones consecutivas. Pero lo acechaban un límite y un riesgo. El límite es el rechazo que tiene, que sigue siendo muy alto, lo que aproxima mucho su techo electoral a su elevado piso. El riesgo es la tentación nacional que puede inducirlo a una jugada a todo o nada, que bien podría dejarlo sin el pan y sin la torta. Para elaborar su táctica futura, Macri parecía contar con dos años de acumulación por delante, el mismo lapso de que disponía el Frente para la Victoria para encontrar una alianza y un candidato a la altura.
Hasta el domingo la ingobernabilidad porteña no era un issue razonable. La tragedia de Cromañón le pegó duro al futuro político de Ibarra pero no debilitó su legitimidad para gestionar. No padeció desautorizaciones cotidianas, ni desobediencia civil. El Gobierno, muy amenazado en la Legislatura y ahora puesto en jaque, no afrontó una contingencia como la de diciembre de 2001 en la que el poder político se consumió como una vela. La sustanciación parlamentaria transcurrió de un modo paralelo a la vida cotidiana de la ciudad, como en un sistema aislado.
Aquí y ahora, todo es más inestable. O, por mejor decir, más desestabilizable.
- Aquí y ahora: Más allá de la voluntad de los actores, es difícil debatir que la coalición ibarrista-kirchnerista y los familiares de los deudos han propiciado que la posición relativa del macrismo en el distrito haya mejorado. Su poder relativo ha aumentado y su abanico de posibilidades de acción también.
Tiene en sus manos la chance de procurar desestabilizar no ya a Ibarra, cuya suerte es muy problemática, sino al gobierno local. Es discutible la aseveración de Ibarra acerca de que Macri jugó en estos días a desestabilizar. Pero es innegable que esa baraja es una de las que puede intentar manejar Macri de aquí en más. El tiempo dirá si la derecha local se aviene a respetar las normas o juega como casi siempre jugó la derecha argentina, o sea “pegándole con las dos piernas”, la democrática y la otra. En un contexto institucional más endeble, cobrará especial relevancia la postura del ARI, segundo partido en Capital que mejorará mucho su representación legislativa desde diciembre. Aunque esta tesis no es corroborable, este cronista cree que el ARI y el macrismo coincidieron en instar el juicio político especulando con que no se lograría, por el canto de una uña, la mayoría necesaria. De tal modo, se podía quedar bien con los familiares sin ponerse de punta con el clima más bien sistémico y encalmado que mostró el electorado porteño. Ese afán parece corroborado por las campañas de Macri y Carrió, silentes de alusiones a la tragedia de Cromañón. También podían coincidir sin pactar en una sociedad de hecho que fructificó más para PRO que para el ARI. Ahora, la fuerza de Carrió deberá evaluar cuántos pasos da con Macri y cuáles son los costos de coincidir con la fuerza dominante.
- Los bretes de Telerman: Es un arcano cómo obrará la oposición, si será prudente o si se cebará con un gobierno golpeado. Pero es claro qué debería hacer la coalición oficialista para aminorar los riesgos. Lo primero es cerrar filas ante la dificultad para poder sostenerse (valga la expresión) en dos frentes: el de la acusación parlamentaria y el de la sustentabilidad democrática.
La misión de Telerman es peliaguda. Ejerce el poder en medio de una crisis de su gobierno y lo hace por un lapso transitorio y, para colmo, por ahora no determinado en su duración. Debe demostrar que tiene don de mando pero al mismo tiempo que es plenamente consecuente con el jefe de Gobierno. Y debe buscar armonizar con el gobierno nacional con el que, de momento, tiene relaciones nimbadas por la frialdad y la desconfianza. Algo debería catalizar su armonía inmediata, se trata de la existencia de dos riesgos comunes (que como ya se dirá pueden ser uno), la ingobernabilidad y una ofensiva política del macrismo. Un Telerman de perfil bajo pero presente en la acción oficial cotidiana es un perfil que les conviene a él, al ibarrismo y al kirchnerismo. Habrá que ver si los protagonistas dan en la tecla, de por sí esquiva de embocar.
- ¿Y “la gente”? No es simple inferir qué piensa la mayoría de los porteños del sismo institucional que los envuelve. La democracia delegativa, árida de participación, obtura esa percepción. Con la evidente excepción de los familiares, nadie en la calle para festejar ni para cuestionar.
El ritmo de la calle sugería indiferencia, los llamados a las radios un clima de desconcierto con una tendencia acaso favorable al jefe de Gobierno. Una primera mirada impresionista sugiere que la deriva política no se inmiscuyó en la jornada de las gentes del común.
Seguramente, sondeos de opinión irán dando un marco de referencia algo más preciso. La estabilidad política, empero, no debe sujetarse sólo a los avatares diarios de “la gente”. En un país donde el “que se vayan todos” está, casi literalmente, a la vuelta de la esquina, conservar la gobernabilidad es una obligación común de todos los que procuran el favor popular. Todos los actores tienen bazas por jugar para conservar ese patrimonio común. Está por verse si lo hacen con dignidad y con destreza, que ambas harán falta.

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